lunes, 29 de marzo de 2010

Imágenes de la marcha del 24.03.2010

Las calles principales estaban llenas, por lo que el acceso era más fácil por las laterales. La previa en la 9 de Julio . El motociclista que se ve cortado en la foto, gritó: "¿Para qué le sacás una foto, si son todos zurdos esos....?" La plaza a pleno
¿Qué fue, entonces, lo que motivó una concurrencia tan llamativa –no sólo en Buenos Aires– y esa impresión de haber sido más fuerte que en otras coyunturas la presencia de gente joven, suelta, no alineada con la militancia en partidos o grupos? Es probable que no haya una sola respuesta, aunque sí la posibilidad de que algunas hipótesis confluyan en un diagnóstico abarcador. Está la gente que va siempre y no es poca, pero eso sólo no es suficiente. Hay una pista, por ejemplo, ya consignada por Mario Wainfeld en su nota del día siguiente en este diario, que fue la novedad de haberse interpelado al rol del periodismo. No a todo, desde ya. Fue dirigido hacia el Grupo Clarín. Y, en eso sí con un marcaje concreto, a la indefinición que rodea al caso de los hijos de Ernestina Herrera de Noble, cuya dilación judicial es un atentado contra “la calidad de las instituciones” que tanto inquieta a los ¿republicanólogos, se les llama como eufemismo por lobbistas? La considerable juntada que hubo hace pocas semanas, en defensa o gratitud hacia el programa televisivo 6, 7, 8 por su discurso contestatario frente a la media de la mayoría de lo que se ve, lee y escucha, puede ser tomado como antecedente. Y si es cuestión de medios, podría descubrirse asimismo la bronca por el empiojamiento que sufre la nueva ley gracias a la acción de las corporaciones afectadas. Al igual que el bloque opositor, fueron a buscar en los tribunales lo que no les sirvió en su política de extorsión periodística. Hasta aquí les va más o menos bien, estimulados con el fallo de segunda instancia de la semana pasada: postergó la aplicación de aquello que insumió 26 años de lucha, para reemplazar la normativa militar con que tan cómodos se ubican los partisanos del periodismo independiente. Fue profusamente anunciado que recurrirían a la Justicia por cuya probidad también claman, y muy fácil de imaginar que encontrarían allí a tanto magistrado sensible a sus intereses. (Fragmento de la nota "No tan solos", de Eduardo Aliverti, aparecida en Página/12 el lunes 29.03.2010.)

Margaritas a los chanchos

Por Ricardo Aronskind En las últimas semanas empezó a mencionarse en los círculos financieros y en la prensa ideológicamente afín un nuevo acróstico: P.I.G.S. No se trata de la forma inglesa de decir cerdos, sino de las iniciales (en inglés) de cuatro países: Portugal, Irlanda, Grecia y España. ¿Qué une a este grupo? Ser, aparentemente, países candidatos a múltiples calamidades: en principio, a la desconfianza universal por sus graves situaciones en materia de grandes déficit del sector público, combinados con alto endeudamiento público y privado. La inseguridad de quienes les prestan fondos llevaría a que se les cobren intereses crecientemente elevados, provocando un potencial círculo vicioso que podría terminar en la imposibilidad de pagar sus compromisos externos, o sea, el default. Los PIGS tienen también en común ser países de la periferia europea –no forman parte del centro económico y político del continente–, lo que facilita a la prensa financiera desempolvar todos los prejuicios existentes en relación a los países mediterráneos o a los díscolos irlandeses. Es interesante recordar –y muestra el transparente doble standard político de “los mercados”– que las cifras que muestran estos PIGS en materia de contracción económica, desempleo, endeudamiento externo e interno, déficit público, o magnitud de la burbuja inmobiliaria, no son sustancialmente diferentes de las de países como Gran Bretaña o Estados Unidos. En el grupo de los PIGS se encontraban hasta hace muy poco “países ejemplo”, proclamados así por el establishment económico internacional. Especialmente Irlanda y España. El primero fue mostrado como un milagro económico a ser imitado por quienes quisieran salir del subdesarrollo: salarios bajos, pocas regulaciones, amplia convocatoria al capital multinacional y boom inmobiliario. España, país que usufructuó ampliamente la ayuda de la Unión Europea y de América latina (se le cedieron en nuestra región numerosas empresas de alta rentabilidad), se convenció de su prosperidad, confundiéndola con la burbuja financiera-inmobiliaria que estaba provocando (transitoriamente) crecimiento y