lunes, 27 de septiembre de 2010

"Futuro Desconocido- Maquiavelo del siglo XXI" de GOPAL BALAKRISHNAN

Durante cien años después de 1848, las derrotas de la izquierda llegaban por regla general bajo dos formas, estrechamente entrelazadas. Los golpes represivos –1849, 1871, 1919, 1926 y 1939, alternados con periodos inesperados de prosperidad, podían contener, durante un tiempo, las aspiraciones de quienes exigían más de lo que los dueños de la sociedad y sus aliados estaban dispuestos a conceder. En Occidente, las grandes rebeliones de finales de la década de los sesenta rompieron con esta pauta. La riqueza inaudita de las primeras décadas de posguerra había conformado un medio generacional resistente a la anterior ética del trabajo y del ocio de laclase media y receptivo a las insurrecciones de los oprimidos. La fuerte alza subsiguiente en la militancia obrera en el centro y los reveses que sufrió el imperialismo estadounidense en la periferia hicieron que, por unos momentos, algunos tuvieran la impresión de que situaciones prerrevolucionarias lejanas se estaban cerniendo sobre las tierras natales del capitalismo. Bajo formas locales atenuadas, distintos legados de estos momentos coincidentes han sobrevivido a las rondas aplastantes de reestructuración capitalista que siguieron al deterioro económico mundial de mediados de la década de los setenta. Pese a esta impresionante hazaña de adaptación, semejantes focos de oposición han tenido dificultades para asimilar el formidable y persistente poder de un influjo conservador/neoliberal que se encuentra ahora en su tercera década. Quizá de manera paralela a la legendaria incomprensión por parte de la izquierda de entreguerras de los avances del fascismo, los oponentes de esta revolución pasiva han sido incapaces de explicar sus grandes éxitos, en la medida en que ésta, hasta el momento, parece poseer la habilidad históricamente única de inventarse los criterios de acuerdo con los cuales es juzgada. ¿Qué explica la facilidad de sus victorias, con frecuencia ganadas con dosis moderadas de coerción –«democráticamente»– y, sin embargo, en un contexto de prosperidad en declive para la amplia mayoría? El debilitamiento de la resistencia colectiva bajo estas condiciones parece marcar el advenimiento de un orden de cosas en el que la propia praxis se ha convertido en un enigma. Los tiempos del conflicto abierto entre defensores de diferentes órdenes sociales son, por supuesto, excepcionales en la historia. Los observadores más agudos de la política decimonónica –Tocqueville, Heine, Donoso, Marx, Burkhardt y Nietzsche entre otros– subrayaron la novedad de una sociedad inmersa en una crisis de legitimación crónica y representada públicamente. En 1929, Carl Schmitt captó la culminación de esta experiencia histórica en un epigrama: «Nosotros, en Europa central, vivimos sous l’oeil des Russes» [«bajo la mirada de los rusos»]1. Aunque los contraataques organizados desempeñaron un papel importante en la neutralización final de esta amenaza a Occidente, durante las últimas décadas del siglo XX estas ofensivas específicamente políticas se vieron rebasadas y subsumidas por una transformación estructural más amplia que ha evitado las formas clásicas tanto de hegemonía como de resistencia. Resulta difícil medir las posibilidades de la intervención intelectual efectiva en una situación histórica tan opaca. El núcleo del intercambio entre Stefan Collini y Francis Mulhern en estas páginas ha girado en torno a la medida en la cual el discurso crítico debe anclarse en compromisos políticos profundos a fin de orientar sus objetivos, campo de acción e intensidades polémicas. El tema principal de la argumentación de Mulhern es que la sociedad sólo se puede poner en cuestión en un modo político, a través de afirmaciones y negaciones soberanas de sus premisas fundamentales. No hace falta respaldar la idea de Collini de la política como una conversación potencialmente abierta e inagotable para reconocer que ambas concepciones parecen presuponer la existencia de una esfera pública en gran medida suplantada, donde la sociedad manifestaba en otro tiempo su sensibilidad hacia los aguijones y reservas de la crítica. Podría ser que este cierre contemporáneo de lo político sea un efecto meramente coyuntural y, por lo tanto, reversible, de un cuarto de siglo de victorias arrolladoras por parte del capital. O, por el contrario, es posible que nos encontremos en medio de una transformación más honda que ha sacudido el fenómeno mismo de agencia, relegando los partidismos clásicos a la categoría de preferencias ideológicas más o menos excéntricas. Quizá en un sentido más inquietante de lo que Collini pretendía, esta evolución confirma su postura. En la sala de espera del presente, ¿a qué textos deberíamos recurrir para definir una postura crítica adecuada a nuestra situación? Experimentos mentales con constituciones previamente inconcebibles fueron el sello de la filosofía política clásica; puede resultar de utilidad volver a examinar este género, cuyas cimas proyectaron una sombra sobre toda institución de la sociedad humana en los largos intervalos previos a que su verdadera negación pareciera posible. De La República a Émile, este arte del extrañamiento tenía el efecto de volver concebibles las transformaciones más drásticas, aunque sólo fuera en la teoría. Por lo general, sin embargo, hasta las formas