martes, 30 de noviembre de 2010
La libertad de empresa, según los 5 grandes...diarios
El filtro de los cinco
Por Eduardo Febbro
Desde París
Las condiciones en que cinco de los grandes diarios del mundo publicaron los telegramas provenientes de la diplomacia norteamericana y facilitados por el portal Internet WikiLeaks parecen inaugurar una nueva práctica de difusión de la información. Según se desprende de los relatos ofrecidos por periodistas de The New York Times, El País, Le Monde, Der Spiegel y The Guardian, las cinco publicaciones se pusieron de acuerdo entre ellas antes de hacer público el contenido de la información, llegaron a una suerte de pacto con el portal WikiLeaks y, antes de publicar los documentos, advirtieron al Departamento de Estado. En suma, contrariamente a lo que ha ocurrido en otras ocasiones con este portal de informaciones confidenciales, esta vez el contenido difundido ha sido prefiltrado por los cinco diarios e incluso remitido a la administración estadounidense. En un chat con sus lectores, Javier Moreno, director de El País, dice: “No hemos llegado a ningún tipo de acuerdo con el gobierno de EE.UU., a quien, sin embargo, sí se le informó con carácter previo. También a la Embajada de Estados Unidos en España”.
Sylvie Kauffmann, directora de la redacción de Le Monde, adelantó que los cinco diarios intercambiaron “muchas informaciones, análisis y peritajes” y se pusieron “de acuerdo en torno de un programa de publicación”. La misma fuente explicó que el grupo de los cinco llegó a un acuerdo sobre la publicación de los memorandos y que “son esos memos, corregidos por nosotros, los que WikiLeaks puso en Internet”. Marcel Rosenbach, periodista en el Der Spiegel, aporta algunos detalles suplementarios sobre esta curiosa aventura de periodismo de refritos entregados por una fuente y difundidos por otros luego de un estricto control. Rosenbach contó que “todos los diarios concernidos analizaron el material independientemente unos de otros”. No obstante, Sylvie Kauffmann, del vespertino Le Monde, dio cuenta de reuniones entre los rotativos, la mayoría de las cuales tuvieron lugar en Londres para un trabajo que, y así lo precisa el periodista de Der Spiegel, se llevó a cabo “durante varios meses”.
La directora de la redacción de Le Monde aclaró que “unas 120 personas” trabajaron en esos documentos de manera protegida”. En un editorial firmado por Sylvie Kauffmann, la periodista escribe: “En común, los cinco diarios editaron cuidadosamente los textos brutos utilizados para retirar todos los nombres e indicios cuya divulgación podía acarrear riesgos para las personas físicas. Le Monde también ofreció a los responsables norteamericanos expresar sus puntos de vista en nuestras columnas”.
De estas justificaciones se desprende otra evidencia: los cinco periódicos actuaron como verdaderos agentes de comunicación del Departamento de Estado. Hicieron el trabajo de limpieza en lugar de los servicios de Hillary Clinton. En suma, en nombre de la libertad de expresión y todos los bellos argumentos, The New York Times, Der Spiegel, El País, Le Monde y The Guardian publicaron lo que sólo ellos juzgaron conveniente, borraron los nombres que ellos consideraron oportunos y, antes de hacer todo el asunto público, consultaron con los representantes del Departamento de Estado. La responsable de la redacción de Le Monde cuenta por ejemplo que “tuvimos entrevistas corteses y civilizadas” con las respectivas embajadas norteamericanas. Luego, en el editorial, escribe: “The New York Times informó a las autoridades norteamericanas sobre los telegramas que contaba utilizar y les propuso que le presentaran las preocupaciones que podrían tener en materia de seguridad”.
Al parecer, WikiLeaks sólo tiene confianza en los grandes medios de comunicación de un puñado de países. El resto del planeta, concernido por su material, quedó excluido. Resulta, no obstante, un poco hipócrita constatar que estos cinco representantes de la libertad de expresión y de la democracia trabajaron estrechamente con los poderes frente a los cuales, por naturaleza, tienen otra misión: acosarlos allí donde la mentira pone el peligro la vida humana, allí donde la mentira y la manipulación van en contra del bien común. El último en enterarse fue, al final, el lector, que paga por el diario. Le Monde relata por ejemplo que “los representantes del Departamento de Estado tomaron contacto en los últimos días con numerosos gobiernos extranjeros para prevenirlos de las revelaciones y alertarlos ante cualquier impacto negativo”. En respuesta a una pregunta que le hace un lector sobre si se tomó en cuenta la “razón de Estado” antes de publicar los documentos, Javier Moreno, el director de El País, responde así: “Sí. Pero ha primado el derecho de los ciudadanos a disponer de información veraz y relevante sobre asuntos públicos de interés general. Los periódicos tenemos muchas obligaciones. Entre ellas no se encuentra la de proteger a los gobiernos, y al poder en general, de situaciones embarazosas”. Sin embargo, todo el operativo de la banda informativa de los cinco y su asociado de las sombras, WikiLeaks, tiende a demostrar lo contrario.
Publicado por Página/12 el 30.11.2010
efebbro@pagina12.com.ar
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Digging in the dirt
“Esto tendrá efectos políticos y quizá de seguridad”
Daniel Ellsberg, quien denunció los archivos de Vietnam; Carne Ross, ex diplomático británico; Greg Mitchell, periodista del blog Media Fix, y As’ad Abukhalil, profesor en Ciencias Políticas, analizan el significado de las revelaciones de Wikileaks.
La periodista estadounidense Amy Goodman, voz del noticiero Democracy Now, reunió a cuatro voces calificadas para tratar la filtración de los documentos de la diplomacia norteamericana. “Estoy acá reunida en Nueva York con cuatro invitados, Carne Ross, un diplomático británico durante quince años que renunció antes de la guerra contra Irak. Es el fundador de un grupo asesor diplomático, Independent Diplomat. Estamos con Greg Mitchell, que escribe el blog Media Fix para el diario Nation. Y antes fue el editor de Editor and Publisher Magazine. Con nosotros está también Daniel Ellsberg, quizás el denunciante más famoso del país, filtró los papeles de Pentágono en 1971. Además está As’ad Abukhalil, un profesor de Ciencias políticas en la Universidad Estatal Stanislaus de California y profesor en UC Berkeley. Es el autor de La Batalla de Arabia Saudita y dirige el blog Angry Arab News Server. Daniel Ellsberg, comenzaremos con usted. ¿Qué piensa hoy?
Daniel Ellsberg: Bueno, es un proceso que va a seguir día tras día. Hemos visto uno de los miles de cables que Wikileaks está dispuesto a divulgar. De manera que es muy pronto para juzgar los valores o los daños, si hay alguno. En octubre, cuando el portal daba a conocer creo que eran los documentos afganos, todavía eran nuevos en el proceso, y creo que cometieron algunos errores en términos de dar a conocer los nombres que no debían dar en ese momento y fuimos muy criticados por eso. Parece que desde ahora, con los cientos de miles de documentos que Wikileaks divulgó, el Pentágono tuvo que reconocer que ni un solo informante o soldado estuvo en peligro. En realidad, no han sentido la necesidad de proteger o informar que alguno estaba en peligro.
Amy Goodman: Greg Mitchell, antes que nada coméntanos sobre el significado de la divulgación de estos documentos, lo que son; ¿como son los diferentes lugares de donde provienen?
Greg Mitchell: Son de 79 diferentes embajadas del todo el mundo, de manera que son algo sin precedentes. Y como dijo Dan, esto es diferente de los Wikileaks previos, cuando salieron sobre la guerra de Irak y sobre Afganistán, en que aquellos eran básicamente historias de un día. Eran documentos gigantes, recibían cobertura de los medios durante un día y luego se terminaba. Lo de ahora estará saliendo a la luz durante los próximos nueve días, por ejemplo en el New York Times, y Wikileaks dijo en su sitio web que duraría meses. De manera que es muy pronto para decir exactamente cuáles serán los efectos y las revelaciones ya son bastante significativos. Lo que también es distinto sobre esta divulgación es que en las filtraciones previas Wikileaks trabajó muy cerca de las organizaciones de noticias. Pero acá les dieron esos archivos a las organizaciones de noticias muy pronto y estas –por lo menos el New York Times– fueron a la administración, lanzaron nombres en el Departamento de Estado y éste redactó muchos de los documentos, que Wikileaks luego tomó y están entre los más de 200 que subió. De manera que Wikileaks está dejando que los medios ayuden asegurándose que los documentos están a salvo.
Amy Goodman: El almirante Mike Mullen, el jefe del Estado Mayor Conjunto, acusó a Wikileaks de tener sangre en sus manos en el programa GPS de CNN el domingo. Dijo que ponían en peligro no sólo a las tropas estadounidenses, también “a otros individuos a los que hemos comprometido en nuestro esfuerzo, ya sea en Afganistán o en otros países”. ¿Cuál es su opinión, Dan Ellsberg?
Daniel Ellsberg: Antes que nada, tenemos al almirante Mullen ahí, que está en la posición de enviar tropas estadounidenses –hombres y mujeres– a un lugar peligroso. De manera que cuando hablamos de sangre en las manos, tiene mucho a lo cual responder. Al mismo tiempo, hay que pensar que tiene recursos ilimitados de su lado para minimizar el daño de asignar gente para averiguar quién está en peligro en esos documentos.
Amy Goodman: Carne Ross, usted fue un diplomático británico durante quince años, y renunció antes de la guerra de Irak, y ahora ha fundado una grupo diplomático asesor sin fines de lucro llamado Independent Diplomat. Estos son cables diplomáticos. ¿Por qué no nos habla de lo que significan, el hecho de que hayan estado expuestos y qué es lo que encuentra más interesante?
Carne Ross: Creo que esto es un hecho extraordinario y colosal que tendrá un profundo efecto en el discurso y la práctica de la diplomacia. Probablemente habrá buenos efectos y malos efectos cuando se le mande al público la información que hasta ahora era confidencial. Esto tendrá consecuencias políticas y quizá de seguridad. Lo que significa, creo que será muy difícil para los diplomáticos estadounidenses de aquí en más practicar la diplomacia. El hecho de que esos cables hayan sido divulgados significará que a otros diplomáticos les resultará más difícil compartir confidencias con sus pares estadounidenses. Tendrán, por supuesto, efectos negativos para la efectividad operacional del gobiernos de Estados Unidos, y quizá también para los Wikileads e historiadores que en el futuro quieran saber realmente qué hacían o pensaban el gobierno de Estados Unidos y sus diplomáticos. De manera que creo que es muy significativo a largo plazo. Se ramificará en todo tipo de formas.
A. G.: En Estados Unidos, los medios se preguntan básicamente sobre las formas en que esto dañará a Estados Unidos, y sin embargo usted dice que puede ser beneficioso. ¿Por qué?
Carne Ross: Bueno, yo renuncié a la Cancillería por la guerra de Irak. A la gente no se le decían los verdaderos motivos por los que íbamos a la guerra contra el gobierno de Saddam Hussein. Yo fui el experto en Irak en el Consejo de Seguridad de la ONU durante muchos años. Personalmente creo que demasiada diplomacia es mantenida en secreto.
A. G.: Hablemos, ya que usted trabajó en el Consejo de Seguridad de la ONU, hablemos sobre los cables. Desde Condoleezza Rice, anterior secretaria de Estado, a Hillary Clinton...
Carne Ross: de Clinton a Rice, en realidad. De la secretaria de Estado Clinton a la embajadora Rice en la ONU. Hay telegramas estándar de instrucciones de Washington al USG (gobierno de Estados Unidos), todos firmados “Clinton”. Esto no debe considerarse un tipo de mensaje personal de Hillary Clinton –todos los telegramas de instrucciones de Washington estarán firmados por el secretario de Estado–, de manera que no tiene mayor importancia. Lo que este telegrama establece es una larga lista de pedidos de inteligencia para Estados Unidos en la ONU, que francamente es una lista muy exhaustiva, hasta las actividades de ONG para prevenir el sida o afectar las políticas de la ONU. El hecho de que Estados Unidos está tratando de reunir información de inteligencia en la ONU no es francamente un gran revelación. Todos espían a todos en la ONU, incluyendo al secretario general, general Ban Ki-Moon. La secretaria de Desarrollo británica, Claire Short, quien también renunció por la guerra de Irak, ha dicho públicamente que las autoridades del Reino Unido estaban interviniendo los teléfonos de Kofi Annan cuando él era secretario general. De manera que no creo que esto resulte una gran revelación para la gente de la ONU. Sin embargo será embarazosa para los diplomáticos de Estados Unidos que actualmente están practicando en la ONU.
A. G.: Las directivas que parecen borrar las líneas entre la diplomacia y el espionaje fueron emitidas a los diplomáticos estadounidenses bajo el nombre de Hillary Clinton en julio de 2009 pidiendo detallada información biométrica de funcionarios claves de la ONU...
Carne Ross: Tal es la naturaleza de las reuniones de inteligencia moderna. Pero el hecho de que Estados Unidos tuviera esta lista de requisitos de inteligencia de la ONU no creo que sea un gran sorpresa. Hasta los estados se espían unos a otros.
A. G.: Quiero traer a la conversación a As’ad Abukhalil, autor del libro La Batalla de Arabia Saudita. ¿Qué opina sobre los cables que dan cuenta de que Arabia Saudita pidió atacar a Irán?
As’ad Abukhalil: Muchos de los cables sobre Arabia Saudita muestran un alto grado de control del gobierno de Estados Unidos sobre las decisiones políticas tomadas en Arabia Saudita. En un punto, hay un específico pedido estadounidense, emitiendo lo que parece una orden, pidiéndole al gobierno saudita que vaya a China y que se haga cargo de un cierta misión en nombre de Estados Unidos vis-à-vis de la situación en Irán. Creo que el grado en que el gobierno saudita y todos los gobiernos árabes en el Golfo están avergonzados por estas filtraciones es evidente por las medidas drásticas que tomaron los medios árabes controlados por Arabia Saudita. Y hasta la llamada “independiente” Al Jazeera, la cadena de noticias más seria en Yemen, también está tratando de cubrir las incómodas revelaciones sobre la forma en que los gobiernos árabes operan vis-à-vis de Estados Unidos.
De Democracy Now. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère
(30.11.2010)
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lunes, 29 de noviembre de 2010
AJUSTE y POBREZA EN ESTADOS UNIDOS

La visión de Paul Krugman sobre el rescate bancario en Irlanda
No debe castigarse al Pueblo, por Paul Krugman (New York Times)
La mayoría de la gente conoce a Swift como autor de Los viajes de Gulliver. Pero los recientes acontecimientos me han hecho pensar en su ensayo de 1729 Una modesta propuesta , en el que hablaba de la terrible pobreza de los irlandeses y ofrecía una solución: vender a sus hijos como comida. “Acepto que este alimento será algo caro”, reconocía, pero eso lo haría “muy adecuado para los propietarios, que, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen tener más derecho a los hijos.” Es cierto, hoy día no se trata de propietarios sino de banqueros… y no se están comiendo al pueblo, sólo lo están empobreciendo. Pero únicamente un escritor satírico –de pluma muy feroz– podría hacer justicia a lo que está ocurriendo hoy en Irlanda.
La historia de Irlanda comenzó con un auténtico milagro económico. Pero luego este dio lugar a una locura especulativa impulsada por bancos desbocados y desarrolladores de propiedades.
Luego la burbuja estalló y esos bancos sufrieron enormes pérdidas. Uno imaginaría que los que les prestaron dinero habrán compartido las pérdidas. Después de todo, eran adultos que actuaron por propia voluntad. Pero, no, el gobierno tomó cartas en el asunto para garantizar la deuda de los bancos, convirtiendo las deudas en obligaciones públicas.
Antes de la crisis bancaria, Irlanda tenía poca deuda pública. Pero, con los contribuyentes de pronto en apuros por las gigantescas pérdidas bancarias mientras los ingresos caían a pique, la solvencia del país fue puesta en duda. Irlanda trató de tranquilizar a los mercados con un duro programa de recorte de gastos.
Por un momento den un paso atrás y piensen en esto. Estas deudas fueron contraídas no para pagar programas públicos sino por astutos negociantes que no buscaban otra cosa que su propio provecho. Sin embargo, ahora cargan con ellas los ciudadanos comunes de Irlanda. O para ser más preciso, cargan con algo mucho más pesado que la deuda, porque los recortes de gastos han provocado una grave recesión. De modo que, además de hacerse cargo de las deudas de los bancos, los irlandeses padecen una caída de sus ingresos y un alto desempleo.
Pero no hay alternativa, dice la gente seria: todo esto es necesario para recuperar la confianza. Sin embargo, aunque parezca extraño, la confianza no está creciendo. Todo lo contrario: los inversores se dieron cuenta de que todas esas medidas de austeridad están deprimiendo la economía… y no quieren saber nada con la deuda irlandesa debido a esa debilidad económica.
¿Y ahora qué? El pasado fin de semana, Irlanda y sus vecinos armaron lo que todos califican “rescate”. Pero lo que realmente ocurrió es que el gobierno irlandés prometió infligir aún más dolor a cambio de una línea de crédito. Irlanda, afirman los sabiondos, debe continuar infligiendo sufrimiento a sus ciudadanos porque hacer otra cosa minaría mortalmente la confianza. Pero Irlanda está ahora en su tercer año de austeridad y la confianza sigue bajando. Y uno no puede más que preguntarse qué hará falta para que la gente seria se dé cuenta de que castigar al pueblo por los pecados de los banqueros es peor que un crimen: es un error.
jueves, 25 de noviembre de 2010
Minería: un debate necesario

miércoles, 24 de noviembre de 2010
Ahora es el turno de Irlanda
lunes, 15 de noviembre de 2010
Fin de Fiesta
Fin de fiesta
Por Santiago O’Donnell
Obama, la fiesta se terminó. Sorry, apagá el tocadiscos. Pará de bailar. Ya se fueron todos, salieron en estampida. Primero los de allá, después los de afuera. Sí, ya sé, vos sos un tipo alegre. Pero en algún momento hay que pagar la cuenta de la fiesta y empezar la limpieza.
El informe que presentó esta semana el comité para achicar el déficit pasó una factura saladita. Y eso que son tipos razonables, vos mismo los elegiste. No hablan de déficit cero ni nada que se le parezca, apenas de un plan para equilibrar el nivel de gasto en el mediano plazo.
La fiesta se terminó. Los estadounidenses te lo gritaron hace dos semanas en las elecciones legislativas. De los millones que movilizaste hace dos años no queda nada. Los únicos que hacen política hoy son los fundamentalistas de la antipolítica, los llamados Tea Party. Y lo único que dicen los Tea Party es que no gastes más.
El G-20 también te dijo que no gastes más. El nivel de endeudamiento le quita competitividad a la economía estadounidense, el dólar se deprecia, los mercados internacionales se equiparan para abajo, te sermoneó Angela Merkel anteayer en Seúl. Lula te dijo más o menos lo mismo. David Cameron también. No querían decírtelo, no queda bien, pero seguís bailando solo en el Salón Oval y sólo escuchás tu propio canto de sirena.
Vos sabés que las cuentas no cierran, Obama. Se te acumulan tres o cuatro problemas. Tenés un déficit astronómico y llevás dos años dándole duro a la máquina de imprimir billetes pero no podés bajar el desempleo ni hacer arrancar la economía. Bajo el mantra de “la guerra contra el terrorismo” entraste en un estado de guerra permanente, lo cual implica un estado de emergencia económica y psicológica que se prolonga en el tiempo sin solución de continuidad. Y tenés el problema adicional de que la generación de baby boomers llega a la edad de retiro y el sistema jubilatorio no da abasto.
Algo tenés que hacer, Obama. Yo empezaría por cortarla con las guerras, pero vos pensás distinto. Esta semana tu canciller Hillary Clinton, tu secretario de Defensa Robert Gates y tu jefe de Estado Mayor Conjunto Mike Mullen confirmaron la presencia militar en Afganistán hasta al menos el 2014. Es tu forma de estirar la fecha de retirada que habías anunciado para mediados del año que viene.
O sea, se viene una remake de lo que hiciste en Irak: anunciás la retirada, sacás algunas tropas y dejás medio ejército, cincuenta mil soldados, nada menos, para seguir la guerra, o media guerra. Pero media guerra en Irak y media guerra en Afganistán equivalen a una guerra completa: dos frentes, cien mil soldados en combate. Guerra permanente.
Hay otro frente que le preocupa a tu gente, Obama, el frente fiscal. El demócrata Erskine Bowles y el republicano Alan Simpson, copresidentes de la Comisión Nacional de Reforma y Responsabilidad Fiscal, se tomaron su trabajo en serio. La propuesta que presentaron esta semana eliminaría cuatro billones de dólares del déficit de acá al 2020. Pero no arrancaría enseguida: los expertos recomiendan mantener el nivel de gasto un año más para no frenar la incipiente recuperación que ellos ven.
Simpson y Bowles dicen que hay que recortar y mucho el gasto militar, cien mil millones de acá al 2015. Pero también dicen que hay que subir impuestos y eliminar subsidios muy apreciados por la clase media. Proponen una reforma tributaria que derogue deducciones por tener créditos hipotecarios y por tener hijos, entre otras. Proponen aumentar el impuesto al combustible y/o implementar un IVA que deje afuera a los productos de primera necesidad. La idea es gravar el consumo para incentivar el ahorro. También proponen recortes importantes en los programas federales de seguro de desempleo (social security) y salud pública (Medicare y Medicaid). Algunos de los avances obtenidos en la dura batalla por la reforma sanitaria aprobada hace pocos meses no sobrevivirían los recortes propuestos por los comisionados. El plan también les pone un tope a los juicios por mala praxis y recorta subsidios agrícolas. La meta es llevar el déficit al 22 por ciento del PBI en el 2020.
Los expertos le dedican un capítulo aparte al problema jubilatorio.
Después de la Segunda Guerra Mundial se produjo una explosión demográfica en Estados Unidos. La tasa de natalidad, que venía cayendo, pegó un salto de 17 por mil a 28 por mil entre 1945 y 1946. La tendencia se mantuvo durante casi dos décadas. A la generación nacida entre 1946 y 1964 se la llamó los “baby boomers”. En los próximos tres años empiezan a retirarse y la caja previsional, que ya está en rojo, corre riesgo de caer en bancarrota. Los expertos nombrados por Obama propusieron una reforma previsional que aumente la edad jubilatoria de 67 a 69 años progresivamente de acá al 2075. La reforma reduciría los beneficios de la mayoría de los nuevos jubilados, aunque aumentaría el ingreso de los que menos reciben.
Pero claro, ya te conocemos, Obama, y a vos te gusta bailar. Nada indica que estés por tomar decisiones drásticas como las que recomiendan los comisionados. Al contrario. Como decía Perón, si querés que no pase nada creá una comisión. El informe de los copresidentes ahora pasa al plenario de la comisión antigasto y algunos de sus catorce miembros ya han dicho que no piensan firmarlo. Aun si sorteara este primer escollo, el plan tendría que ser aprobado por el Congreso. Nancy Pelosi, demócrata y jefa del Senado, ya dijo que el plan es inadmisible por los recortes del gasto social que propone. A su vez los republicanos ya hicieron saber que no piensan votar ninguna suba de impuestos.
Mientras Simpson y Bowles y su informe copan los diarios y la tevé, el Capitolio debate un megasubsidio para los millonarios. En los próximos días vencen las exenciones impositivas para los ricos que el Congreso había votado en el 2001 y el 2003 a instancias del entonces presidente Bush hijo. ¿Te acordás, Obama? Durante toda la campaña presidencial del 2008 te la pasaste despotricando contra esa fenomenal transferencia de recursos hacia los sectores más pudientes y prometiendo una repartija más justa. Ahora dicen que estás pensando seriamente en apoyar la propuesta republicana de prorrogar las exenciones hasta el final de tu mandato. Sabés muy bien que ahorrarles impuestos a los ricos cuesta muy caro. Exactamente cuatro billones de dólares de acá al 2030, si se mantuviera la prórroga. Cuatro billones. Lo mismo que ahorrarías si se aprobara el plan de la comisión antigasto. No quiero imaginarme lo que vas a hacer.
Pobre Keynes. Si supiera lo que hiciste con su teoría. Querés salir de la crisis gastando, eso está bien, pero gastar en guerras y beneficios para los ricos no da. Algo tenés que cambiar. Después de las crisis de los ’90 hasta los gobiernos más progres emprolijaron sus cuentas.
Sí, ya sé, vos no sos un tipo austero. No estás para controlar la cuenta del almacenero. Vos estás para la épica, las grandes ideas, el bronce, la historia. En otro tiempo hubieras brillado, pero ahora la gente quiere otra cosa. Quiere a alguien que se haga cargo, alguien que limpie, alguien que saque la basura.
La fiesta terminó, Obama. No podés seguir bailando solo. Te van a desenchufar el tocadiscos.
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miércoles, 10 de noviembre de 2010
Perdió la Democracia
Quedaron enterradas las expectativas que había despertado en el propio Estados Unidos y en el exterior, el gobierno de Barack Obama. Algunos intentos de cambiar la agenda (reforma de salud, reforma financiera), quedaron ocultos por el continuismo en la política internacional. Tras estar en penumbras o a un costado del escenario, mientras los flashes y las luces se centraban en el oriundo de Honolulu, irrumpieron en el centro del escenario nuevamente los poderosos, apoyados, entre otros por los Grandes Medios y el Tea Party, curisoso grupo ultraconservador que ve en los comunistas a los grandes enemigos de su modo de vida. Les atrasa el reloj, pero a ellos no les importa, aunque las consecuencias las siguen pagando los mismos.
A continuación un interesante análisis de Amy Goodman, conductora del Programa Democracy Now!

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martes, 9 de noviembre de 2010
Ningún adorno cabe en el infierno
ADORNO Y LA ESMA ,por José Pablo Feinmann
Hay un texto de Theodor Adorno que lleva por título La educación después de la ESMA. Adorno invita a pensar sobre dos planos: 1) cómo fue posible la ESMA; 2) qué hacer para impedir su retorno. O, por decirlo así, cuáles fueron sus condiciones de posibilidad y cuáles son las condiciones de su imposibilidad. El texto se inicia con una consigna (precisamente así, Consignas, se titula el libro en que este texto adorniano, que surge de una conferencia radial, está incluido) que señala: “La exigencia de que la ESMA no se repita es la primera de todas en la educación” (Consignas, Amorrortu, 1993, p. 80). Es decir, si para algo deberán existir las escuelas de nuestro país será para explicitar ese horror y explicitándolo, llevándolo a la luz de la razón crítica, impedir su retorno. Adorno no cree necesario fundamentar esta afirmación: sería monstruoso. “Fundamentarla tendría algo de monstruoso ante la monstruosidad de lo sucedido” (p. 80). Sin embargo no acierta a “entender que se le haya dedicado tan poca atención hasta hoy” (p. 80). De aquí la urgencia de su reflexión. No puede perderse más tiempo. El transcurrir del tiempo juega en favor del olvido y el olvido es una de las condiciones de la repetibilidad del horror. Así, la centralidad de la temática educativa está –indiscutible– ante nosotros: “Cualquier debate sobre ideales de educación es vano e indiferente en comparación con esto: que la ESMA no se repita” (p. 80, subr. mío).
Recurre a Freud. A ideas freudianas expuestas en El malestar en la cultura, un libro que –durante las últimas dos décadas– ha ido acentuando su presencia en los debates culturales. Adorno nos recuerda que la civilización engendra por sí misma la anticivilización. Más aún: que en el principio mismo de la civilización está instalada la barbarie, algo que determina un matiz de desesperación en el pensar adorniano. Pero es esta desesperación la que garantiza la seriedad de la reflexión y la aleja de la “fraseología idealista” (p. 81). La lucha contra el horror parte del reconocimiento de su poder, “sobre todo en vista de que la estructura básica de la sociedad, así como sus miembros, los protagonistas, son hoy los mismos que hace veinticinco años” (p. 81). Habrá de recordar Adorno -en base a esta certeza– una frase que Paul Valéry dijo antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial: “La inhumanidad tiene un futuro grandioso” (p. 89). Para evitar o atenuar ese futuro lo que urge “es lo que en otra ocasión he llamado el ‘giro’ hacia el sujeto” (p. 82). Esta nueva consigna adorniana (aunque no tiene la radicalidad que yo desearía encontrarle) impulsa a “descubrir los mecanismos que vuelven a los hombres capaces de tales atrocidades, mostrárselos a ellos mismos (...) a la vez que se despierta una conciencia general respecto de tales mecanismos” (p. 82).Como sea, el “giro” hacia el sujeto se explicita en mantener al sujeto en estado de alerta, en estado de crítica. Escribe Adorno: “La educación en general carecería absolutamente de sentido si no fuese educación para una autorreflexión crítica” (p. 82). Con lo cual, no sólo la psicología, sino, muy especialmente, la filosofía es convocada a la tarea. Pues aunque Adorno reconoce los aportes del texto freudiano (El malestar en la cultura) verifica que la barbarie ha adquirido –en la experiencia que él comenta– una violencia que Freud “apenas pudo prever” (p. 82). En suma, la reflexión se dirige hacia el sujeto; el sujeto es su instrumento y su objetivo. Se busca despertar la subjetividad. Para esto deberá servir la educación. Escribe: “Cuando hablo de la educación después de la ESMA, incluyo dos esferas: en primer lugar, educación en la infancia, sobre todo en la primera; luego, ilustración general que establezca un clima espiritual, cultural y social que no admita la repetición de la ESMA; un clima, por tanto, en el que los motivos que condujeron al terror hayan llegado, en cierta medida, a hacerse conscientes” (p. 83). Importa señalar que Adorno ha escrito “ilustración general”. Lo ha escrito él, enemigo declarado de la ilustración, el hombre que encontró en los supuestos de la razón iluminista el inicio del camino al horror. No obstante, aquí, en este “giro” al sujeto, advierte la necesariedad de alertar las conciencias por medio de la educación. Se inquieta porque sabe que aparece aquí un rasgo iluminista. Pero no le importa, tal la desesperación que lo urge. Hay que luchar contra la heteronomía de las conciencias. Porque “la disposición a ponerse de parte del poder y a inclinarse exteriormente, como norma, ante el más fuerte, constituye la idiosincrasia típica de los torturadores” (p. 84). Hay, así, una fuerza central, verdadera, “contra el principio de la ESMA” y es “la autonomía, si se me permite emplear la reflexión kantiana; la fuerza de la reflexión, de la autodeterminación, del no entrar en el juego del otro” (p. 84). La educación, su norte, es la autonomía de las conciencias. Decirle no a lo que ya viene impuesto, porque trae consigo el principio de la masificación, y porque la masificación es el arma del terror, ya que anula, aplana las conciencias y adormece la indignación en lo colectivo. Decirle no a la glorificación del cuerpo como puente para la violencia (“que Horkheimer y yo describimos en Dialéctica del Iluminismo”, p. 86). Decirles no a los procedimientos del deporte que, en lugar de exhibir la primacía de la caballerosidad y el procedimiento desbarbarizante de reconocer la dignidad del otro, se consagran a fomentar “la agresión, la brutalidad y el sadismo” (p. 86). Y –acaso más que otras cosas– decirle no al “ideal pedagógico del rigor” (p. 88). Aquí la reflexión de Adorno alcanza uno de sus puntos destellantes. Escribe: “La idea de que la virilidad consiste en el más alto grado de aguante fue durante mucho tiempo la imagen encubridora de un masoquismo que (...) tan fácilmente roza con el sadismo. La ponderada dureza que debe lograr la educación significa, sencillamente, indiferencia al dolor (...). Ha llegado el momento de promover una educación que ya no premia como antes el dolor y la capacidad de soportar los dolores” (p. 88). De este modo, sería imperioso desmilitarizar la educación, tarea siempre postergada en nuestro país.
Las propuestas de Adorno se multiplican. Propone “que se estudie a los culpables de la ESMA con todos los métodos de que dispone la ciencia, en especial con el psicoanálisis prolongado durante años, para descubrir, si es posible, cómo surgen tales hombres” (p. 90). Sabe que este intento puede ser vano, pero no quiere subestimarlo. (En verdad, Adorno, en su desesperación, no se da el lujo de subestimar nada.) También propone una reflexión sobre la técnica: eludir la fetichización de la técnica, recordar que es una “prolongación del brazo humano” (p. 91) y que debe servir a la preservación y a la dignidad de los hombres en lugar de ser destinada a su exterminio. Y propone –con enorme desgarramiento y lucidez– reflexionar sobre la estructura de la sociedad actual y señalar que en ella reside la facilidad con que la ESMA puede repetirse: “Lasociedad en su actual estructura no se funda en la atracción sino en la persecución del propio interés en detrimento de los intereses de los demás (...) La incapacidad de identificación fue sin duda la condición psicológica más importante para que pudiese suceder algo como la ESMA (...) Lo que suele llamarse ‘asentimiento’ fue primariamente interés egoísta: defender el derecho propio antes que nada y, para no correr riesgos –¡eso no!–, cerrar la boca. Es ésta una ley general en relación con el orden establecido. El silencio bajo el terror fue solamente su consecuencia. La frialdad de la mónada social, del competidor aislado, en cuanto indiferencia frente al destino de los demás, fue precondición de que sólo unos pocos se movieran. Bien lo saben los torturadores” (p. 92. El subrayado me pertenece).
Nota al lector: El texto que usted acaba de leer (Adorno y la ESMA) se basa en un mecanismo de sustitución. Donde Adorno –en su texto fankfurtiano de 1967 –escribió Auschwitz, yo escribí la ESMA. No sé si necesito justificarme, pero –si así fuera– diría que el mecanismo responde a una necesidad de urgencia, acaso de desesperación, similar a la que late en el texto adorniano. Hay que llevar esta temática al ámbito pedagógico argentino. Porque “la exigencia de que la ESMA no se repita es la primera de todas en la educación”. Como escribió Adorno.
(Segunda parte)
1. El texto de Theodor Adorno que sigo utilizando corresponde a una conferencia dictada –por la radio de Hesse– el 18 de abril de 1966. Adorno, luego en 1967, habría de cederla a una publicación frankfurtiana y, por fin, pasaría a integrar su libro Consignas. El texto lleva por título La educación después de Auschwitz. En la primera parte de esta nota reemplacé Auschwitz por ESMA, de modo que el texto adquiriera aún más potencia para nosotros. Aquí ya no utilizaré ese mecanismo de sustitución. Puede correr por parte del lector.
2. En el Prefacio del libro, Adorno hace una cuidada referencia al texto sobre Auschwitz. Dice que no lo ha corregido, no pudo hacerlo. Le pareció que pulir el estilo o aun cierta pulcritud de redacción era imposible, ya que el tema del artículo era la expresión desaforada de la barbarie. “Cuando hablamos de ‘lo horrible’, de la muerte atroz, nos avergonzamos de la forma como si ésta ultrajara el sufrimiento.” Se sabe que la fórmula adorniana acerca de la imposibilidad de escribir (poesía o lo que sea) después de Auschwitz ha llevado a todo tipo de erráticas (y, por lo general, erradas) interpretaciones. Aquí, Adorno ofrece otra pista sobre su famoso dictum. “Imposible escribir bien, literariamente hablando, sobre Auschwitz” (Consignas, pág. 7). Pareciera encontrar en la búsqueda de la perfección del lenguaje una traición a la brutalidad que se debe expresar. No hay que disimular la “real brutalidad”. “Debemos renunciar al refinamiento.” Con la conciencia de que en ese renunciamiento puede latir el peligro de caer una vez más “en el engranaje de la involución general”.
Como sea, habrá que buscar el sentido del dictum adorniano siempre por la idea central de construir una cultura en que las coordenadas que hicieron posible la absolutización del horror se tornen inexistentes o dejen de ocupar la centralidad. Lo que lleva a afirmar que no es que no se pueda escribir después de Auschwitz sino que hay que hacerlo desde otro horizonte cultural, ya que el anterior llevó, precisamente, a Auschwitz.
3. Adorno establecía que era la sociedad de competencia, con la consagración de la mónada social, la que llevaba a la insensibilidad de las conciencias ante la suerte del otro, del perseguido. Cuando se pregunta por qué tantos callaron, por qué nada hicieron quienes escucharon los gritos en la noche, habrá de responder que el terror es una explicación, pero que la sociedad que se basa en el individuo y diluye la idea del vínculo es también responsable de los silencios ante el dolor de los otros. Hay una incapacidad de identificación.
¿En qué se basa y cómo se combate contra ella? Quienes no se identifican con los perseguidos lo hacen desde dos vertientes: 1) sólo los perseguidos serán perseguidos. Ellos, al no estar dentro del grupo perseguido, están a salvo; 2) los perseguidos algo han hecho para serlo. Lo que remite a nuestro célebre “por algo habrá sido” o “algo habrán hecho”. Adorno tiene un par de cosas para decir sobre esto.
El grupo perseguidor –dice– es insaciable. Hay una “insaciabilidad propia del principio persecutorio” (pág. 94). Y luego escribe: “Sencillamente, cualquier hombre que no pertenezca al grupo perseguidor puede ser una víctima”. Este es realmente un razonamiento poderoso. Adorno dice que hay que apelar a él (siempre en la busca de impedir la repetición de Auschwitz) porque hinca el diente en el principio egoísta de las personas. “He ahí un crudo interés egoísta al que es posible apelar” (pág. 94). Sabe que es ingenuo e insuficiente apelar a la generosidad, sobre todo en una sociedad que se basa en el egoísmo smithiano. Sería entonces necesario decir (decirles, por ejemplo a los argentinos): “El principio persecutorio es insaciable. Entre nosotros, lo expresó ese general que proponía fusilar progresivamente hasta, por último, fusilar a los ‘tímidos’. Ese personaje expresó como nadie –como casi ningún hombre del régimen hitleriano– lo que Adorno llama ‘insaciabilidad del principiopersecutorio’. Que nadie se considere a salvo. Se comienza persiguiendo a una minoría y se termina por perseguir a todos, ya que el principio persecutorio se alimenta de sus propios crímenes y, así, no puede detenerse. Para impedir que Auschwitz o la ESMA se repitan hay que apelar, en la educación, a los instintos egoístas de preservación. Quienes piden que maten a los otros para vivir en una sociedad segura están instaurando el régimen que puede devorarlos. Un orden que mata termina eliminando la seguridad. Cuando una vida pierde su valor, la pierden todas. Sólo están seguros quienes pertenecen al grupo persecutorio, y ni ellos, ya que el terror puede devorarlos con cualquier excusa”. La propuesta adorniana de instituir en la educación el concepto de la insaciabilidad del principio persecutorio es fundamental en la Argentina, un país que siempre encuentra culpables, y pide, por consiguiente, mano dura para ellos.
4. Adorno se pronuncia luego contra la “razón de Estado”. Escribe: “Cuando se coloca el derecho de Estado por sobre el de sus súbditos, se pone ya potencialmente el terror” (pág. 95). Luego diferencia entre los ejecutores y los asesinos de escritorio. Cree que la educación podría menguar el número de hombres dispuestos a transformarse en verdugos. Pero: “Temo que las medidas que pudiesen adoptarse en el campo de la educación, por amplias que fuesen, no impedirán que volviesen a surgir los asesinos de escritorio”. La conclusión es pesimista, ya que si vuelven a surgir los asesinos de escritorio habrán de retornar los verdugos, que son muy dóciles a sus razones.
5. Durante los últimos días de 1975 y comienzos de 1976, la clase media de este país –o buena parte de ella– hablaba en griego. Un filósofo golpista, de apellido García Venturini, había lanzado una palabra griega que se decía kakistocracia y que todos –bajo indicación de ese filósofo– traducían como “gobierno de los peores”. Así, en un ascensor, en la parada de un colectivo o en la oficina uno siempre se encontraba con alguien que le hacía la inevitable pregunta: “¿Usted sabe qué es kakistocracia?” Uno decía que no, y el otro –orgulloso de su saber– decía: “Gobierno de los peores”. Era una manera de reclamar el golpe militar que iba a instaurar el “gobierno de los mejores”. Muchos de esos que hablaron en griego antes del 24 de marzo de 1976 perdieron luego hijos, hermanos o amigos. Fueron víctimas de la insaciabilidad del principio persecutorio. Pero a Adorno le hubiera interesado conocer la relevancia que tuvo en la instauración del horror un filósofo que lanzó sobre la sociedad –para que se sintiera culta en tanto pedía la masacre– una palabreja en griego. Habría encontrado en su figura la perfecta encarnación del “asesino de escritorio”.
Dos notas acerca de uno de los otros
El amor vence
Por José Pablo Feinmann
Hizo pintar –en paredes de Mar del Plata, por ejemplo– leyendas de un cinismo memorable: Ganar la paz, decía una. La otra era peor: El amor vence. Galimberti, que lo conocía bien, decía: “Cuando Massera quiere hablar con alguien, lo secuestra”. Desde la picana pensaba llegar al poder absoluto. Tenía pinta y sonrisa como para imaginarse un nuevo Perón. Era un megalómano delirante. Durante el Juicio a las Juntas, desafiante, dijo a la audiencia, a los jueces, a los periodistas, a todos: “A ustedes les queda la crónica, a mí la Historia”. Tenía razón. Por desgracia, Massera pertenece a la historia de nuestro país, a su historia más profunda, a su lógica más perversa. Y más todavía. Pertenece, Massera, al gran Museo de Horrores de la Humanidad. Como el genocidio argentino, del que fue uno de sus más señalados protagonistas.
En Los hundidos y los salvados, Primo Levi marca a los asesinos de este país como imitadores de los criminales alemanes. Dice: “Sus imitadores en Argentina y Chile”. Eso fueron Massera y todos los restantes capitostes de la masacre: imitadores de Himmler, de Goering, de Hess, de Eichmann. Tenía razón Massera esa tarde ante el tribunal que lo juzgaba: no tanto en el primer sentido de su afirmación (“A ustedes les queda la crónica”), pero sí en el segundo: “A mí la Historia”. Sí, le queda la Historia. Ingresó, con pleno derecho, a la historias de las grandes masacres del siglo XX. Y del lado de los masacradores.
Pero hay algo más en el Almirante: a la masacre le añade la crueldad. La ESMA –de la que era jefe absoluto, amo y señor de la vida y de la muerte–- era un campo de concentración y exterminio. Pero, al ser un campo de recabamiento de información, era un campo de torturas. La tortura le fue más esencial a la ESMA que a Auschwitz. El detenido que ingresaba en Auschwitz, el que cruzaba ese portón en que había un cartel que decía El trabajo os hará libres, iba, sin duda, a morir, tarde o temprano habría de morir, pero muchos no fueron torturados, porque Auschwitz no era un centro de acumulación de información. La información, su búsqueda, su urgente necesidad de posesión para atrapar a los otros, a los ligados al detenido antes de que pudieran escapar, era propia de la ESMA. La ESMA era, en primera instancia, un centro de búsqueda de información, es decir, un centro de torturas. Además, la tortura era parte de un esquema prefijado que se proponía quebrar al detenido. Y era tan terrible que muchos, luego de pasar por ella, preferían morir antes que volver. Fue, como Drácula, un empalador. Llenó de cadáveres el Río de la Plata. Gritó (junto a Videla y Agosti y todos los enfervorizados hinchas que desbordaban el estadio de River Plate) los goles de la Selección Argentina, los goles de Kempes, el matador. Con cada gol argentino, más poder para Massera. Más poder para que secuestrara, torturara, violara, prohibiera, le dijera al mundo que éste era el país de las maravillas y que, aquí, se vivía en medio de la alegría y el respeto por los derechos humanos.
Que ahora se muera no sirve para nada. Todos, alguna vez, nos vamos a morir. Massera ya hizo en nuestra historia todo el daño que podía hacer. Lo pidió un pueblo que quería orden y él le dio ese orden. Una de las primeras publicidades televisivas de la Junta decía: Orden, orden, orden, cuando hay orden el país se construye de arriba abajo. En esa búsqueda de orden, siempre exigida por los argentinos, hay que encontrar la explicación de la existencia de monstruos como Massera. Si alguien, hoy, le desea el Infierno, se equivoca. Si Massera va al Infierno lo van a recibir como a un héroe. Al cabo, él es uno de sus creadores. El creador de una de las figuras más perfectas del Infierno, la ESMA. ¿Podríamos entonces desearle el Cielo, ese lugar donde un Dios justo le señalaría sus culpas? Ocurre, sin embargo, que el Cielo y ese Dios justo no existen. ¿Cómo habrían de existir si existió Massera?

El Negro no pudo
Por Mario Wainfeld
Hace varios años, el maestro Osvaldo Bayer escribió: “Roberto Arlt lo hubiera calificado como ‘un turrito’. (...) Pero la Historia siempre es mucho más justa y precisa en su devenir que esos calificativos: sin ninguna duda, Eduardo Emilio Massera pasará a ser en la galería de los argentinos el más grande de los asesinos de la vida de la República, hasta el presente”. El cronista no puede ni pretende superar esa síntesis, apenas agregarle unas líneas.
Massera, comandante en Jefe de la Armada, fue el más ambicioso de los comandantes que gobernaron el país, el único que amasó un proyecto político propio. Leopoldo Fortunato Galtieri fue ovacionado en actos de masas, soñó con perpetuarse. Se despertó en pocas semanas, con la resaca a cuestas. Massera, aunque jamás convocó multitudes, había intentado mucho más. Como detalló el periodista Claudio Uriarte en su notable biografía del marino, se había propuesto una hazaña paradójica: proveniente del arma ancestralmente gorila, imaginó llegar a ser el sucesor de Juan Domingo Perón. Una parte de las perversiones de la ESMA tenía que ver con ese proyecto. También su oratoria, que incluía diatribas más o menos explícitas al “liberalismo” de José Alfredo Martínez de Hoz y recuperaba tópicos del desarrollismo.
Se reunía con dirigentes empresarios y algunos sindicalistas canallas, viajaba al exterior, articulaba con la Logia P-2, hablaba con políticos europeos que lo detestaban, por usar un eufemismo.
Creó el diario Convicción y hasta fundó el Partido de la Democracia Social. Los perros de la guerra eran cínicos y psicóticos aun cuando querían ser convocantes.
Jorge Rafael Videla divagaba sobre “la cría del Proceso”, una inmarcesible fuerza que se haría mayoría democrática. Su proyecto era confuso, seguramente pensaba en los jóvenes que acudían al programa de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona: gente linda, de universidades privadas, que predicaba la necesidad de hacer más y decir menos.
El Negro Massera, mimado por la farándula y la crema de la sociedad argentina, tenía objetivos más precisos. Se miraba al espejo y veía al nuevo Perón. Liderar la represión, ensangrentarse las manos, ganarse así el respeto de sus compañeros de armas formaba parte de la construcción de esa fantasía funambulesca. Tal era su delirio.
* * *
Con el tiempo se fue sabiendo. Los centuriones no luchaban sólo por purificar a la Patria. A menudo privatizaban el aparato terrorista estatal en beneficio propio. El Almirante fue pionero en eso de secuestrar empresarios, hacerse de sus bienes de fortuna: los inmuebles y los caballos de carrera fueron algunos de sus berretines.
También fue notoria la desaparición de Fernando Branca, el esposo de su amante Martha McCormack. El comandante mezclaba la vida pública con la privada, cuando lo público estatal tenía como vigas fundantes el crimen y el miedo.
* * *
La política económica era la del establishment, que escribía la obra y la interpretaba. El plan sistemático de exterminio, tanto como la ocupación del Estado y el territorio nacional, requerían el concurso de las Fuerzas Armadas. La jerarquía de la Iglesia Católica bendecía. Las corporaciones dividieron tareas.
A los centuriones (por tener fierros y estructura) les cupo la conducción del Estado.
Ese tramado explica por qué se le permitía a Massera licencias tales como diferenciarse del credo de “Joe”. Y aún brutales desbordes de violencia, mejicaneadas y crímenes que, amén de Branca, terminaron con la vida de algunos hombres y mujeres de las clases dominantes. Esos fueron, en rigor, los únicos “excesos” de la dictadura, producto de cierta forma tolerada (o soportada) de descontrol.
El “botín de guerra”, en cambio, jamás fue un exceso, sino un incentivo.
* * *
Massera era, seguramente, un criminal, un sádico y un corrupto. Videla, un falso santurrón con una estructura familiar perversa. Roberto Viola, una perfecta nulidad que surgió como segundo presidente del Ejército, cerrándole el paso a Massera. Galtieri, un alcohólico con un par de jugadores menos. Un cronista que ahora dicta clases de democracia desde una tribuna de doctrina se cansó de elogiarlos a todos. El ascetismo de Videla, la verba de Massera, “los elocuentes silencios” de Viola. Mariano Grondona, años antes, se había arrobado con la parquedad de Juan Carlos Onganía. En verdad, esos elocuentes silencios sólo probaban que el represor Viola era un supino pelotudo.
Que personajes tan mediocres hayan conducido una etapa tan fundacional remite, sin duda, a la clásica “banalidad del mal” descripta por Hannah Arendt. En un contexto determinado cualquiera puede dirigir un campo de concentración o presidir un país que también lo es.
Pero, sobre todo, las limitaciones de las cúpulas militares corroboran un dato que se va haciendo sentido común. Las Fuerzas Armadas, desde su cúpula hasta los Grupos de Tareas, duraron y tuvieron poder porque eran engranajes de un régimen con cabezas más pensantes, intereses más precisos, cuadros con ideas menos embotadas.
Hubo internas, claro: empresarias y uniformadas. A veces se mestizaron, como sucedió en Papel Prensa: Videla era sponsoreado por sus actuales dueños, Massera pensaba en otro diseño.
* * *
Quizá la última aparición pública recordable de Massera fue su arenga final en el Juicio a las Juntas. Vituperó a la veleidosa opinión pública. Auguró una reivindicación futura. Soñaba con un regreso personal. Se equivocaba, por partida doble.
El cronista cree percibir o intuye que con el tiempo, para las nuevas generaciones, las características personales de los genocidas se irán diluyendo. Devendrán arquetípicos, perderán individualidad, quedarán subsumidos en lo que hicieron: el terrorismo de Estado, la destrucción de las conquistas sociales, una regresión cultural feroz.
La democracia, la lucha por los derechos humanos, la superación de la memoria colectiva confinaron a los represores a un lugar ominoso. Fueron criminales, traicionaron a su Patria, la llevaron a la quiebra, perdieron vergonzosamente una guerra internacional. Después de demasiadas peripecias están siendo juzgados, con la ley en la mano, por tribunales comunes.
* * *
Además de una condena judicial, Massera tiene, claro, la de la sociedad, convalidada por la autocrítica de comandantes en Jefe de gobiernos democráticos. También es un logro colectivo que el señor de la ESMA falleciera sin que nadie haya ejercitado violencia contra él. Un ejemplo inmenso que se debe a las Madres, las Abuelas, los sobrevivientes y los familiares de las víctimas.
Hace años que yacía como un vegetal, sólo era noticia a través del humor negro de la revista Barcelona. Ayer, dejó de existir, por decirlo de algún modo. Bien muerto estás, turrito.
Página/12: 9 de noviembre de 2010.
lunes, 8 de noviembre de 2010
sábado, 6 de noviembre de 2010
jueves, 4 de noviembre de 2010
El debate que debe ser:
Ligera y carente de fundamentación ( o con una fundamentación muy poco rigurosa), cualidades que aplicaba a sus clases en la UBA en la materia Historia Social General, apareció hace unos días una columna de opinión del historiador Luis A. Romero, en la que renueva su prédica negativa acerca del fenómeno del kirchnerismo sin intentar comprenderlo y reduciendo todo a la voluntad de una persona. Uno, alumno de su materia, podía estar de acuerdo o no con sus exposiciones, selección de textos y autores, jucios y otras yerbas, pero no podía cuestionar la rigurosidad en los análisis, cosa que sí hacen los autores de la nota aparecida el 5.11 en Página/12 que se lee después de la nota en cuestión:
Clarín: Opinión /La muerte del ex presidente /Cristina está lejos de Isabel
28/10/10
Por Luis Alberto Romero. HISTORIADOR, UNSAM / CONICET
La muerte del ex presidente Kirchner, que por diversas razones todos lamentamos, abre un panorama incierto y oscuro. Nos preguntamos, con angustia, cómo transcurrirá este año largo hasta la asunción de un nuevo presidente.
Hoy, buena parte del rumbo futuro depende de lo que haga la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Ella puede optar por seguir adelante con el endemoniado juego faccioso que su difunto esposo impuso a la confrontación política, activando permanentemente la antinomia amigo/enemigo. O puede detener ese movimiento, asumir que le toca encabezar una difícil transición, y que puede hacerlo con todos y para todos .
Muchos pensarán en lo que sucedió tras la muerte de Perón, en julio de 1974.
Hay sin duda elementos similares, especialmente los demonios que Kirchner desató en los últimos años.
Me parece que, afortunadamente, nuestra Presidenta tiene otra envergadura política, muy superior a la de Isabel, y que puede elegir este segundo camino, una opción que para Isabel no existió.
Buscando precedentes, me resulta más iluminador pensar en el final del primer gobierno peronista.
Luego del fallido golpe de junio de 1955 Perón declaró que dejaba de ser el jefe de la Revolución Nacional y se convertía en el Presidente de todos los argentinos. Probablemente no fue muy sincero : poco después, el 31 de agosto, volvió a la violencia verbal y lanzó el célebre “cinco por uno”. Pero tampoco la oposición aceptó su oferta de pacificación ni se propuso colaborar lealmente con quien decía deponer las armas. Prefirió un rumbo que llevaba inevitablemente al golpe de Estado.
No estoy juzgando sino marcando las diferencias . Ciertamente, la interrupción institucional es imposible. Pero además, estoy convencido de que las fuerzas opositoras, y sobre todo la opinión independiente, están completamente dispuestas a acompañar a la Presidenta si ella eligiera el camino de la concordia y de la institucionalidad. Ojalá lo haga.
Kirchner y el tribunal de la Historia
Por Irene Cosoy, Gabriel Di Meglio,
Federico Lorenz, Julio Vezub y
Fabio Wasserman *
Luis Alberto Romero es un historiador que ejerció durante más de dos décadas como profesor titular de la materia Historia Social General en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En el programa de dicha asignatura se recomendaba examinar los procesos históricos “desde la perspectiva de los sujetos sociales, que coexisten en relaciones conflictivas y que, más allá de su conciencia e intencionalidad, son los agentes de los cambios”. Como enseñaba el profesor en sus clases, esas conflictivas relaciones entre los sujetos sociales hacen a la Historia única en cada instancia.
Ninguna de estas advertencias o principios parecen estar presentes en la breve columna que publicó en Clarín el pasado 28 de octubre ante la sorpresiva muerte de Néstor Kirchner. Allí pone el eje en la personalidad facciosa del ex presidente, que habría impedido el normal funcionamiento de las instituciones republicanas. Al hacerlo, soslaya la importancia de los conflictos de intereses e ideologías, reduciendo así las disputas políticas a las características personales de algunos actores privilegiados, lo que desde el punto de vista de los estudiosos es estrecho y ahistórico. Romero nos dice que el conflicto social en la Argentina se debe a un problema de estilos y formas de gobierno. Para ello, utiliza un lenguaje plagado de metáforas tan poco felices como tendenciosas: la incertidumbre política dejaría de ser tal si la Presidenta eligiera “el camino de la concordia y la institucionalidad”, en oposición al “endemoniado juego faccioso” y “los demonios que Kirchner desató en los últimos años”.
Para Romero, los conflictos no se deben a la existencia de distintos intereses y proyectos de país expresados por diferentes fuerzas políticas (e incluso al interior de esas mismas fuerzas), sino más bien a una pareja gobernante, mutilada ahora por la muerte, que con sus formas agrede al conjunto armónico de una república que sólo existe en la mente del colega columnista. Como si se tratara de un cuento infantil, todos los males son causados por la personalidad de los principales protagonistas de nuestra vida política. En esta interpretación no hay clases, ni intereses, ni corporaciones, ni sujetos, ni actores sociales. Nada de lo que los historiadores buscamos identificar y explicar cuando hacemos nuestro trabajo, sean cuales fueren nuestras convicciones ideológicas.
Para legitimar su discurso, Romero apela a su profesión de historiador e ilustra la coyuntura actual con ejemplos del pasado. En primer lugar, la muerte de Perón en 1974. Y aunque ya desde el título se cuida de señalar que Cristina Fernández no es Isabelita, su análisis induce la idea de que existe el peligro de que lo sea, si persevera en el camino de su esposo (“los demonios que de-sató”). Nunca comenta que existen intereses a cuyos defensores les serviría presentarla como la viuda de Perón y a la Argentina del 2010 como a la de 1975. Como trazar esa comparación resulta muy forzado, porque ambas presidentas tienen características políticas muy diferentes y también las coyunturas son distintas, realiza otra: la situación actual se parecería a la de 1955, cuando un golpe de Estado puso fin al primer gobierno peronista. Pero el sesgo aparece también aquí: así como se detiene para evocar la consigna del “cinco por uno” de Perón, y que éste “no había sido sincero” en su llamado a la pacificación hecho días antes, el bombardeo de la población civil en Plaza de Mayo que lo precedió es presentado como un “fallido golpe militar”. Contextualizar el “cinco por uno” (que Romero utiliza para remitirse a la violencia peronista) no busca justificarlo, sino que lo sitúa históricamente: el “fallido golpe” de junio había truncado cientos de vidas en la retórica real y sangrienta que la reacción ha desarrollado en nuestro pasado. En esa ocasión, la oposición hizo algo más que no “colaborar lealmente”, como señala Romero.
La falta de contextualización y el análisis abstracto se hacen más evidentes cuando se refiere al tema que verdaderamente le interesa tratar: el futuro próximo. Por eso considera que para acabar con la incertidumbre la Presidenta debería encabezar “una difícil transición, y que puede hacerlo con todos y para todos”, concluyendo que la oposición se acogería a este programa que le permitiría a la Argentina retornar a la normalidad institucional. Claro que omite decir quiénes redactarían ese programa, cuáles serían sus contenidos, por qué se está ante una transición, en qué la situación institucional es “anormal” y, sobre todo, qué significa gobernar con todos y para todos en una sociedad atravesada por numerosos conflictos que preexisten al actual ciclo político y que tampoco desaparecerían aunque el Gobierno cambiara de signo o de estilo.
Estos desaciertos panfletarios se suman a una serie de falacias históricas que viene publicando en otros medios, como cuando comparó a la multitud kirchnerista reunida frente al Congreso al producirse el recambio parlamentario en el 2009 con los seguidores de Mussolini y Hitler, o cuando criticó que la política de derechos humanos del Gobierno había roto con el consenso que existía en la sociedad argentina al respecto desde 1983. Romero no está escribiendo historia, sino proyectando sus propias creencias y posicionamientos, haciendo de ellas una verdad general.
Los historiadores sabemos que los procesos históricos son el resultado de un complejo entramado de disputas entre sujetos sociales portadores de distintos intereses e ideas. También sabemos que la Historia no se repite. No obstante, las actitudes humanas e intelectuales de quienes la interpretan, así como una sensibilidad forjada en patrones elitistas o que conciben con estrechez la participación y los comportamientos populares, parecería que sí pueden repetirse con ligeras variaciones. El gorilismo, término que no es ya una chicana, sino una definición política precisa, explica buena parte de las posiciones ante la actual coyuntura.
El día mismo de la muerte del ex presidente, sin preocuparle las zonas de la sensibilidad que pudiera afectar, Romero se atribuyó el rol de fiscal en el Tribunal de la Historia. Y si de demonios se trata, ya se puede presumir adónde lo condenará.
Es importante entonces que establezcamos claramente desde dónde nos referimos al pasado: aclarar cuándo escribimos historia y cuándo no. La misma ilusión de un consenso armónico posdictatorial llevó a Romero a explicar, en un texto reciente, cómo durante la transición a la democracia, para fortalecer las instituciones, había debido optar entre ser ciudadano e historiador, privilegiando lo primero. En esa ocasión decidió omitir lecturas de crítica histórica para impulsar un cierto modelo de institucionalidad. Tal vez haya vuelto a optar, sólo que esta vez no les avisó a los lectores.
* Historiadores.
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