empleo. Grecia fue generosamente ayudada por Goldman Sachs y otros bancos estadounidenses –hoy bajo investigación– a endeudarse y falsificar sus cuentas públicas para que la Unión Europea no lo advirtiera. Esos mismos amigos americanos se están ocupando hoy de apostar (dinero) al desplome de Grecia. Lo interesante es que estos países han pasado de ser ejemplares, exitosos, merecedores de abundante crédito, a PIGS. El armado de la sigla no es casual. Podría haber sido “SPIG” o “GIPS”. Pero fue PIGS. Llamarlos PIGS no es una humorada. Es el comienzo de una campaña denigratoria, no precisamente con fines éticos. La ideología de las finanzas internacionales parte de la base de que el sistema económico mundial es justo y moral. Sus voceros presentan a los prestamistas como una especie de Cruz Roja que acude en solidaria ayuda de aquellos que la requieren. Una organización moderna que se desvive por asistir a los débiles, a los necesitados (de crédito). Lamentablemente, estos solícitos y prudentes hombres de negocios se tropiezan reiteradamente con...PIGS. Frente a la seriedad, surge la irresponsabilidad. Frente a la eficiencia, la impericia. Frente a la honorabilidad, el pecado bajo la forma de corrupción, desorden, despilfarro. Si alguien ha llegado a ser un PIG, es porque debido a sus desmanejos ha terminado archi-endeudado. Por lo tanto, merece sufrir. Si esos países extraviados están siendo arrojados en el camino del ajuste, de los salarios miserables, del desempleo, de la migración forzosa, del estancamiento, es porque son PIGS. Denigración colectiva Para encontrar pistas de este dramático cambio de “imagen” de estos países ex-exitosos, vale recurrir a nuestra propia historia económica. A partir del golpe cívico-militar de 1976, el mercado financiero internacional declaró a Argentina “país seguro” y comenzó una carrera desenfrenada para darle crédito, junto al resto de las dictaduras latinoamericanas, y demás países del mundo que estuvieran en condiciones mínimas de absorber créditos. Martínez de Hoz y su equipo abrieron de par en par las puertas al endeudamiento externo, que creció a una velocidad extraordinaria luego de que Ronald Reagan cambiara la política monetaria estadounidense, elevando brutalmente las tasas de interés. Argentina entró en la peor etapa económica de su historia: con el Estado ultraendeudado, se sometió al monitoreo subdesarrollante del FMI y contrajo el gasto público, dejando atrás todo intento de continuar desarrollándose. El peso del endeudamiento provocó recesiones, hiperinflaciones e inestabilidad macroeconómica permanente. La crisis económica recurrente llevó al hundimiento de la autoconfianza nacional. En ese contexto se fueron preparando las reformas estructurales en los ’90, mientras los voceros del capital financiero empezaban a comparar a la Argentina con un “borracho”, que no puede dejar su adicción al alcohol (que en la vulgata neoliberal era el gasto público y la inflación). Al borracho había que “curarlo” con un tratamiento duro: ajuste, privatización, apertura, desempleo. En eso consistía “operarlo sin anestesia”. Ahí está el punto en común con los PIGS: todos los procesos políticos y sociales para subordinar económicamente a un país, para sacrificar a su población, para transformar al Estado en una mera máquina de pagar deuda, van necesariamente acompañados por un período de denigración colectiva, en el cual se convence a la población de que es la culpable de los males “que le caen” sobre su cabeza, que “el mundo” –en cambio– es serio y los está poniendo en vereda: casi se diría que los está ayudando con una medicina amarga. Se trata de un verdadero operativo estigmatizador en el cual los que van a ser saqueados se transforman en los culpables del saqueo. Por eso cobra importancia decisiva la destrucción de la autoestima nacional y la internalización de la acusación de “pecadores” de las sociedades que tendrán que pagar las consecuencias de las aventuras de los financistas. Debemos recordar que aún a comienzos de la presente década, nuestro país era denigrado y menospreciado por diversos representantes internacionales sin que mediara ninguna respuesta local: la menguada autoimagen colectiva facilita la aceptación de soluciones sanguinarias. La versión de los acreedores sobre la historia argentina reciente –los prestamistas serios (banqueros, FMI, lobbystas locales) bancando a los argentinos irresponsables– había sido asumida por la dirigencia local y también, lamentablemente, por una parte de la población. Resulta inevitable, al