jueves, 28 de agosto de 2008

La soja la ligó

La soja la ligó

Por Alfredo Zaiat (Página/12 del 28-08-2008)

Casi en la medianoche de ayer se emitió el programa La Liga en el canal Telefé. El título de la producción no fue nada pretencioso, pero lo suficientemente potente por su significado: “Soja”. El rating que se conoció a las horas siguientes informó que alcanzó los 11,9 puntos, o sea más o menos 1,2 millón de personas miraron, escucharon y probablemente se estremecieron con esa investigación periodística. Más que un punto más o un punto menos que obsesiona al mundo de la televisión abierta, la relevancia de la producción que Cuatro Cabezas puso al aire se encuentra en que fue la primera que rompió el cerco de la desinformación periodística en los espacios de difusión privada, masiva y popular. Durante cuatro meses los dirigentes del sector del campo privilegiado, acompañados de un coro afinado de voceros, se presentaron como los forjadores de la patria y perjudicados por una tibia y necesaria intervención del Estado en la economía vía el mecanismo de Derechos de Exportación móviles a cuatro cultivos clave. Con la invalorable colaboración del silencio, la complicidad y la ausencia de repreguntas de sujetos sociales que debían interpelarlos y legislar, los cuatro Quijotes de la restauración conservadora con su escudero mediático tuvieron éxito en su misión. Ahora están lanzados otra vez a las rutas a una nueva aventura aunque con otro objetivo aún inconfesable. Esto exige entonces visibilizar lo oculto de este conflicto, tarea que el programa La Liga hizo tan comprensible y accesible con testimonios contundentes de productores, trabajadores y habitantes de pueblos agropecuarios en el corazón de la rebelión de la burguesía agraria, en Entre Ríos y Santiago del Estero. Las voces de esos protagonistas fueron esclarecedoras:

- La expansión de la soja está desplazando a otras producciones, como la ganadería.

- La ganancia con la soja es tan desproporcionada con respecto a otros cultivos que se siembra en la banquina de las rutas, que son terrenos fiscales.

- La pérdida de nutrientes de la tierra por la aplicación excesiva de herbicidas y la falta de rotación de cultivos, según un informe del INTA de 2003.

- La acelerada deforestación en Santiago del Estero para cultivar soja.

- La utilización intensiva de agrotóxicos que elevó el porcentaje de cáncer en la población cercana, sobre todo en Entre Ríos. La historia del joven de Basavilbaso, Fabián Tomassi, con innumerables problemas de salud por el glifosato, es desgarradora.

- El desplazamiento de campesinos por el crecimiento de los pools de siembra.

- La explotación de niños banderilleros para orientar a los aviones fumigadores que rocían los campos y también su humanidad, con una paga en negro de 7 pesos por jornal.

- La cínica frase “yo no sé nada, los que tienen que investigar son ustedes” de Alfredo De Angeli al requerimiento de la periodista sobre la contaminación del medio ambiente y el efecto devastador sobre la salud humana del glifosato.

- La poca mano de obra necesaria para ese cultivo que provoca desempleo y expulsión de trabajadores del campo.

- La denuncia de que los mismos laboratorios que fabrican los agrotóxicos son los que elaboran los medicamentos para atender el cáncer que producen.

- Las utilidades extraordinarias reconocidas por el gerente general del puerto de San Lorenzo, en Rosario, Gustavo Nardelli, de Vicentin:

–¿Están ganando mucha plata? –preguntó la periodista.

–Argentina está ganando mucho –contestó.

–¿Ustedes también? –insistió, con el olvidado por muchos y sano ejercicio de la repregunta.

–En estas condiciones internacionales, estamos mejor que nunca –se sinceró Nardelli.

La soja, esta vez, la ligó.

miércoles, 27 de agosto de 2008

JJOO

La llama que se extingue y el humo que queda Todo ha vuelto a la normalidad. Hace menos de una centena de horas el fuego olímpico se extinguió. En pocos días los grandes medios, los spots publicitarios, los periodistas de opinión dejarán de preocuparse por el DEPORTE ARGENTINO, hasta que la Olimpíada culmine y en cuatro años vuelvan los Juegos a disputarse en la nublada Londres y con ellos vuelva nuevamente la hipocresía.
Hoy el espacio destinado al deporte lo vuelven a ocupar aquellos deportes que permiten facturar a las empresas y el resto no interesa. La careta se cae una vez más y no queda más que fútbol, fútbol, fútbol y algunas migajas para tenis, basquet y alguna que otra actividad atractiva desde lo mediático. Atrás quedarán los sentidos comentarios de periodistas inteligentes de porqué Argentina ocupa el lugar que ocupa en cuanto a la cantidad de medallas olímpicas ganadas, del escaso apoyo que el Estado les brinda a los deportistas amateurs y bla bla bla. Resulta curioso descubrir que muchos de los que reniegan del rol activo del Estado en otras áreas, lo reclamen en el deporte para satisfacer su necesidad narcisista de tenerla más grande que otros. La nacionalidad parece quedar seriamente herida cuando son otros los que suben al podio. La sociedad argentina no es ajena a este fenómeno: no ve al deporte como un derecho y permitió que sistemáticamente se destruyera una larga tradición deportiva de la grande y de la pequeña cuando desaparecieron clubes barriales, sociales, canchitas, parques municipales etc. etc. La escuela era para muchos el único reducto en el uno podía iniciarse en el deporte y ha sido desarmada para éste y otros fines. Si hay programas, éstos son gotas de agua en el desierto o simples elementos para que algunos políticos muestren lo buenos que son. Claro está que nuestra sociedad está muy fragmentada y el deporte no representa los mismo: hay un sector muy importante de la sociedad que no hizo o hace deportes porque para hacer eso hay que comer. Hay otro sector que se ha refugiado en la tecnología y la virtualidad: no resulta fácil sacar los jóvenes de la comodidad de estar sentado frente a una pantalla, moviendo una tecla o un control remoto simulando jugar o siendo espectador. Hoy el deporte parece ser una contracultura. Y hablo de deporte y no de este extremado fervor fetichista de mostrar cuerpos bellos y trabajados que nos ha invadido de un tiempo a esta parte. Son muchos los que hablan de "deporte social" separándolo del "deporte competitivo", pero esa resulta ser una versión equivocada o sencillamente interesada. El deporte social es una nebulosa que no puede mensurarse, especialmente si no se hace en el marco de un plan. Ponerse a pensar parece una utopía, pero para resolver este y otros temas, no queda otra. Hay ejemplos que se sostienen en el tiempo porque hay constancia en las acciones y coherencia como el caso de Brasil. Las ideas son poderosas y más cuando están asociadas a la acción. El deporte hoy ocupa un lugar preponderante y los deportistas son referentes para la sociedad. Con sus acciones los deportistas generan valores. Es por eso que el deporte social no está separado del deporte competitivo o superprofesional. No es dato menor que si se le pregunta a la sociedad con qué deportista/s se identifica/n más de estos últimos Juegos Olímpicos señalen a los ciclistas Walter Pérez y Juan Curuchet y al seleccionado de basquet y no al seleccionado de fútbol, en un país mayoritariamente futbolero por convicción y por aplastamiento mediático. Estos dos deportes, el ciclismo y el basquet, aunque minoritarios, no son deportes de élites, como lo son el hockey o el rugby. Tienen una larga tradición en el país y mostraron en estos últimos JJOO un mensaje que la sociedad tomó como propio: que el sacrificio , el esfuerzo, la perseverancia, la solidaridad y el espíritu de equipo puede enfrentar las dificultades más grandes y lograr resultados sin renunciar a las convicciones. Eso se llama compromiso. Y es hora de practicarlo y dejar de ser espectadores.

martes, 26 de agosto de 2008

Vergüenza de clase

Vergüenza de clase
Alejandro Seselovsky / 06.08.2008
Jamás se me ocurriría mandar a la concha de su madre a la clase media queputeaba a los piqueteros porque la hacían llegar tarde. Jamás, de ninguna manera, se me ocurriría mandar un poquito bien a la concha de su madre a la clase media de Buenos Aires. Inflo el pecho para decirlo: mi clase media. La que ahora se siente satisfecha de sí misma cuando boquea con suficiencia su nueva y tan saludable proclama: ¡Qué bien Cobos! La clase media que puteaba a los piqueteros del hambre porque la hacían llegar tarde a la terapia y que ahora se compra la banderita y va al acto del campo para sentirse solidaria, para sentirse una hermana federal. La que lee La Nación en el barcito de GEBA y que siente que Grondona ya fue, pero qué bien este Joaquín Morales Solá, cómo piensa. O lee Crítica de la Argentina , y entonces lo que piensa es qué bien el gordo, cómo le pega a estos turros. La que de ninguna manera se espanta con los negros que llegan en los camiones del conurbano pero en el fondo preferiría que hubiera menos camiones, menos negros y de paso menos conurbano. Así, de un plumazo, que no hubiera: por qué tiene que seguir habiendo. La que putea a los chicos del call center cuando el celular no le manda bien los mensajes de texto. La clase media que en el 95 votó a Menem porque se quería seguir yendo a Nueva York con los 1000 pesos de su salario dolarizado mientras rosarinos desclasados carneaban vacas sobre la avenida Circunvalación o neuquinos expulsados de sus empleos tras la privatización deYPF cortaban caminos en Cutral Có, pero que cuando le tocaron los plazos fijos sintió que lo que le estaban tocando era el culo, y salió a cacerolear porque con el hambre de gente que vive en esos taperíos no sé, pero con los plazos fijos no se jode. Esa mezquina, desmemoriada, garca, egoísta, autoindulgente, vigilante y un poco bastante gallina clase media que se indigna con la marca de la cartera de nuestra señora presidenta, que ve allí, en esa exaltación del consumo por el que muere mil veces, los grandes males de la patria. Y entonces se sube con la virgencita a gritar Argentina, Argentina y le estampa un beso a Luciano Miguens y le agradece por defendernos del gobierno que le cae mal: cuestión de piel,¿viste? Nos cae mal. La clase media vecinalista que está pensando en los destinos del país y que cree fervientemente que nos vamos a ir para arriba el día que saquen a patadas en el culo a todos los cuidacoches de Palermo, porque te rayan el auto y el auto de la clase media es la proyección de un ser supremo nacional, incluso por encima de los plazos fijos, fíjense. En el 82 llenó la plaza porque creía en sus generales y en que la guerra era una guerra ganada y en 2004 le firmó las papeletas al ingeniero Blumberg porque creía que de verdad era ingeniero y que iba a terminar con la inseguridad, es acosa mala que inventaron los pobres y sobre la cual la clase media no siente que tenga ninguna responsabilidad social, por qué iba a tenerla. Supongo, como ya ha supuesto el chico Salmón en uno de esos talk songs radiográficos que tiene, que será el destino divino, tan fino, tan occidental y cristiano. Cosmopolita y parisino. Tan típico Matute pero no el de Don Gato. Supongo que el vigilante argento además es barato: además es barato. Y que así deber ser el estilo tan fino, del vigilante medio argentino. Nací y crecí en esa clase media. La que vive en barrios con poca voluntad deserlo. (San Juan y Boedo es la esquina de un barrio, y no hay Norte que alcance para convencerme de que Laprida y Mansilla es la esquina de otro, mal que le pese a la memoria de Xul Solar). La clase que se siente bien de sí misma porque no se mete en política, nunca se ha metido, siempre fue antiperonista. A esa clase le conozco sus clubes y sus colegios. Yo soy ella, así que no, jamás. Mandarla a la concha de su madre. Cómo se me va a ocurrir.
Alejandro Seselovsky nació en Rosario en junio del 1971. Es porteño por adopción. Estudió periodismo en la UCA y Letras en la UBA. Escribió para Clarín, Diario Perfil, Página/12, Gatopardo, La Mano, Gente. Publicó el libro "Cristo llame ya" (Norma 2005). Actualmente trabaja en Rolling Stone.

lunes, 25 de agosto de 2008

DEPORTE y POLITICA

Jugar hasta la victoria siempre (Página/12 . Domingo 24 de agosto de 2008)
Nació al calor de la crisis del 2001-2002, como un lugar de contención para los pibes más humildes de José C. Paz y San Miguel. Como en la liga local no les permitieron el nombre, se rebautizaron como Elche, homónimo del club español.
Por Nacho Levy
Todavía con el eco de las cacerolas y el país en carne viva, en los albores de 2002, cuando hasta los Planes Jefes y Jefas se exiliaban de los hogares más castigados del conurbano bonaerense, un puñado de vecinos comenzó a reunirse en el límite de San Miguel y José C. Paz, con el fin de armar un proyecto social para contener a sus pibes. El puntapié inicial fue golpear la puerta del club barrial más cercano, Parque Jardín, para que todos los chicos pudieran tener la oportunidad de jugar ahí, pero jamás se abrió, “porque según nos dijeron, muchos de los pibes no alcanzaban el nivel futbolístico que se requería para competir”, recuerda Omar Sosa, uno de los emprendedores de esa iniciativa. Y fue entonces que nació un nuevo club, sobre la basura de un terreno baldío lindero al que los había rechazado. Por qué no, se preguntaron ese día. Por qué no fundar un nuevo espacio comunitario, con las puertas abiertas para todos. “Y por qué no llamarlo El Che”, se preguntó Omar Sosa. “Si hay un club que se llama Colón y otro que es Deportivo Roca, en alusión a un genocida, ¿por qué no tomar el nombre de una persona que simboliza la solidaridad y la lucha de los pueblos?”, insistió, y el círculo de padres adhirió. Hoy el Club Social y Deportivo El Che brota sobre las tierras del viejo basural, alumbrando la sombra del club vecino, en la esquina de Pichincha y Rivadavia. Allí juegan unos cien chicos, en distintas categorías, desde los 6 a los 15 años. A la hora de enfrentar el escritorio de la Liga Municipal de José C. Paz, para anunciar que “El Che” tenía equipo, aquel sueño de Omar, junto a Jesús Gómez, Walter Farías, Javier Domínguez, Diego Ojeda, Adriana Salazar, Orlando Medina y algunos vecinos más, encontraría su primer traspié. “Nos inscribirnos con nuestro nombre –recuerda Sosa–, pero el día del sorteo del fixture nos enteramos de que estábamos anotados como Defensores de Parque Jardín. Alguien ahí nos rebautizó y, cuando preguntamos por qué, no nos dieron respuesta y nos ofrecieron camisetas gratis si usábamos otro nombre. El argumento era que no podíamos participar así, porque le estábamos dando un tinte político a una liga deportiva.” Como si prohibir el nombre del Che no se lo diera, el debate se sostuvo unos días, hasta que Omar sugirió otra opción: “Les propuse que usáramos el nombre de un equipo de España y dijeron que sí, porque se imaginaron que íbamos a ponerle Barcelona o Real Madrid”. Pero no. Elegimos el nombre de un equipo de Alicante: Elche. Y así quedamos fichados. Para ellos es ‘Elche’. Para nosotros, es ‘El Che’”. Formalmente, todavía no se había presentado la otra insignia de la identidad futbolera, la camiseta. De fondo rojo, con vivos negros y sin publicidad, luce en el pecho la foto histórica de Korda al rostro del Che. “En la previa del primer partido, nos avisaron que no podíamos jugar con esta camiseta. Y como insistimos, nos pidieron que tapáramos la cara del Che. Entonces, les pusimos unos ‘velcros’ a las remeras, con un parche de tela que los pibes se sacaban no bien terminaba el partido. Después se fueron saliendo esos ‘abrojos’, y eso llevó a preguntar de nuevo el porqué de la prohibición, pero como ni ellos lo saben, quedó así”. Los mecanismos del financiamiento genuino que tiene el club están en vidriera un domingo cualquiera, cuando El Che juega de local. Un padre llega a las 7 de la mañana para pintar las canchas. Una madre va a comprar las bebidas que se van a vender. Y en el fuego, varios vecinos pelean por darles color a los chori, mientras otros se encargan de cobrar una entrada de 3 pesos a quien pueda abonarla. Con esos fondos, se pagan las pelotas, las camisetas y los boletos para viajar de visitante, además de los 200 pesos mensuales para los trofeos de fin de año y los 140 que le deben pagar al árbitro, en cada partido como anfitriones. “Todo se comparte en este club, porque nosotros para empezar compartimos pobreza, y eso lo pueden ver. No tenemos ayuda económica y posiblemente nunca la tengamos. Cuando hay un acto político-partidario, ni nos mandan micros para ir, porque no estamos de acuerdo con esa lógica y, al estar casi fuera de ese sistema, se hace difícil todo.” Seguirá siendo difícil, dice Javier Domínguez, mientras las propuestas pretendan violar el protagonismo comunitario que le da vida al club: “No vamos a cambiar un sponsor por la cara del Che. Preferimos seguir remando, sin negociar nuestra identidad”. Calles de tierra marcan las arterias de San Miguel en los alrededores del club, que todavía no tiene vestuarios, ni buffet. “Al lado sí tienen todo eso, y por eso los chicos guardan cierto recelo de no haber podido jugar ahí. Se hizo una especie de clásico, pero nos llevamos bien y tratamos de convivir porque somos vecinos”, resalta Omar, que para graficar la infraestructura de su club apela al clásico “estamos en la lona”. Pero en este caso es literal. Una lona blanca marca los contornos del predio los días de partido, envolviendo la cancha y el mural con la cara del Che que da la bienvenida al potrero. “Estamos justo en el límite de San Miguel con José C. Paz, aunque en realidad es el centro, el centro de la pobreza de dos barrios marginados, que nos encontramos aquí en el medio de la crisis a la que nos llevó el neoliberalismo”, explica Sosa. Y mientras camina por la tierra del potrero, entre los gritos de los pibes y el humo de los chorizos, aclara que “siempre les pedimos que saquen fotocopias del boletín escolar y, si uno decae en la escuela, va al banco. La tabla de posiciones no la miramos mucho, porque no trabajamos para eso. Quizá no salgan pibes para Boca, ni para River, pero creemos que estudiar es un modo de liberarse.” Camino a la liberación, la construcción es incipiente, y eso también es un problema. “Más que fútbol, preferimos dar clases de apoyo de matemáticas o lengua, pero al no tener un espacio físico cerrado, no es fácil: tenemos que ir a la casa de los chicos”, dice Omar, que frena el relato para controlar el fuego de la parrilla y lo retoma para afirmar que “la idea es hacer un taller, que sirva como vestuario y como salón para cumpleaños o velatorios. Pero eso sale plata”. Todo el capital es el trabajo vecinal y colectivo. Sobre todo, colectivo: “Para ir de visitante, muchas veces subimos a los bondis y decimos que se nos rompió el micro, porque no tenemos para viajar. Depende de la buena voluntad del chofer, pero lo bueno sería que alguien se hiciera cargo de los pibes, y no sólo de los nuestros”. Poco a poco, El Che también se convirtió en un espacio de encuentro para los vecinos, en la militancia social. “Hemos hecho muchas cosas juntos –asevera Sosa–, como arreglar las veredas y otras tareas comunitarias.” Quizá por eso, Ricardo Farías, entrenador de una de las categorías, se emociona cuando habla del club. “Es un sentimiento. Yo laburo en la calle, de cartero. Gano 30 mangos por día, y me voy a todos lados con la camiseta de El Che, y eso que yo no tengo pibes.” Dos minutos después, se rectificará: “Perdón, poné que sí. Tengo ocho, los ocho de mi categoría, y hoy que jugamos de local tengo 150”. Mamá de cuatro jugadores, Adriana Salazar conoció por el club a muchos vecinos, y también al Che: “Me puse a leer su historia cuando llegué a este lugar, donde todos tenemos voz y voto. Hoy lo admiro, y cuando cierro los sobres con los resultados que se mandan a la liga, donde nos hicieron poner Elche, escribo bien grande: ‘El Che’.” La meta no está en emular a ningún club de la AFA. Y, según Omar, está puesta en evitarlo: “No soñamos con participar en la AFA, ni nada de eso. Apostamos a que nuestros pibes continúen este trabajo barrial el día de mañana, porque creo que eso les va a doler más a la AFA y a la FIFA que un triunfo de El Che en la Bombonera”. Día a día, con esa premisa, estudian el modo de crecer sin negociar la esencia que los hizo nacer para transformar la realidad. “Acá ganar o perder es relativo –dice Sosa–, porque nuestros pibes ya perdieron muchas cosas y posiblemente sigan perdiendo posibilidades de estudiar o de trabajar. Entonces, no podemos exigirles que salgan a ganar a una cancha. Salimos a divertirnos y a compartir.” Todo se comparte, desde el cielo hasta el suelo, tierra para los pies que la trabajan. “No sabemos de quién serán las tierras de la canchita, pero la gente del barrio nos respeta el lugar, porque sabe que es un espacio de los pibes.” La inseguridad también es el tema de cabecera en San Miguel, la menos mediática. “Nuestra inseguridad pasa por no saber si los chicos podrán estudiar. Seguramente a varios les conviene que nuestros pibes no estudien y estén drogados, para poder llevarlos más fácil. Por eso, combatimos contra el paco y la exclusión, pero luchamos contra un sistema ya implantado y eso no es fácil.” No se trata de concentrar el sacrificio vecinal para alquilarlo en una vidriera publicitaria. Se trata de aumentar la participación, para transformar la sociedad. “En la misma liga, hay otros clubes pobres y cuando alguno no presenta el equipo en alguna categoría, no les cobramos los 30 pesos de multa, porque sabemos lo que cuesta. No queremos arreglar sólo nuestra situación. Si todos estamos bien, el club también va a estar bien”, remarca Sosa. Con la mirada puesta en la acción comunitaria, hasta el clásico rival, el club vecino que excluyó a los pibes a comienzos del 2002 está incluido en el porvenir que se persigue. “Tratamos de convivir bien, porque al margen de cómo trabajemos en cada club, compartimos un montón de cosas por ser vecinos –asegura Omar–. A veces nos da bronca que se lleven a los mejores jugadores, pero utilizamos los espacios que van quedando libres para incorporar a nuevos pibes que no tendrían lugar en otro club.” A puertas abiertas, a puños cerrados, sigue naciendo El Che, en la búsqueda de San Miguel, en la búsqueda de Omar. “Trabajamos por los chicos y por el Hombre Nuevo del que tanto hablaba Guevara. En cada pibe hay un hombre nuevo. Sólo hay que luchar para sacarlo.” //

sábado, 9 de agosto de 2008

Búsquedas: la vuelta a la naturaleza o una forma de horadar la piedra central del capitalismo

Thoreau, Vedder, la banda de sonido de película Into the wild y a propósito de la crisis de todas las crisis I
Hard Sun
When I walk beside her
I am the better man
When I look to leave her
I always atagger back again Once
I built an Ivory tower
So I could worship from above
When I climbed down to be set free
She took me in again
When she comes to greet me
She is mercy at my feet
When i see her (bitter) charm
She just throws it back again
Once I dug an early grave
To find a better land
She just smiled and laughed at me
And took her blues back again When I go to cross that river
She is comfort by my side
When I try to understand
She just opens up her hands
Once I stood to lose her
When I saw what I had done
Bound down and threw away
the hours of her garden and her sun
So I tried to warm her I turned to see her weep
Forty days and forty nights
And it´s still coming down on me
CHORUS:
There´s a big a big hard sun
Beating on the big people
in the big hard world

GRANDES

Reaparecieron a finales de los 90 , cuando su música, guardada como gemas preciosas en sus corazones, gargantas y manos, reapareció por acción de Ry Cooder y compañía. Seguramente disfrutaron de su nueva primavera, mostrando sus raíces a nuevas generaciones para quedar en la memoria ...