jueves, 19 de junio de 2008

Dos historias cortas

I. El barrio de los asuntos pendientes Allí donde las cuentas tiñen el paisaje de rojo y los fantasmas del pasado bailan con los “quizá”, con los “que hubiera pasado si…”. Allí, donde los demonios sanan las heridas de aquellos que lamentan no haber tenido coraje y las mujeres lloran por la fe que perdieron. Allí donde la tarde se hace recuerdo y el día carece de sentido. En ese lugar donde los sinsabores saben a domingos vacíos, quejosos, hambrientos de soledad y los malos pensamientos, curan el alma de cualquier devoto. Allí, donde los bares se transforman en la triste morada de aquel que ahoga la pena por no ahogarse a sí mismo, pero que en definitiva el vaso se convierte en una gran piscina de donde sólo se quiere nadar hasta hundirse en el quebranto. Allí, donde mis labios quemaron tu dicha, cuando el alba cegaba a la noche, cuando la noche ofuscaba los abriles de tanta luz. Allí, justo, parada en la esquina del olvido, te ví pasar. Te vi pasar con ese aire de muerte. Radiante y jodida, como siempre. Hay cosas que no cambian. El viento juega con el fuego. El azar con los sueños. Y yo como siempre, parado. El silencio calló mi frialdad. Mi cuerpo, duro frente a tu estampa, observó como el cielo se hacía pedazos. Y yo como siempre, quieto. El tiempo, desde un coche me gritaba “No te quedes inmóvil, porque si no me sigues, te arrepentirás”. Y se fue…y te fuiste. Aquí sólo quedan los quizá, los por qué, los tal vez. Y un grito que se escucha a lo lejos diciendo “Jamás esperes por mí”.
II. El sillón de comedor
El sillón del comedor, la noche calma. El viento me susurra algo al oído, pero no le oigo. El estrepitoso ronquido de la bestia rompe el silencio de la sombra. El asfalto del olvido se ha ido gastando. Solo queda el empedrado del hastío y la muerte…la muerte acechando cual ave rapaz a la espera de su presa. Casi siempre, suele pasar, que en esas noches de invierno, en las que el frío te carcome los huesos y el duende del recuerdo comienza a hacer de las suyas. Suele pasar con frecuencia: la muerte es una de las salidas más elegantes para tal sufrimiento. Porque no hay valor suficiente para andar a ciegas y esperar que el porvenir nos muestre algo más que sucias pasiones. Una guitarra comienza rugir desde el fondo de la ilusión. El radiador busca apagar el frío de tanto invierno, de tantos agostos repetidos, de pocas primaveras florecientes. Y el otoño, no obstante, además de llevarse tanta hoja, se lleva los restos de cuentas pendientes, frases deshechas en los papeles del fracaso. Cada año que pasa, me doy cuenta de los abriles que pierdo esperando que retornen los días felices como si fueran golondrinas que supieran el camino de regreso. Algún día llegará la aurora, y el gris sendero que atravieso romperá la monotonía el color.
JLB

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