jueves, 27 de marzo de 2008

Folklore

Los Nocheros, Jorge Rojas, Soledad y el Chaqueño Palavecino, son los principales referentes del folklore argentino. Su presencia en cualquier escenario de país, hace que las entradas se agoten rápidamente sin importar si se presentan en un estadio, teatro o festival. Los medios cubren sus actuaciones con devoción y les dedican buena cantidad de minutos o centímetros de papel cada vez que se presentan o editan un nuevo disco. Lógicamente el nivel de ventas discográficas es enorme, compitiendo en cantidad con cualquier estrella de rock o pop, tanto nacional como foránea. También son habituales ganadores de los premios que la industria discográfica o cultural otorga al género. Son sin dudas referentes del cambio generado en la década pasada dentro del folklore, suplantando en presencia a una serie de grupos y solistas que florecieron allá por los años 60 y 70 y que perduraron hasta los 90. Pese a todos estos méritos descriptos, el prestigio de ninguno de ellos está a la altura de los Chalchaleros, Los Fronterizos, Jorge Cafrune, Los Huanca Hua y otros. Tampoco de Mercedes Sosa, quien permanece firme como la mejor intérprete del folklore, pese al paso de los años y los achaques. Es más, en el último festival de Cosquín, y en una producción especial de la Revista Viva de Clarín, Soledad "atrajo" la cercanía de Mercedes Sosa, en un esfuerzo por reposicionarse en el mercado. No se habla de otra cosa que de gustos, así que no hace falta pedir permiso para hablar del nivel compositivo e interpretativo de Los Nocheros, Soledad, Jorge Rojas y del Chaqueño Palavecino: todo suena absolutamente igual, no importa si se trata de una zamba buena o regular. La capacidad destructiva de esta gente de las sutilezas de los ritmos folklóricos es enorme; el poncho revoleado al aire, la permanente arenga al público para que aplauda, es una constante que pone de manifiesto lo mismo que ocurre con el "rock chabón" o el "rock barrial"; con el fin de "democratizar " la música, se recurre a la demagogia, haciéndole creer al público que participa de un show, del cual sólo recibe beneficios los que están arriba del escenario y detrás del mostrador. (En otra ocasión habrá que referirse al tema de las representaciones y la búsqueda de identidad en nuestra sociedad) Es tan poderosa la imagen que proyectan estos músicos, que la mayoría de los grupos jóvenes quieren parecerse a ellos y lo logran: toda canción termina pareciéndose a un huayno o en el mejor de los casos a un carnavalito, se canta todo igual (¿para qué cuatro cantantes, si cantan los cuatro igual? ¿Seguirán con el canto gregoriano?)se piden palmas.... Cosquín fue un claro muestrario de este fenómeno, aunque hay que señalar que las autoridades actuales de ese festival, a diferencia de lo que sucedía en otros tiempos, permiten que grupos y solistas de diferente extracción se presenten en el escenario de la plaza Próspero Molina. El lugar de los cantantes acompañados con una guitarra parece estar en el pasado, pues parece que el público se acostumbró a otra cosa y no a los acordes de una guitarra y unas buenas letras como las que entonaban Carlos Di Fulvio o Alberto Merlo. Sin embargo, aunque no alcancen el nivel de ventas de estos, un grupo de folkloristas, mantiene una cercanía mayor con las raíces y suenan creíbles, sin necesidad de disfrazarse de gauchos, colándose por las grietas de un mercado demasiado mercado y poco preocupado en vender calidad. El prestigio de Peteco Carabajal (que hace de cada una de las chacareras que interpreta, una composición magistral) y el grupo que gira en su cercanía (Roxana Carabajal, dúo Coplanacu, Raly Barrionuevo), Raúl Carnota, Liliana Herrero, entre otros, mantiene el nivel musical que supo tener esta música antaño. La Juntada: Somos nosotros

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