observar el término PIGS, pensar en un nueva campaña para degradar y humillar a países que estarán condenados, en los próximos años, a sufrir, a vivir episodios de violencia, a subdesarrollarse y a carecer de futuro. Los dealers Si se abandona esa versión polarizada, con PIGS que llegan a sus crisis por viciosos y corruptos, y banqueros serios, prudentes y racionales, podemos construir una versión más cercana a la realidad. En todo caso, estamos en presencia de una relación dialéctica similar a la de los dealers con los drogadictos. Aunque parezca al revés, los primeros necesitan de los segundos. Les venden justamente gracias a que los otros son adictos. Y necesitan que sean adictos, y desesperados, porque entonces aceptan cualquier condición y no pueden dejar de hacerlo. Aún más: es imprescindible crear adictos, es decir, abrir mercados donde colocar la mercancía. Si hay una amplia gama de países “irresponsables”, “borrachos”, “pigs”... ¿por qué el sistema financiero internacional no se limita a prestar sólo a los países “serios”? ¿Por qué les sigue prestando a toda la horda de países “fallidos”, “poco serios”, “populistas”, “latins”? Vale aquí recordar una cita del periódico The Economist, de Londres, sobre un gobierno de nuestro país: “...la reciente demostración de su falta de fiabilidad, de lo que son un ejemplo tanto sus tratos con los tenedores de bonos como su negativa a respetar sus propias leyes, deberían hacer que los inversores se mostraran poco dispuestos a responder a nuevas apelaciones”. Esto fue escrito en...1889, antes de que la chusma radical y peronista llegara al Estado nacional. ¿Por qué nos siguieron prestando, si ya habían advertido de nuestra esencia inmutable? ¿Por qué se siguieron arriesgando, prestando y volviendo a prestar, sometiéndose y volviéndose a someter a la imprevisibilidad de los irresponsables argies? ¿Fue amor? ¿Fue vocación de servicio? La respuesta es evidente: prestarle a estos países “poco serios” tiene una rentabilidad infinitamente más elevada que darle crédito a los países “serios”. ¿Quién haría plata en serio prestándole a Suiza? En realidad, para ganar plata aceleradamente son imprescindibles los países borrachos, ya que ellos permiten subir la tasa de interés global (riesgo país mediante). A ellos se les presta mucho, y luego se los exprime. Si no pueden pagar, que el FMI cubra sus pagos (con el aporte de los contribuyentes de los países centrales), para que los banqueros y otros prestamistas puedan cobrar en tiempo y forma. Luego, una combinación de intervención tecnocrática internacional y amenazas y presiones múltiples se ocupará de que los países paguen lo que quedaron debiendo, con efectivo, bienes o recursos naturales. Siempre, disminuyendo el nivel de vida de su población. Lo que está detrás de esta dinámica de dealers y adictos, como lo muestra la historia económica mundial de las décadas recientes es que los países centrales vienen teniendo masivos excedentes de fondos, y necesitan imperiosamente colocarlos en donde sea, como sea. La oferta está obligada a crear su propia demanda. Ellos necesitan prestar. Preguntas Así se entiende mejor la colocación masiva de fondos en los ’70 a lo largo y ancho del planeta, sin preguntar nada sobre la solvencia presente o futura de los países a los cuales se prestaba, lo que generó una década de estancamiento latinoamericano. Así también se pueden comprender las nuevas colocaciones gigantes mediante la “innovación financiera” de las hipotecas subprime de la actual década, en las que se dio crédito masivo a gente que no tenía cómo pagarlo. Se debe subrayar que en ambos casos a los financistas les ha salido bien: han colocado fondos de cualquier forma, y cuando el problema de la insolvencia estalló, los países quedaron endeudados durante décadas, y los deudores hipotecarios terminaron perdiendo sus casas. Ahora les toca a los PIGS perder su bienestar. En todos los casos la prioridad absoluta ha sido garantizar la continuidad de los bancos. Luego se verá qué hacen los estados endeudados para resolver su propio endeudamiento. La aparición recurrente de países “pigs” no se termina de entender sin explicar cómo contraen las adicciones. Para generar estas situaciones de híper-endeudamiento, no sólo hacen falta financistas aventureros con altísima influencia política, sino dirigencias locales interesadas en el endeudamiento. Como Martínez de Hoz, Cavallo o Roque Fernández en Argentina, en los países borrachos siempre aparecen conducciones económicas afines a los dealers y dirigencias políticas suficientemente cómplices o irresponsables como para apostar a esas soluciones mágicas, cortoplacistas, que ofrecen los banqueros. Sin embargo, y eso es probablemente lo que va a pasar en los PIGS, no van a ser los cómplices locales los que paguen la factura, sino las amplias mayorías. Por eso se vuelven tan funcionales los procesos de desinformación y culpabilización colectiva: para que la población acepte como un acto de justicia lo que no deja de ser un desfalco. Si un uso bueno puede tener la dolorosa historia argentina reciente es que portugueses, irlandeses, griegos y españoles, miren el retroceso a que fue sometido nuestro país en los años ’80 y ’90 –porque ese es su futuro, y en el caso griego, ya es su presente– y se resistan a la denigración simbólica y material que les están preparando. De esa misma historia surge una pregunta sobre nosotros. Argentina, habiendo pasado por una crisis brutal en 2001-2002 ha ido dejando atrás algunas de sus secuelas. Sin embargo, no queda claro que nuestra sociedad haya aprendido la lección. ¿Volveremos a ser nuevamente candidatos a los “pigs” ávidos de préstamos que necesitan las finanzas internacionales para seguir acumulando infinitamente a costa de los débiles? ¿El trabajoso desendeudamiento logrado recientemente, es el preludio a un nuevo endeudamiento revestido de “vuelta a los mercados”? ¿Cómo se posicionan los actores locales frente a este asunto? Dicho en otros términos, lo que hoy pasa en Grecia ¿quedó en nuestro pasado o está en nuestro futuro? * Economista UNGS-UBA

jueves, 4 de marzo de 2010

Noam Chamsky: poder popular, idiomas, lecturas, cultura y política

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La izquierda Lacaniana

En el último número de Le Monde, nro. 129 edición argentina, Ignacio Ramonet (p 23.) señala el fin de la socialdemocracia europea. Incapaz de encontrale la vuelta a la globalización y agotadas sus reservas creativas, aún cuando su supuesto enemigo, la derecha en sus diferentes frascos de presentación, se encuentra ideológica tambaleante esta izquierda se encuentra a la deriva. Es esa izquierda que cree que "el socialismo sólo es posible cuando la desgracia sobrepasa en exceso a la dicha, cuando el sufrimiento rebasa con mucho placer, y cuando el caos triunfa sobre las estructuras". ( Raffaele Simone, "Les socialistes proposent toujours le sacrifice", Philosophie Magazine,nro. 36, febrero 2010.) Izquierdistas, soldados de Lacan En los últimos años, según el autor, “el psicoanálisis ha pasado a ser uno de los recursos más importantes en la reorientación de la teoría política” y “lo más llamativo es que los principales teóricos y filósofos políticos ligados a la izquierda recurren a la obra de Jacques Lacan”. Por Yannis Stavrakakis * A lo largo de los últimos diez o quince años, el psicoanálisis, y en especial la teoría lacaniana, ha pasado a ser uno de los recursos más importantes en el marco de la actual reorientación de la teoría política y el análisis crítico contemporáneos, circunstancia reconocida incluso en los foros más tradicionales de las ciencias políticas. Por ejemplo, en una reseña crítica publicada en British Journal of Politics and International Relations –una de las revistas de la Asociación de Estudios Políticos del Reino Unido–, que lleva el significativo título de “The Politics of Lack” (La política de la falta), se lee que “en los últimos tiempos se ha popularizado cada vez más entre los teóricos el abordaje de la política desde el psicoanálisis lacaniano (...). Sólo el liberalismo analítico supera en influencia a este enfoque de la teoría política”. El fenómeno en sí ya es sorprendente: nadie habría podido predecirlo hace diez años. Pero su característica más llamativa es el hecho de que los principales teóricos y filósofos políticos ligados a la izquierda recurran cada vez más a la obra de Jacques Lacan. ¿Por qué es tan asombrosa esta tendencia? Precisamente porque Lacan era un psicoanalista en ejercicio sin inclinaciones izquierdistas perceptibles de inmediato, y sin siquiera un interés expreso en la vida política. Ello no significa que fuera apolítico: hay cierto indudable radicalismo (antiutopista) en el pensamiento de Lacan, aunque sus connotaciones políticas han permanecido en gran medida implícitas. En el nivel teórico, por ejemplo, su crítica a la escuela estadounidense de la psicología del yo a veces se representa en términos cuasi políticos, puesto que implica el rechazo de una “sociedad en la cual los valores sedimentan según la escala del impuesto a las Ganancias” (Lacan, Televisión, 1990) y del “american way of life”. En el célebre discurso de Roma (1953), su primer manifiesto analítico, Lacan criticó explícitamente el capitalismo estadounidense y la sociedad opulenta, y más tarde asoció su definición de “plus de goce” a la noción marxiana de “plusvalía”, con lo cual puso en evidencia las operaciones del goce (jouissance) que tienen lugar en la base del sistema capitalista.(Si se desea consultar un análisis detallado de esta relación entre Lacan y Marx, véase El sublime objeto de la ideología, de Slavoj Zizek.) Sin embargo, a semejanza de Freud, Lacan se mostraba muy escéptico en relación con la política revolucionaria. Paul Robinson, en La izquierda freudiana (ed. Granica, 1977), ha descrito a Freud como “antiutopista radical”, es decir, alguien cuya teoría y práctica, a pesar de su claro pesimismo histórico, se resiste a adaptarse al orden político establecido. La posición de Lacan no era muy diferente: el psicoanálisis subvierte las ortodoxias establecidas a la vez que descree de las fantasías utópicas, y este escepticismo es un sostén crucial de su eje verdaderamente subversivo. También sabemos que Lacan tuvo algunas experiencias relacionadas con la cultura de protesta propia de su época. Por ejemplo, en una carta de agosto de 1960, dirigida a Donald Winnicott, dice de Laurence, la hija de su esposa, que “este año nos ha atormentado mucho (de lo cual estamos orgullosos), porque fue arrestada a causa de sus relaciones políticas”. Y agrega: “También tenemos un sobrino que vivió en casa como si fuera nuestro hijo cuando era estudiante, y ahora lo han sentenciado a dos años de prisión por su resistencia a la guerra de Argelia”. Durante las jornadas de mayo, Lacan acató la huelga de los docentes y suspendió su seminario; incluso conoció a Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes estudiantiles (véase Lacan. Esbozo de una vida. Historia de un sistema de pensamiento, de Elizabeth Roudinesco). De un modo u otro, su nombre se vinculó con los acontecimientos. No es sorprendente entonces que estallara una vez más el clima de mayo de 1968 cuando fue suspendido el seminario que Lacan impartía en la Ecole Normale (1969): los manifestantes ocuparon la dirección y finalmente fueron desalojados por policías armados. Sin embargo, Lacan no tenía una relación sencilla con la izquierda. En 1969, por ejemplo, recibió una invitación para hablar en Vincennes, pero era evidente que su pensamiento y el de los estudiantes operaban en diferentes frecuencias. La conversación terminó así: “La aspiración revolucionaria no tiene sino un problema concebible, siempre: el discurso del amo. Eso es lo que ha demostrado la experiencia. Como revolucionarios, ustedes aspiran a un amo. Y lo tendrán... porque son los ilotas de este régimen. ¿Tampoco saben qué significa eso? Este régimen los pone en exhibición; dice: ‘Mírenlos coger...’ “. Una experiencia similar marcó la conferencia de la Université Catholique de Louvain, el 13 de octubre de 1973, cuando Lacan sufrió una interrupción seguida de un ataque por parte de un estudiante que aprovechó la oportunidad para transmitir su mensaje revolucionario (situacionista). El episodio, filmado por Françoise Wolff, concluyó con este comentario de Lacan: “Tal como decía él, deberíamos participar... Deberíamos cerrar filas para lograr... bueno, ¿qué, exactamente? ¿Qué significa la organización sino un nuevo orden? Un nuevo orden es el retorno de algo que, si recuerdan la premisa de la que partí, es el orden del discurso del amo (...). Es la única palabra que no se ha mencionado, pero es precisamente el término implícito en la organización”. De todos modos, las actuales iniciativas de explorar la relevancia que tiene la obra de Lacan para la teoría política crítica no se arraigan en la biografía de Lacan ni la presuponen (en el citado libro de Roudinesco y en Psychoanalytic Politics, de Turkle, hay más información biográfica que permite esbozar la relación de Lacan con la política), aunque, al menos a mi parecer, necesitan registrar con seriedad su radicalismo antiutopista. Suponen una articulación entre el análisis político crítico y la teoría lacaniana que no está dada de antemano y puede establecerse de diversos modos, como ya veremos. Es así que –para dar sólo algunos ejemplos– Slavoj Zizek ha propuesto una “combinación explosiva del psicoanálisis lacaniano y la tradición marxista” con el objeto de “cuestionar los supuestos mismos del circuito del capital” (prefacio a la serie Wo es War, de Verso); Alain Badiou se ha reapropiado de Lacan en su radical “ética del acontecimiento”, y Laclau y Mouffe han señalado que “la teoría lacaniana aporta herramientas decisivas para la formulación de una teoría de la hegemonía”, por lo cual han incluido el psicoanálisis lacaniano en la lista de corrientes teóricas contemporáneas que a su parecer son “condiciones para entender la ampliación de las luchas sociales características del escenario actual de la política democrática y para formular una nueva perspectiva de izquierda en el marco de una democracia radical y plural” (Laclau y Mouffe, Hegemonía y estrategia social). De más está decir que los diversos autores en cuestión no usan la teoría lacaniana del mismo modo. En la obra de Zizek, por ejemplo, Lacan constituye una referencia constante y de primer orden, en tanto que para Laclau y Mouffe es una referencia entre muchas otras, si bien es cierto que ocupa un lugar cada vez más privilegiado. La izquierda tampoco es entendida de idéntica manera por estos teóricos. Por ejemplo, Laclau y Mouffe siguen pensando que la revolución democrática constituye el marco definitivo de la política de izquierda, en tanto que Zizek parece creer que la democracia es un significante que ha perdido toda relevancia política para la agenda política progresista, en especial a raíz de su asociación con el capitalismo globalizado y su instrumentación en la “guerra contra el terror”. Sin embargo, la mera posibilidad de formular estas diversas posiciones presupone el lento pero indudable afloramiento de un nuevo horizonte teórico-político: el amplio horizonte que he dado en denominar “la izquierda lacaniana”. No propongo esta expresión como una categorización exclusiva o restrictiva, sino como un significante capaz de dirigir nuestra atención al surgimiento de un nítido campo de intervenciones políticas y teóricas que explora con seriedad la relevancia del pensamiento lacaniano para la crítica de los órdenes hegemónicos contemporáneos. En el epicentro de este campo emergente cabría ubicar el respaldo entusiasta de Zizek a Lacan; junto a él –a una distancia que algunos calificarían de saludable– se sitúa la perspectiva de inspiración lacaniana que desarrollan Laclau y Mouffe; en la periferia –negociando un delicado ejercicio de malabarismo entre el exterior y el interior del campo, a menudo en calidad de sus “otros” o adversarios íntimos– tendríamos que ubicar el compromiso crítico de pensadores como Castoriadis y Butler. No cabe duda de que se trata de un campo heterogéneo. La designación “izquierda lacaniana” no se refiere a alguna unidad o esencia preexistente que subyazga a todos estos diversos proyectos teórico-políticos. En un espíritu verdaderamente lacaniano cabría incluso declarar que la izquierda lacaniana “no existe”, es decir, que no se impone en el dominio teórico-político como positividad plena y homogénea. De hecho, paradójicamente, su propia división es la mejor evidencia de su surgimiento, pues, como es bien sabido, hay una sola prueba que puede revelar más allá de toda duda razonable si en verdad existe o no este campo: dondequiera haya una izquierda será inevitable la división entre la izquierda supuestamente “verdadera” y la “falsa”, entre los revolucionarios y los reformistas. Y al parecer esto es precisamente lo que ocurre en el caso de nuestra izquierda lacaniana. En el argumento de Andrew Robinson, por ejemplo, se enuncia la distinción entre una teoría política lacaniana “reformista” (Laclau, Mouffe y compañía) y una supuestamente “revolucionaria” (Zizek). No es sorprendente entonces que el significante “izquierda lacaniana” se deslice continuamente sobre sus significados potenciales. En tal sentido, hablar de él implica en parte construirlo, del mismo modo en que no es posible desligar ontológicamente el surgimiento de cualquier objeto de discurso del proceso performativo de su nombramiento. He aquí entonces la pregunta crucial: ¿cómo debería tener lugar esta construcción? Está claro que el objetivo no consiste en acometer una suerte de ejercicio totalizador guiado por la fantasía de enunciar el nuevo fundamento de la teoría, la praxis y el análisis políticos. Aparte de pecar de inmodesto y políticamente ingenuo, tal objetivo resultaría contradictorio con la posibilidad de que este tipo distintivo de teorización lacaniana hiciera aportes útiles a nuestras exploraciones teórico-políticas. Si se la toma en este sentido, la “izquierda lacaniana” sólo puede ser el significante de su propia división, una división que no ha de reprimirse ni desmentirse, sino que, por el contrario, debe ponerse de relieve y negociarse una y otra vez como locus de inmensa productividad, como el encuentro –en el marco del discurso teórico– con el hiato constitutivo entre lo simbólico y lo real, entre el saber y la verdad, entre lo social y lo político. En su conferencia inaugural de 1953 en el Collège de France, mientras comentaba la posición socrática –posición que Lacan había elogiado–, Merleau-Ponty señaló enérgicamente que sólo esa conciencia de nuestro no saber nos abre las puertas a la verdad (Merleau-Ponty, 1988). Es así como deberíamos interpretar el célebre pasaje de Lacan en Televisión, que ofrece la condensación de diversas nociones de enorme importancia originadas en campos tan diversos como el de la filosofía (Merleau-Ponty es sólo uno de los casos que vienen a cuento), el de la teología (en especial la apofática, la vía negativa), y el de las matemáticas (incluidos Cantor y el teorema de Gödel): “Yo siempre digo la verdad. No toda, porque de decirla toda no somos capaces. Decirla toda es materialmente imposible: faltan las palabras. Precisamente por este imposible, la verdad aspira a lo real”. * Fragmento del libro Una izquierda lacaniana, de próxima aparición (Fondo de Cultura Económica). Nota aparecida en el suplemento Pscología de Página/12 del 04.03.2010.

lunes, 1 de marzo de 2010

Avance empresarial

LAS EMPRESAS TOMAN LA DEMOCRACIA DE EEUU Noam Chomsky - El 21 de enero de 2010 quedará registrado como un día oscuro en la historia de la democracia de Estados Unidos y su declive. Ese día, la Corte Suprema dictaminó que el Gobierno no puede prohibir que las compañías hagan aportaciones económicas en las elecciones. La decisión afecta profundamente a la política gubernamental, tanto en el plano interno como en el internacional, y anuncia incluso mayores conquistas de las corporaciones sobre el sistema político de EEUU. Para los editores de The New York Times, el fallo "golpea el corazón mismo de la democracia" al haber "facilitado el camino para que las corporaciones empleen sus vastos tesoros para inundar [con dinero] las elecciones e intimidar a los funcionarios elegidos para que obedezcan sus dictados". La Corte estuvo dividida, cinco contra cuatro. A los cuatro jueces reaccionarios (engañosamente llamados conservadores), se les sumó el magistrado Anthony M. Kennedy. El magistrado presidente, John G. Roberts Jr., tomó un caso que se podía haber resuelto fácilmente sobre bases más limitadas y maniobró en la Corte con el fin de hacer aprobar un dictamen de gran alcance que revierte un siglo de restricciones a las contribuciones de las empresas en las campañas federales. Ahora, los gerentes de las compañías podrán, de hecho, comprar directamente comicios, eludiendo vías indirectas más complejas. Es bien sabido que las contribuciones empresariales, en ocasiones envueltas en paquetes complejos, pueden inclinar la balanza en las elecciones y, así, dirigir la política. La Corte acaba de entregar mucho más poder a ese pequeño sector de la población que domina la economía. La Teoría de inversiones de política, del economista político Thomas Ferguson, ha constituido durante mucho tiempo un exitoso pronóstico de la política gubernamental. La teoría interpreta las elecciones como ocasiones en las que segmentos del poder del sector privado se unen para invertir en el control del Estado. La decisión del 21 de enero refuerza los medios para socavar la democracia funcional. El trasfondo es revelador. En su disensión, el juez John Paul Stevens admitió que "desde hace tiempo se ha sostenido que las corporaciones están amparadas por la Primera Enmienda [la garantía constitucional de la libertad de expresión, que incluye el derecho a apoyar a candidatos políticos]". A principios del siglo XX, teóricos legales y tribunales implementaron un fallo de la Corte de 1886 mediante el cual las corporaciones -esas "entidades colectivistas legales"- debían tener los mismos derechos que las personas de carne y hueso. Este ataque al liberalismo clásico fue condenado con rotundidad por la especie en extinción de los conservadores. Christopher G. Tiedeman describió el principio como "una amenaza a la libertad del individuo y a la estabilidad de los estados americanos como gobiernos populares". En su trabajo de historia sobre la ley, Morton Horwitz escribe que el concepto de personalidad corporativa evolucionó a la par que el desplazamiento del poder de los accionistas hacia los gerentes y, finalmente, condujo a la doctrina de que "los poderes de la mesa directiva son idénticos a los poderes de la corporación". En años posteriores, los derechos corporativos se expandieron mucho más allá que los de las personas, particularmente mediante los mal llamados "acuerdos de libre comercio". Bajo esos acuerdos, por ejemplo, si General Motors establece una planta en México, puede exigir ser tratada igual que una empresa mexicana (trato nacional), a diferencia de un mexicano de carne y hueso que pretendiera en Nueva York un trato nacional o, incluso, los mínimos derechos humanos. Rivales del Gobierno Hace un siglo, Woodrow Wilson, en aquel entonces un académico, describió un Estados Unidos en el que "grupos comparativamente pequeños de hombres", gerentes corporativos, "ejercen un poder y control sobre la riqueza y las operaciones de negocios del país", convirtiéndose en "rivales del propio Gobierno". En realidad, esos grupos pequeños se han convertido cada vez más en los amos del Gobierno. La Corte Suprema les da ahora un alcance aún mayor. El fallo de 21 de enero llegó tres días después de otra victoria para la riqueza y el poder: la elección del candidato republicano Scott Brown para reemplazar al finado senador Edward M. Kennedy, el león liberal de Massachusetts. La elección de Brown fue presentada como una "rebelión populista" contra los elitistas liberales que manejan el Gobierno. Los datos de la votación revelan una historia diferente. Una asistencia alta de votantes de los suburbios ricos y baja en las áreas urbanas demócratas contribuyeron a la victoria de Brown. "Un 55% de los votantes republicanos dijo estar muy interesado en la elección, en comparación con un 38% de los demócratas", según la encuesta de The Wall Street Journal/NBC. De manera que los resultados fueron, en realidad, una revuelta contra las políticas del presidente Obama: para los ricos, no estaba haciendo lo suficiente para enriquecerlos aún más, en tanto que para los sectores pobres estaba haciendo demasiado en favor de los poderosos. La ira popular es perfectamente comprensible, dado que los bancos están prosperando gracias a los rescates, mientras que el desempleo se ha elevado al 10%. En el sector de la manufactura, uno de cada seis está sin trabajo: un desempleo en el nivel de la Gran Depresión. Con la financialización creciente de la economía y el desplome en la industria productiva, las perspectivas de recuperar los tipos de empleo que se perdieron son sombrías. La salud pública Brown se presentó como el voto 41 contra el programa de salud pública; esto es, el voto que podría socavar el dominio demócrata en el Senado de EEUU. El programa de atención médica de Obama fue, en efecto, un factor en la elección de Massachusetts. Los titulares están en lo correcto cuando informan de que el público se está volviendo contra el programa. Las cifras de la encuesta explican por qué: porque la iniciativa no llega lo suficientemente lejos. El sondeo de The Wall Street Journal/NBC reveló que la mayoría de los votantes desaprueba el manejo del sistema de salud tanto por los republicanos como por Obama. Estas cifras están en la línea de otras encuestas nacionales recientes. La opción pública de la salud es apoyada por el 56% de los encuestados y el acceso a Medicare a los 55 años de edad, por el 64%; pero ambas iniciativas fueron abandonadas. Un 85% opina que el Gobierno debería tener el derecho de negociar los precios de los medicamentos, como en otros países; sin embargo, Obama garantizó a las grandes industrias farmacéuticas que no elegirá esa opción. Amplias mayorías de ciudadanos están a favor del recorte de costes, lo que tiene sentido: el coste per cápita en EEUU por atención médica es aproximadamente el doble que en otros países industrializados y los resultados en términos de salud están en el extremo inferior. Pero el recorte no puede ser emprendido seriamente cuando se trata con gran generosidad a las compañías farmacéuticas y el sistema de salud está en manos de aseguradores privados prácticamente sin regulación -un sistema costoso, peculiar de EEUU-. El fallo del 21 de enero eleva nuevas e importantes barreras para superar la grave crisis del cuidado de la salud o para afrontar asuntos tan críticos como las inminentes crisis ambiental y energética. La brecha entre la opinión pública y la política pública es cada vez mayor. Y el daño a la democracia estadounidense es tan grande que difícilmente se puede exagerar. *Noam Chomsky, distribuído por The New York Times Syndicate.