domingo, 2 de octubre de 2011

El lado oscuro del excepcionalismo norteamericano


Max J. Castro

Progreso Semanal

“Excepcionalismo norteamericano.” Ese es el Santo Grial que cada político norteamericano debe declarar como artículo personal de fe a fin de seguir siendo electoralmente viable.
Los republicanos una vez acusaron a Barack Obama de no ser suficientemente creyente. El presidente respondió con duras políticas exteriores y acciones, desde el aumento de ataques de aviones sin piloto en Pakistán y su primer uso en Yemen, a la muerte de piratas somalíes, la búsqueda y muerte de Osama bin Laden y el apoyo a los insurrectos libios, todo lo cual no deja duda de que, aunque no esté imbuido de los delirios mesiánicos de George W. Bush, Obama, al igual que cualquier otro presidente norteamericano, cree en el rol singularmente expansivo de Estados Unidos en el mundo.
Competencia de ambos partidos –Madeleine Albright, secretaria de Estado bajo el presidente Clinton, se refirió una vez a Estados Unidos como “la nación indispensable”– el excepcionalismo norteamericano se ha convertido en un cliché tal que Chris Matthews, el insoportable conductor del programa de televisión de MSNBC “Hard Ball”, usa el término en un spot transmitido incesantemente por la cadena, para rematar un argumento. Es evidentemente una defensa de Barack Obama en contra de los injustos ataques de la derecha, pero la verdadera razón (además de promover a Chris Matthews) es que Estados Unidos es el único país donde alguien a quien Matthews se refiere como “de antecedentes mixtos” puede alcanzar el más alto cargo de la nación.
Hablemos entonces acerca del excepcionalismo norteamericano, pero enfocando no solo el lado más brillante de la tesis –y han existido lados brillantes, en especial la exitosa integración en la sociedad norteamericana de sucesivas oleadas masivas de inmigrantes– sino también el lado oscuro de la fuerza. Estas incluyen las obstinadas y singulares prioridades internas, sus vastas ambiciones territoriales y morales, desde el desposeimiento implacable de las tribus indígenas que comenzó no mucho después del Mayflower, hasta la doctrina del Destino Manifiesto, el despojo de Texas a México por parte de colonos norteamericanos, la usurpación de la mitad del territorio mexicano por medio de una guerra de agresión realizada con falsos argumentos, el robo al pueblo indígena de Hawái de sus islas, hasta llegar a la guerra de Irak de George W. Bush, justificada por un montón de mentiras que excedieron las usadas para invadir a México.
Pero estos atropellos históricos no son los que motivaron la reflexión acerca del excepcionalismo norteamericano. Es un tema mucho más cercano en tiempo y espacio: la ejecución la semana pasada por parte del estado de Georgia de Troy Davis, un negro condenado a muerte por el asesinato de un policía blanco hace 21 años. El homicidio patrocinado por el estado en realidad es una manera en la que se evidencia el excepcionalismo norteamericano del cual se jactan los Chris Matthews de este mundo desde que las democracias occidentales prohibieron hace décadas la práctica bárbara de la pena capital.
Pero el escándalo de la ejecución de Troy Davis va más allá del mero hecho de lo repulsivo del acto. Esta vez existe una posibilidad real de que un inocente haya muerto bajo el color de la ley.
De los nueve testigos presenciales que originalmente identificaron a Davis como el asesino, siete posteriormente se retractaron de su testimonio. En cuanto a la declaración de los dos testigos restantes, el hecho es que, a diferencia de la percepción común, el testimonio de testigos presenciales es notoriamente poco confiable. La evidencia forense es más robusta, pero no hubo evidencia forense que implicara a Davis. Adicionalmente, había otro sospechoso viable. Recientemente una mujer se presentó a declarar que el sospechoso alternativo le dijo que él era el verdadero asesino. También dijo que el hombre la amenazó con matarla si ella la pasaba la información a la policía.
En resumen, si alguna vez ha habido un caso de duda razonable, fue este. Es por eso que un distinguido conjunto de personalidades norteamericanas e internacionales que van del Papa a un grupo de alcaides de prisiones (incluyendo el ex alcaide de la prisión donde tuvo lugar la ejecución), imploraron al estado que concediera a Davis una suspensión temporal de la ejecución. Todo fue inútil. El último recurso de Davis, una apelación al Tribunal Supremo de EE.UU., fue sumariamente denegada.
La constante demanda en Estados Unidos de los servicios del vilipendio se hace más atroz por el hecho de que, según numerosos estudios, la raza y la clase social desempeñan un papel sustancial en distinguir entre los pocos sin suerte, parte los miles de asesinos condenados cada año que reciben la pena de muerte, y los muchos a los no que les sucede.
Un negro condenado por matar a un blanco tiene una oportunidad promedio mucho más alta de ser ejecutado. Mientras que los afro-norteamericanos constituyen aproximadamente el 10 por ciento de la población de EE.UU., el 50 por ciento de las personas en los corredores de la muerte son negros.
Si el uso actual de la pena de muerte en Estados Unidos, basada más en un deseo de venganza que en cualquier propósito de disuasión, no fuera un anacronismo suficientemente brutal como para atraer la ira del Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos, su aplicación es tendenciosa y caprichosa.
Desafortunadamente, la pena capital no es la única manera en que los secretos sucios del excepcionalismo norteamericano levantan su fea cabeza. Estados Unidos también es el único país entre las naciones ricas de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCED) con la mayor desigualdad, desigualdad entre los extremadamente ricos en el 1 por ciento de mayores ingresos y el otro 99 por ciento de la población, entre los directores generales corporativos y el trabajador promedio, entre la compensación de los principales banqueros de inversiones y otros trabajadores del sector financiero, de seguros y de bienes raíces, entre el ingreso de los médicos y otros profesionales, como los maestros.
Estados Unidos también sobresale entre sus iguales por no suministrar servicios médicos a todos sus ciudadanos; es la única nación en el mundo que ha utilizado armas atómicas, con una cifra devastadora de bajas civiles; y aventaja en mucho a otras naciones en la proporción de sus riquezas que derrocha en un inflado complejo militar-industrial/de inteligencia.
Por otra parte, otra forma de gastar es extremadamente frecuente y productiva, singularmente en Estados Unidos. El dinero prodigado en políticos por parte de las gigantescas corporaciones y personas muy ricas es altamente rentable en términos de leyes y políticas que favorecen a los donantes generosos en detrimento del interés público.
Excepcionalismo norteamericano: esta es la única democracia rica donde se puede morir por un crimen que uno haya podido cometer o no hace dos décadas, o simplemente por no tener el tipo adecuado de seguro de salud.

No hay comentarios: