martes, 29 de marzo de 2011

EL REGRESO DE ARISTIDE A HAITÍ: LA TRAVESÍA DE UNA LARGA NOCHE QUE SE HIZO DÍA

Por Amy Goodman

En la madrugada del 17 de marzo, el ex presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide abordó un pequeño avión junto con su familia en Johannesburgo. A la mañana siguiente llegó a Haití. Habían pasado más de siete años desde que fue secuestrado de su casa en Haití tras un golpe de Estado que contó con el apoyo de Estados Unidos. En 2010, Haití fue azotado por un terrible terremoto que dejó un saldo de más de 300.000 muertos y un millón y medio de personas sin hogar. Una epidemia de cólera llevada al país por las fuerzas de ocupación de la misión de Naciones Unidas podría haber contagiado a casi 800.000 personas. La mayoría de la población vive con menos de un dólar diario. Ahora Aristide, por lejos la figura más popular de Haití en la actualidad y el primer presidente electo democráticamente de la primera república negra del mundo, regresó a su país. “Bon Retou Titid” (“Buen retorno, Titid”, la forma afectuosa para referirse a Aristide) decían los carteles y coreaba la gente en Puerto Príncipe, mientras miles se congregaron para acompañar a Aristide desde el aeropuerto Toussaint L’Ouverture hasta su casa. L’Ouverture encabezó el levantamiento esclavo que fundó Haití en 1804. Tuve la oportunidad de viajar junto con Aristide, su esposa, Mildred, y sus dos hijas desde Johannesburgo a Haití en el pequeño avión proporcionado por el gobierno de Sudáfrica. Fue mi segundo vuelo junto a ellos. En marzo de 2004, la familia Aristide intentó regresar del exilio forzoso en la República Centroafricana, pero nunca logró regresar a Haití. El entonces Secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, y otros funcionarios estadounidenses advirtieron a Aristide que se mantuviera lejos del Hemisferio Occidental. La familia Aristide no hizo caso a dicha presión, e hizo una parada en Jamaica antes de viajar a Sudáfrica, donde permaneció hasta el fin de semana pasado. Justo antes de las elecciones de este domingo en Haití, el Presidente René Preval le dio a Aristide el pasaporte diplomático que le había prometido hacía mucho tiempo. Dos meses antes, el 19 de enero, el entonces portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, P.J. Crowley, escribió en Tweeter, en referencia a Aristide: “Hoy Haití necesita mirar hacia el futuro, no al pasado”. Mildred Aristide se sintió indignada por este comentario. Cuando la entrevisté en el avión, minutos antes de su regreso a Haití, dijo que Estados Unidos había dicho eso desde que obligaron a su esposo a salir del país en 2004: “Cuando estábamos en la República Centroafricana, alguien nos dio un libro sobre Barthélemy Boganda, el fundador de la República Centroafricana y el precursor de su independencia, porque en última instancia murió antes de que la República Centroafricana lograra su independencia de Francia. Y había una oración en el libro que me dejó paralizada. Se cuestionaba a Boganda por continuar siendo crítico de las relaciones entre la Francia colonial y la República Centroafricana, y le decían 'Estás hablando del pasado'. A lo que Boganda replicó: 'Dejaría de hablar del pasado, si no estuviera tan presente'”. Mark Toner, el nuevo portavoz del Departamento de Estado, dijo la semana pasada: “El ex Presidente Aristide eligió permanecer fuera de Haití por siete años. Que regrese esta semana solamente podría ser considerado como una decisión consciente de tener un impacto en las elecciones de Haití.” Jean-Bertrand Aristide no eligió irse ni permanecer fuera de Haití, y el gobierno de Obama lo sabe. El 29 de febrero de 2004, Luis Moreno, el número 2 de la Embajada de Estados Unidos en Haití, fue a la casa de la familia Aristide y los llevó por la fuerza al aeropuerto. Frantz Gabriel era el guardaespaldas personal de Aristide en 2004. Lo conocí cuando estuve con la familia Aristide en la República Centroafricana, y lo volví a ver el viernes cuando la familia Aristide regresó a Haití. Recordó: “El presidente no se fue voluntariamente, porque todos los que vinieron a acompañar al presidente hasta el aeropuerto eran militares. Yo estuve en las fuerzas armadas de Estados Unidos y se cuál es el aspecto de un oficial de infantería, y también sé cuál es el aspecto de un oficial de las fuerzas especiales. Lo que me llamó la atención fue que cuando abordamos el avión, todos se cambiaron el uniforme y se pusieron vestimenta civil. Y en ese momento supe que se trataba de una operación especial”. Estados Unidos continúo impidiendo el regreso del Presidente Aristide durante los siguientes siete años. Precisamente la semana pasada el Presidente Barack Obama llamó al Presidente sudafricano Jacob Zuma para expresar su “profunda preocupación” ante el posible regreso de Aristide, y presionó a Zuma para que impidiera que viajara. Zuma tiene el mérito de haber ignorado la advertencia. Cables diplomáticos estadounidenses publicados por WikiLeaks revelan que durante muchos años hubo maniobras consensuadas para impedir el regreso de Aristide a Haití, entre ellas el castigo diplomático a cualquier país que ayudara a Aristide, e incluso la amenaza de bloquear el ingreso de Sudáfrica en el Consejo de Seguridad de la ONU. Luego de aterrizar en Puerto Príncipe, Aristide no perdió el tiempo. Se dirigió al pueblo haitiano desde el aeropuerto. Sus palabras tocaron un punto fundamental de las elecciones que acaban de llevarse a cabo en ese país: que su partido político, el partido más popular de Haití, Fanmi Lavalas, está proscrito, fue excluido de las elecciones. Aristide dijo: “El problema es la exclusión, y la solución es la inclusión. La exclusión de Fanmi Lavalas es la exclusión de la mayoría. La exclusión de la mayoría significa que están excluyendo exactamente a la rama sobre la cual todo estamos sentados. El problema es la exclusión. La solución es incluir a todos los haitianos sin discrmininación, porque todos somos personas”. Al reencontrarse con el país que no había visto durante siete años, el Presidente Aristide expresó: “Haití, Haití, cuánto más lejos estoy de tí, más me cuesta respirar. Haití, te quiero y siempre te querré. Siempre”. Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.

Declaración del Grupo "Un mundo sin guerras"

“CON UN ENFOQUE VIOLENTO DE LA VIOLENCIA NO RESULTARÁ LA PAZ”
Nosotros, miembros de Mundo sin Guerras y Sin Violencia estamos horrorizados al ver esta nueva guerra “preventiva”: una acción tanto hipócrita como destinada a fracasar y producir lo contrario. La situación es bastante compleja, pero podemos trazar algunos puntos básicos.

Denunciamos:

- la hipocresía de países occidentales que apoyaron al dictador libio durante años y le vendieron armas para proteger sus propios intereses y ahora por la misma razón quieren atacarlo. Vean como los aviones franceses que ahora atacan a Libia son las versiones más modernas de los mismos Mirage Jets que ya pertenecen a Gadafi! Sin duda cuando todo esto se acabe, Francia irá corriendo a vender versiones aún más nuevas de sus aviones a Trípoli.

- la hipocresía de los países que, aunque manifiestan su preocupación por el bienestar de los civiles en Bengasi, muestran casi completa indiferencia por el bienestar de los ciudadanos de Bahrein y Yemen, donde manifestantes no-violentos son atacados y muertos por las fuerzas armadas cada día, ni que hablar de Costa de Marfil, donde la matanza de inocentes civiles atrapados en una lucha de poder entre dos presidentes ha durado ya meses.

 - y la política de guerra preventiva. Esta política, usada en Irak y otra vez en Afganistán, ha llevado a los militares de los países involucrados a matar cientos de miles de afganis e iraquís, el uso de armas de uranio empobrecido que ha dejado a civiles en vastas áreas de Irak propensos al cáncer, defectos de nacimiento y otros horrores, y lo peor es que parece una situación sin salida y que probablemente llevará a tipos de gobiernos que los EEUU precisamente querían evitar. “Cuando fuerzas algo hacia un fin, produces lo contrario”.

Llamamos a:

- los países involucrados en la misión de la ONU a retirar su apoyo militar para tales acciones de inmediato, - llamamos a los comandantes del ejército Libio a proteger a todos los habitantes de Libia – como corresponde a su función,

- llamamos a todos aquellos opuesto al actual régimen libio a deponer sus armas y buscar métodos no-violentos para lograr sus metas – incluso el dialogo,

- y llamamos a todos los países del mundo a cesar de inmediato cualquier tipo de comercio con el régimen de Trípoli, con las excepciones del suministro de comida, apoyo humanitario y médico – lo que significa NO MÁS COMERCIO DE PETRÓLEO.


Llamamos a que se terminen todas las dictaduras alrededor del mundo y una transición hacia un modelo de gobierno verdaderamente democrático, más allá de los modelos democráticos puramente formales de los países occidentales, basado en principios de paz, no-violencia y la vida humana como valor central, junto con la erradicación de todo tipo de violencia.

Estamos sumamente preocupados por los inocentes civiles de todos lados del conflicto libio que serán muertos por los ataques de la ONU y los ataques de las milicias armadas libias de ambas facciones. Una guerra está en marcha y creemos que si no cesa de inmediato, llevará a un desastre masivo que afectará a todos los países del mediterráneo y más allá.

domingo, 27 de marzo de 2011

Multitudinaria marcha...

Después de años de soledad de los Organismos de Derechos Humanos, la gente sola o agrupada copó la Plaza de Mayo y aledaños a 35 años del Golpe.

Qué tapa!

viernes, 11 de marzo de 2011

Afuera!

El juez Miret fue destituido por complicidad con la dictadura El Consejo de la Magistratura destituyó hoy al camarista mendocino Luis Miret, al término de un jury de enjuiciamiento donde se lo encontró culpable de "mal desempeño" y posible comisión de delitos. Con esta decisión, Miret perdió su jubilación, sus prerrogativas como magistrado nacional y quedará ahora sujeto a la causa penal que se sigue en su contra en Mendoza por delitos relativos a presunto encubrimiento o falta de investigación de delitos de lesa humanidad durante la última dictadura militar. El camarista había sido acusado de mal desempeño de sus funciones en cinco causas vinculadas con delitos de lesa humanidad. Los casos son previos al golpe de Estado y posteriores a 1983. Se lo responsabilizó de inacción a la hora de investigar denuncias por tortura y vejaciones en la D2 mendocina, y de haber cerrado en 1987 una causa por robo de bebés de desaparecidos aplicando la ley de Punto Final, cuando la norma no amnistiaba ese delito. Y, además, de haber investigado en 2007 una denuncia contra el jefe de la VIII Brigada de Montaña de Mendoza, Juan Pablo Saá, de quien era amigo. Miret estuvo suspendido desde septiembre y había pedido su renuncia al Poder Ejecutivo, quien había postergado su intervención por el jury iniciado por el Consejo de la Magistratura. El jury entendió que Miret como juez subrogante tuvo "noticia verosímil y directa de delitos cometidos contra varios detenidos puestos a su disposición a manos de integrantes de grupos de tareas de la policía mendocina". "Puede concluirse sin hesitación que el magistrado debió haber actuado conforme lo establecía la legislación vigente, identificar a los responsables de vejaciones, torturas y robos de los que tuvo conocimiento y sin embargo, omitió toda diligencia procesal en ese aspecto", afirmó el fallo. La referencia es a un grupo de militantes y delegados sindicales detenidos por la policía mendocina en febrero de 1976 y llevados al D2 de Mendoza donde -según relataron en el jury- fueron sometidos a violaciones reiteradas, torturas y otros delitos, precisó la agencia DyN. Miret debió, "ineludiblemente" como juez de instrucción, formar la correspondiente investigación y al no hacerlo mostró "una conducta incompatible con el ejercicio de la magistratura en un acto de mal desempeño y que podría eventualmente constituir la comisión de un delito", algo que es materia de investigación en la justicia federal de Mendoza. El jury advirtió que si bien Miret era juez subrogante -su cargo efectivo era defensor oficial- tenía las mismas obligaciones que los magistrados designados en su cargo y tenía "que actuar de acuerdo a la normativa vigente y que establecía la obligación de investigar delitos de su competencia y denunciar aquellos de los que tomara conocimiento". Miret "dejó librados a su suerte" a los detenidos imputados entonces por delitos de subversión "soslayando el drama del D2 y sin asumir mayores responsabilidades cuando era su deber ineludible hacerlo", consignó el veredicto del jury. Por voto mayoritario y disidencia de dos consejeros, el senador Eric Calcagno y el diputado Jorge Landau, se descartaron los cargos que enfrentaba por cerrar una pesquisa relativa a una beba robada en la dictadura y que recuperó su identidad 30 años después y por lo ocurrido a Luz Faingold, detenida a los 17 años en febrero de 1976, violada y enviada luego a un instituto de menores por Miret. El cuerpo estuvo presidido por el juez Carlos Bossi e integrado por su colega Alejandro Tazza, los senadores Eric Calcagno y José Manuel Cano, los diputados Jorge Landau y Daniel Katz y la abogada Verónica Pedrotti. )aparecido en Página/12. 11.03.2011)

Hasta Siempre, David!

El recuerdo de Jorge Boccanera:
Yo tuve que salir de Argentina a los 23 años y también traté de darle tangibilidad a una situación de duelos múltiples. Y una de las cosas que computan para el haber, está la amistad con David en México, haber armado un diálogo. David llegó a México en 1981; explicaba que la palabra "exilio" no lo convencía porque le sonaba melodramática; prefería decir "quienes estuvimos afuera". Era pudoroso. No hablo de humildad -era consciente de su fuerza intelectual y el lugar que ocupaba en la literatura- pero le escapaba a los escenarios de la figuración. El golpe del 76 lo había agarrado en México de donde regresó en julio pese a voces que le aconsejaban no volver. En una semana tuvo que hacer las valijas de nuevo. Me contó que se cruzó por la calle con el actor Pepe Soriano, quien, sorprendido como si viera un fantasma, le dijo: "tomátela viejo, que vos sos boleta". Se fue a España y se instaló en un barrio madrileño, Salamanca. Cuando abrió las ventanas y vio pintadas que vivaban a Franco se mudó al Escorial. Allí se enteró de la desaparición de sus hijos María Adelaida en 1976 y de Lorenzo Ismael tres años después; primero por una carta y luego una llamada telefónica en una madrugada. Con ese dolor deambuló por Estados Unidos y Europa -España, Italia, Francia, Dinamarca, Alemania- colaborando en algunos medios de prensa y dando clases, hasta recalar en México. Solíamos juntarnos en la casa de Pedro Orgambide; donde terminamos armando junto a Humberto Costantini, Alberto Adellach y José M. Iglesias, la editorial "Tierra del Fuego". Por esos días estaba irreconocible; se había afeitado su característico mostacho argumentando: "no trabajo más de viejito". De los libros que no llegaron a salir y que quedaron en proyecto -varios regresamos al país tras el triunfo de Alfonsín- estaba un ensayo de David sobre Mariátegui y uno mío sobre la obra de Gelman que se publicó diez años más tarde en Buenos Aires. En México, nos encontrábamos en la redacción de la revista Plural cuando me alcanzaba sus colaboraciones. Y confieso que al principio me sentí extraño frente a aquel escritor para mí enorme, que me ponía del lado del interlocutor de una de sus charlas ilustradas, esas que obligaban a circular a la carrera por laberintos en los que me costaba seguirle el paso. ¿Escribía como hablaba? Porque si en su oralidad ondulaban franjas literarias, sus textos estaban articulados por modulaciones (él diría "inflexiones") del habla coloquial. Todo aderezado con una ironía devastadora. Recuerdo una cena en mi casa con el cineasta Renato Leduc, director de "Red, México insurgente". Eran viejos conocidos de épocas en que el mexicano estaba interesado en filmar su novela "Hombres de a caballo". Un lustro después el tema rondaba sobre la posibilidad de llevar al cine, con guión de David, la vida de la fotógrafa italiana Tina Modotti. Cuando le decía que la película "El Jefe", basada en un texto suyo, era uno de sus picos altos, me observaba descreído. Pero cuando insistía en que "El Jefe" era un parteaguas del cine nacional, que prefiguraba un cóctel entre prepotencia y frivolidad, que iba a caracterizar a parte de nuestra sociedad. Las charlas continuaron a mitad de los 80 en Buenos Aires; en su departamento y en la librería Clásica y Moderna, donde solía caer Orgambide con quien David compartía entre otros temas, las figuras de Ezequiel Martínez Estrada y Alberto Ghiraldo, Boedo, Roberto Arlt y González Tuñón. Por mi lado, recuerdo que lo literario iba más por el lado del grotesco y de las voces de ruptura de los años 20, sobre el que yo empezaba a trabajar.
David ya tenía el título de su ensayo: "Vanguardismos y Revolución en América Latina". "Son cosas que uno tiene en carpeta", deslizaba, y hablaba de otro de sus proyectos: "Heterodoxos en América latina", una perspectiva de los intelectuales críticos de Matiátegui a Cooke. Heterodoxos, disidentes, iconoclastas. Expulsados y reprimidos. Indios, anarquistas, socialistas, inmigrantes, más "todos los tipos que van a aparecer el 17 de octubre" y la militancia de los 70. De eso escribía David, las zonas omitidas por la crítica oficial y el canon, "lo santificado", decía, "todo ese mundo de exclusión". Y, por añadidura, del "drama del poder y la crítica del autoritarismo" como señalaría el crítico Noël Salomón a propósito de la novelística de Viñas. Era común encontrarnos en bares o, en los años últimos, en la casa de un amigo común, el músico Ricardo Capellano. Sus historias se filtraban entre cafés o tablitas con asado como cuando en los años 60 cayó en prisión en Venezuela por haber participado en un acto por Cuba y casi lo deportan a la isla Trinidad. Vuelvo al exilio mexicano, y me veo tratando de barajar algo de esos sistemas paradojales que David iba armando cuando desmenuzaba un tema. Y siempre iba a fondo. Enseñaba a pensar con posiciones que no pocas veces eran un convite a debatir. Junto a su consolidada narrativa de ficción, hay que hablar del rigor del análisis y de un modo singular de vincular sus distintos saberes. Nos deja el espectáculo de una conciencia crítica interpelando al sentido común, y una densidad conceptual que de la mano de un lenguaje siempre en movimiento, hicieron de su estilo un modelo. Si el sentido de una vida cabe en una palabra -por ejemplo el "hermanaje" que utilizaba Rodolfo Walsh, ese otro intelectual heterodoxo con el que Viñas solía juntarse en el Tigre- rescato para David el de "fraternal", de uso frecuente en su trato y que desplegaba en una gama que llegaba hasta la "fraternalia".

lunes, 7 de marzo de 2011

jueves, 3 de marzo de 2011

San Vicente

Página12/04.03.2011

“Empezaron a tirar bombas”

Los represores entraron a su casa buscando al periodista. Le gritaron y apuntaron. Ella les dijo dónde vivía “el profesor”. “Fue como una película. Decían: ‘Uno, dos, tres’ y ¡pum! Tiraban como granadas”, recordó uno de sus hijos.

Por Alejandra Dandan

“Señora –le preguntó el presidente del Tribunal, al abrir la audiencia con el protocolo de todos los días–, ¿tiene algún interés especial en la causa o su objetivo es que se haga justicia?” Yolanda Mastruzzo, calabresa, con el dialecto reverberando todavía detrás de cada palabra y sus 77 años de edad, le soltó: “No, si estoy acá por eso; vengo por el susto que nos pegamos esa madrugada, ¿vio?”.

Esa madrugada es la del sábado 26 de marzo de 1977, dentro del mundo de calles de tierra y casas sin tendido eléctrico de uno de los barrios obreros de San Vicente. El día anterior, el periodista Rodolfo Walsh había sido atacado por una patota de la ESMA en San Juan y Entre Ríos. Llegó muerto o casi muerto al centro clandestino.

Mientras dormía, Yolanda oyó sacudones en la puerta, y el grito y la orden de: “¡Salgan todos con las manos levantadas!”. Ella se levantó de la cama de un salto y salió con su marido a la calle, amarrados a una linterna. Ante el paredón de luces y las órdenes, el marido intentó apoyar la linterna en el suelo porque “¡mire si la íbamos a tirar!”.

“¡Así no, carajo!”, les gritaron, y el marido largó todo como pudo. “Eran las cuatro de la mañana cuando en un momento vemos que empezaban a apuntarnos a nosotros, diciendo que nos quedáramos con las manos arriba –explicó–, que nos iban a matar a todos, entonces mi esposo y yo le preguntamos a ese señor qué buscaba.”

Yolanda todavía es ciudadana italiana. No se acuerda su número de documento, pero no puede olvidarse de lo que pasó. Convocada por el Tribunal Oral Federal Nº 5 a cargo del juicio por los crímenes de la ESMA a pedido de la querella de Patricia Walsh, escuchó las preguntas: “Justamente, queremos saber qué le pasó a usted esa noche, si todavía lo recuerda después de tantos años”, preguntó la abogada Myriam Bregman, de Justicia Ya!

“Buscaban a una pareja”, explicó Yolanda. “Discúlpeme –le dijo en ese momento al hombre que la increpó–. Nosotros somos un matrimonio, tengo tres chicos adentro.” Uno de los hombres fue “adentro de la pieza, los chicos estaban llorando abajo de la cama del susto que nos llevamos, y de la parte de adelante de la casa también nos apuntaban a nosotros”.

Hace años, Yolanda declaró ante un Tribunal de Justicia Militar lo que había pasado ese día. Nunca volvió a hacerlo hasta ahora. En esa ocasión mencionó que cuando uno de los uniformados entró a la pieza, intentó buscar a tientas la perilla de la luz. “¿Qué luz?”, preguntó ella, porque en la casa no había luces y en el barrio la gente se iluminaba con el sol de noche. El dato, que volvió a aparecer ayer, siempre fue importante para quienes todavía intentan reconstruir lo que pasó con la casa de Walsh, porque es una señal de que los integrantes del operativo eran de otro lado.

“Esta casa no es la que usted está buscando”, les dijo Yolanda en ese momento, y les señaló la casa del otro lado del cerco. “El hombre es un profesor”, les dijo ella. “¡Ma qué profesor! –respondieron los otros–. ¡Flor de extremistas son!”

Walsh se había mudado a San Vicente en diciembre de 1976 con su compañera Lilia Ferreyra. Para los vecinos, era un profesor de inglés retirado al que cada tanto veían pasar con un changuito de compras y con quien alguno de ellos se paraba a conversar sobre los pájaros. En marzo de 1977, Yolanda llevaba apenas veinte días en el lugar, recién se había mudado. Dijo que a él le decían “Beto” y a ella “Betty”. “¿Alguna característica física? –le preguntaron–. ¿Algo con su color de pelo?” “De eso no puedo decir nada –aclaró–. Un día lo tenía de un color, y otro día de otro.”

Después del cruce, la mandaron adentro de la casa: “Vaya para adentro y escóndase –le dijeron–. Vamos a tirar la casa a bajo”. Y ella obedeció: “Nosotros nos fuimos adentro y empezaron a tirar bombas... Qué sé yo... y yo con los chicos asustados”.

Yolanda dejó de hablar. Estaba nerviosa, dijo. El cuerpo temblando. Esperó. Sacó de su cartera un abanico, pidió “un chiquitito” de tiempo y siguió: “Ay, que estoy nerviosa –volvió a decir–. Mire, recordando todo lo que pasé”.

Yolanda llegó a Comodoro Py con uno sus hijos, uno de los que estuvo esa madrugada debajo de la cama. “Fue como una película”, dijo él más tarde, volviendo a esa noche y a esa casa. “Decían: ‘Uno, dos, tres’ y ¡pum! No sé qué tiraban, tiraban como granadas.”

“Afuera siguieron los tiros”, dijo Yolanda. “¡Estaban por todos lados! Después empezó a llegar gente de otros lugares, nosotros estábamos adentro y no podíamos salir; salimos a las diez menos diez, pero desde las cuatro menos cuarto hasta las diez estuvimos adentro.”

La casa de Yolanda estaba a unos diez metros de la de Walsh, separada por un cerco de alambre de púa. “Poco después empezaron a cargar todo lo que encontraban en la casa –dijo–. Todo lo que pudieron se llevaron con una camioneta y nosotros los escuchábamos desde adentro.” De la casa se llevaron la heladera, la cocina, las latas de conserva y hasta el papel de los baños, dijo. Cuando todo terminó, desde adentro de su casa escuchó la orden de “apaguen la luz”; pero estaba destinada al que manejaba el camión y era para ocultar la carga.

A esta altura, se sabe que además se llevaron los documentos, archivos y cuentos inéditos de Walsh. Yolanda aseguró que los hombres estaban uniformados y tenían boinas; que en la casa quedó de custodio uno de los hombres que la amenazaron al comienzo. Tiempo después, la casa fue ocupada por la madre de un policía de apellido Salas, otro dato que ella confirmó. Al terminar, antes de salir a la calle, seguía pensando, convencida de que esos hombres en algún momento le dijeron que venían de Magdalena. Patricia Walsh pasó a su lado. Le agradeció y aclaró: “Es que nunca decían que venían de la ESMA”.

Yolanda no sabía quién era su vecino. Recién lo supo el año pasado. Ahora anda buscando alguno de sus libros. Todavía no sabe demasiado qué significa Rodolfo Walsh.

El extraño legado de la Historia Libia

Los libios no están desconectados de su historia

Por Robert Fisk *

Pobres libios. Después de 42 años de Khadafi, el espíritu de resistencia no fue tan fuerte. El corazón intelectual de Libia había huido al exterior. Los libios siempre se opusieron a los ocupantes extranjeros como lo hicieron los argelinos y los egipcios y los yemeníes, pero su Amado Líder siempre se presentó como un tipo resistente más que como un dictador. Por lo tanto en su larga parodia del discurso de ayer en Trípoli, invocó a Omar Kukhtar –colgado por el ejército colonial de Mussolini– en lugar de usar el tono condescendiente de Mubarak o Ben Alí. Y ¿de quién iba a liberar a Libia? De Al Qaida, por supuesto. En su Libro Verde, Khadafi hizo un comentario muy interesante. Su servicio de inteligencia, dijo, había ayudado a liberar a miembros de Al Qaida de la prisión de Estados Unidos en Guantánamo a cambio de una promesa de que Al Qaida no operaría en Libia ni atacaría su régimen. Pero la red de Osama bin Laden traicionó a los libios –insistió– y estableció “células adormecidas” en el país.

Hay muchos rumores en el mundo árabe sobre contactos entre la policía secreta de Khadafi y los hombres de Al Qaida, reuniones que tienen la intención de evitar la repetición del levantamiento islamista en miniatura que Khadafi enfrentó años atrás en Benghazi. Y muchos miembros de Al Qaida vinieron de Libia –de ahí el nombre de guerra frecuente de “Al Libi”, que añadieron como un patronímico–. Era natural para Khadafi, entonces, ya que una vez albergó a los grupos palestinos asesinos de Abu Nidal (quienes nunca lo traicionaron), sospechar que el grupo terrorista estaba en algún lugar detrás del levantamiento del este de Libia.

Era sólo cuestión de tiempo, no es necesario aclarar, para que Khadafi recordara a los libios que Al Qaida era un satélite de los mismos mujaidines árabes que fueron usados por Estados Unidos para luchar contra la Unión Soviética en Afganistán. Sin embargo, la feroz resistencia de Libia a la colonización italiana prueba que su pueblo sabe cómo luchar y morir. En “Tripolitania” se esperaba que los libios caminaran por las cloacas si los italianos se dirigían hacia ellos en el mismo pavimento y los fascistas italianos usaban aviones así como tropas de ocupación para dominar a Libia.

Irónicamente, fueron las fuerzas de los británicos y los estadounidenses más que los italianos los que liberaron a Libia. Y ellos mismos dejaron detrás un legado de millones de minas terrestres alrededor de Tobruk y Benghazi que el extraño régimen de Khadafi nunca dejó de explotar mientras los pastores libios seguían muriendo en los viejos campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Así que los libios no están desconectados de la historia. Sus abuelos –en algunos casos sus padres– lucharon contra los italianos; por lo tanto la fundación de la resistencia, una narrativa histórica real, yace debajo de su oposición a Khadafi; de ahí la propia adopción de resistencia de Khadafi –a la amenaza mítica de la brutalidad “extranjera” de Al Qaida– supuestamente es para mantener el apoyo a su régimen.

A diferencia de Túnez y Egipto, sin embargo, las “masas del pueblo” de Libia son una nación tribal más que social. Así, dos miembros de la propia familia de Khadafi –el jefe de seguridad en Trípoli y el oficial de inteligencia más influyente en Benghazi– eran respectivamente su sobrino Abdel Salem Alhadi, y su primo, Mabrouk Warfali. La propia tribu de Khadafi, la Guedaffi, proviene del desierto entre Sirte y Sebha: por lo tanto la región de Libia occidental permanece bajo su control.

Hablar de guerra civil en Libia –el tipo de palabrerío que emerge del Departamento de Estado de Hillary Clinton– es una tontería. Todas las revoluciones, sangrientas o no, son normalmente guerras civiles a no ser que poderes foráneos intervengan, lo que las naciones occidentales claramente no tienen la intención de hacer y la gente de Libia oriental ya dijo que no quiere intervención extranjera.

Pero Khadafi fue a la guerra en Chad y perdió. El régimen de Khadafi no es una gran potencia militar y el coronel no es el general Khadafi. Sin embargo, seguirá cantando sus canciones anticolonialistas y mientras sus equipos de seguridad estén preparados para mantenerse en el oeste del país, podrá exhibirse en Trípoli.

Y una advertencia: bajo las sanciones de la ONU, los iraquíes supuestamente debían alzarse contra Saddam Hussein. No lo hicieron porque estaban demasiado ocupados tratando de mantener a sus familias con vida, sin pan ni agua fresca ni dinero. Saddam perdió todo salvo cuatro provincias en Irak en la rebelión de 1991. Pero las recuperó.

Ahora los libios occidentales viven sin pan ni agua fresca ni dinero. Y Khadafi habló ayer en la Plaza Verde de Trípoli con la misma resolución de “rescatar” a Benghazi de los “terroristas. Los dictadores no se gustan ni se tienen confianza; pero lamentablemente aprenden unos de otros”.

* De The Independent de Gran Bretaña.Especial para Páginal12.(03.03.2011)

Traducción:Celita Doyhambéhère.