viernes, 25 de abril de 2008

El escritor del Cross en la Mandíbula

"Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier
modo no tendría dificultad en citar a numerosa gente
que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos
miembros de su familia". Roberto Arlt
Algunas fuentes indican que nació el 2 de abril. Otras el 7 de ese mes. Todas concuerdan en que fue con en el 1900, en el inicio mismo del siglo XX, que tanto denostaría:"Creo que jamás será superado el feroz servilismo y la inexorable crueldad de los hombres de este siglo. Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad, y que no nos queda otro remedio que escribir deshechos de pena, para no salir a tirar bombas o a instalar prostíbulos", había escrito.
Tipo de pocas pulgas, gruñon, "terror de las redacciones" , simplemente un "mal llevado", combinaba sus habilidades literarias para escribir literatura y periodismo, con sus deseos de convertirse en rico a través de los inventos. La suerte le fue esquiva en este último rubro, para satisfacción de sus lectores y en perjuicio propio y el de su socio, Pascual Naccaratti , quien lo acompañó en más de una locura inventiva fundando la ARNA, que les permitió a estos dos aventureros poner un taller experimental en Lanús, del cual no salió nada rentable.
Escribió: "El futuro nos pertenece por prepotencia de trabajo", y su tarea cotidiana en los medios gráficos lo llevó a desarrollar una habilidad notable para narrar las pequeñas cosas, pero iluminadas desde un lugar muy personal. Había sido cronista de las noticias policiales del diario Crítica, cuyo director era Natalio Botana; posteriormente fue redactor de El Mundo, donde se dio a conocer a través de las Aguafuertes porteñas, que le valieron la popularidad y cierto desprecio de la literatura seria.
Su primera novela, El juguete rabioso data de 1926. Le seguirán: Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932). También publicó obras de teatro como 300 millones, Saverio el cruel, El fabricante de fantasmas, La isla desierta, y África, entre otras. Aguafuertes porteñas (1933) es una recopilación de las mejores notas y el mismo año también publica una selección de cuentos, El jorobadito, que completó con El criador de gorilas (1941). Se especula con el número 1200 para el total de sus notas en los medios gráficos. "Para ganarse el puchero", diría... Murió en 26 de julio de 1942 víctima de un ataque al corazón.
No resulta fácil ponerle una etiqueta que describa sus inclinaciones políticas: su preocupación por la condición social de sus semejantes lo hacía cercano a corrientes de izquierda y solía frecuentar el grupo literario denominado Boedo, donde predominaban el anarquismo y el comunismo. Nicolás Olivari, Leónidas Barletta, Raúl González Tuñón, Alvaro Yunque y Elías Castelnuovo formaban parte de al grupo, todos ellos devoradores de los libros clásicos de la literatura rusa, como así también de las obras de los poetas franceses denominados "malditos", es decir Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Verlaine, etc. Preocupados por la cuestión social, los integrantes del grupo de Boedo se expresaban a través de la revista Claridad y confrontaba al grupo de Florida, que editaba la revista Martín Fierro, cuya mayor preocupación era la estética. Pero cabe destacar que Arlt tenía amigos en ambos grupos. También se recuerda la polémica que sostuvo Arlt con Rodolfo Ghioldi, líder del PC. La indefinición política de Arlt hacía que los miembros del partido lo acusaran de "fascista degenerado".
Su obra está representada por varios protagonistas anarquistas. Se dice que Arlt presenció el fuslamiento de Severino Di Giovanni y que de esa experiencia no salió indemne. Saverio el cruel, no es otra cosa que la vuelta a la vida, al menos literaria, de aquel anarquista fusilado . Cabe destacar que el diario para el que Arlt trabajaba, se negó a publicar la nota, por considerarla muy peligrosa. Corría la Década Infame y el poder político y policial se mostraba cada vez más violento.
Los franceses se sorprendieron cuando leyeron su obra. Se dieron cuenta que el inicio del existencialismo, no era producto de Sartre o Camus, sino de un escritor argentino, malhumorado y pesado, crítico de Borges, Lugones y las Santas Instituciones, que se les había adelantado 30 años, mientras tomaba un café y miraba de reojo a través de un vidrio empañado lo que pasaba en la calle de cualquier barrio porteño.

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