domingo, 20 de junio de 2010

Grande Juan!

Una cuestión falsamente trascendente

Por Juan Sasturain

t.gif  (67 bytes) Es todo tan patético. Porque el primer dato que se pierde cuando uno está ahí, metido, es de qué se trata: y es una boludez, una soberana boludez. Que a uno le guste el fútbol y disfrute de él no lo convierte automáticamente en polea de transmisión de la ideología del circo montado a su alrededor. Los hechos objetivos son que el director técnico de una selección de jugadores de fútbol y estos mismos jugadores se disponen a dar una conferencia de prensa en la que se supone se hablará de cosas de las que al público le interesa enterarse: tácticas, cambios, perspectivas, algún chisme, opiniones. No da para más. Sin embargo, el sobredimensionamiento de la actividad, los intereses comerciales y mediáticos en juego --el puto dinero, al fin-- han hecho que esta placentera boludez se convierta, en manos y en voz de los protagonistas y de los dueños del negocio, en una cuestión falsamente trascendente. Así, como ejemplo de distorsión de adónde carajo hemos ido a parar, lo que se disputará en ese escenario tonto y dislocado no será ni siquiera una pelota --que es lo que, según la convención, importa-- sino la administración de la palabra, una mercancía que en este contexto suele ser vana, trivial hasta la caricatura, tramposa y bastardeada.

Y sin embargo, es eso lo que provoca la patética cuestión. Soberbia, necedad, reticencias, recelos, gestos paranoides, tendencia a la mistificación y al engaño suelen definir las actitudes de los responsables a la hora de hablar para comunicar; otro tanto de soberbia y similar necedad, obstinación, sordera y falsa perspicacia suelen definir el trabajo de quienes preguntan para escuchar y comunicar a su vez. Pero eso que los hace naturalmente confrontar no es lo que en el fondo los define: unos y otros están juntos en el hecho de que tienen que cumplir con roles (laborales) en los que no creen... Hay quienes deben hacer buena letra y bajar la cabeza y la opinión personal mientras posan para vender las marcas que portan; hay quienes deben hacer buena letra y bajar la cabeza y la opinión personal y preguntar para poder llenar páginas y páginas que ya están vendidas a los avisadores. Hasta que por torpeza u ofuscación de algunos, el circuito hace cortocircuito, amenaza con interrumpirse. Y es el drama. El patético drama.

Así, convocados todos en ese minianfiteatro infernal se produce un huis clos, un "a puerta cerrada" en el que, como debe ser, el infierno son (siempre) los otros. Muñequitos ridículos de arriba y de abajo del escenario discuten por la administración y la circulación de la palabra: cómo fue administrada y circuló antes, cómo lo hará de aquí en más. Y aquí entran a tallar las sensaciones personales.

No bien se desencadenan los primeros hechos, el sentimiento, rápidamente, es de vergüenza ajena: semejante despliegue de necedad y sinsentido producen un rechazo inmediato, ganas de eyectarse y desaparecer de esa patética ceremonia. La sensación siguiente es de vergüenza propia: qué hace uno ahí... El estado de la cuestión fútbol-medios es de tal grado de enfermedad que sólo enfermos podemos participar de ella. Así, la tercera sensación es entonces de impostura: sólo algún oscuro recoveco de nuestra siempre fugitiva y escamoteada autenticidad nos permite asistir y participar de esta farsa, creer en esto como noticia, venderlo como algo que pueda interesarle a alguien y convertirse acaso en falso tema de primera plana. No sabemos si servimos para algo, pero creemos que para esto no. Y es lo que tratamos de explicar mientras no podemos dejar de escribir ni evitar la sensación de ridículo.

Página/12. 19 de Junio de 1998!

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