más antinómicas de esta tradición han tenido poca relación determinada con la práctica política. Los escritos de Maquiavelo constituyen un caso excepcional dentro de esta historia, porque en lugar de un discurso crítico esencialmente idealista sobre la ausencia de legitimidad, ofrecen un método novedoso para explorar la pura potencialidad de la praxis: al pensar detenidamente sobre el comienzo, el alcance total y los límites del poder constituyente para construir nuevos órdenes. En un manuscrito publicado póstumamente, Louis Althusser intentó expresar la importancia filosófica de los pensamientos fragmentarios de Maquiavelo sobre los orígenes traumáticos de los nuevos Estados2. El propósito no era ofrecer una nueva interpretación de Maquiavelo, sino más bien, de acuerdo con el razonamiento de Althusser, reconocer la imposibilidad de una solución definitiva como estatuto creativo de un nuevo modo de pensamiento político. Las elipsis y antinomias de estos textos eran los puntos nodales de una ontología alegre que permitía a los lectores imaginar y pensar el comienzo de la acción a través de una nueva forma literaria: la parábola de la innovación. Me gustaría proponer que puede desarrollarse una tesis más concreta desde este punto de partida especulativo, una tesis que consta de dos partes: la innovación de Maquiavelo estribó, en primer lugar, en plantear el problema inconfundiblemente moderno de la realidad de los proyectos más radicales de transformación; y, en segundo lugar, en proporcionar al lector atento un método para reflexionar y generar actitudes prácticas efectivas con respecto a la continuación, renovación o abandono de tales proyectos. Esta tesis se puede poner a prueba examinándolos episodios decisivos en la recepción del pensamiento de Maquiavelo a lo largo de los siglos y planteando para nuestros propios tiempos la pregunta que anteriores comentaristas consideraron como el problema definitorio de la situación histórica moderna: ¿qué es posible cambiar en la condición humana a través de la praxis política? Un problema inicial es si la teoría o filosofía política clásicas pueden conservar algún tipo de relevancia hoy, dentro del laberinto de la sociedad mediática. La acusación de que estas obras pertenecen a un género de anticuario no se puede descartar sin más. Un motivo de peso ofrecido para estudiar estos textos canónicos es que brindan una oportunidad para reflexionar sobre órdenes políticos alternativos, basados en concepciones distintas de la naturaleza humana. Si esto fuera cierto, entonces, los libros de este tipo deberían quizá considerarse como recuerdos para nuestra situación pos-política. Aunque no haya muchos intelectuales a los que les guste admitir la irreversibilidad de este veredicto, la mayor parte del discurso público acepta con mayor o menor entusiasmo la ausencia de alternativas a la democracia liberal y al capitalismo de libre mercado en el que el que el principal problema por resolver son los parámetros de tolerancia cultural. Existen, por supuesto, algunos elementos volátiles en esta fórmula: el amplio ascenso del fundamentalismo religioso en Estados Unidos; las violentas reacciones antiinmigrantes en Europa. En otros lugares, diversas combinaciones de religión y etnicidad ofrecen desafíos, pero no presentan alternativas convincentes a la norma gobernante. Éste es el escenario de la denominada crisis de «lo político» –un término cuya abstracción misma parece indicar una ansiedad ligada a la obsolescencia de las concepciones de la política centradas en el Estado y de un conjunto relacionado de virtudes cívicas–. El estudio de la teoría política clásica se justifica ahora con frecuencia desde el punto de vista de un pronóstico igualmente indeterminado de «retorno de lo político». Éste adopta la forma de una serie de variantes conservadoras, liberales y radicales de la tradición múltiple de «republicanismo cívico», cuya idea básica es que las virtudes de ciudadanía activa son necesarias para contrarrestar las consecuencias atomísticas de una modernidad impulsada por el libre juego de intereses e identidades en la sociedad civil. Hasta aquellos que se muestran de algún modo críticos con este lenguaje demócrata dominante –admiradores de Leo Strauss o, si no, de Antonio Negri– reconocen a Maquiavelo como antepasado espiritual de esa Carta Magna del Imperio republicano, la Constitución estadounidense. Reinterpretar al florentino debería tener, por lo tanto, importantes consecuencias en la valoración de la adecuación contemporánea de todo este campo de discurso cívico. La proposición que afirma que la política misma está decayendo podría inducir a confusión, puesto que es evidente que no se ha producido ninguna disminución de la política per se. A lo que se alude es a un eclipse de la «alta política», de las carreras armamentísticas entre naciones y clases en las que está en juego la estructura de la sociedad. La retórica del agotamiento y clausura de la política data de las restauraciones del siglo XIX. Alexis de Tocqueville: ¿No volveremos nunca a ver [nota bene] una brisa fresca de verdaderas pasiones políticas... de pasiones violentas, duras, aunque en ocasiones crueles y, sin embargo, grandiosas, desinteresadas, fructíferas, esas pasiones que constituyen el alma de los únicos partidos que entiendo y a los que daría de buena gana mi tiempo, mi fortuna y mi vida? (3) Pero cabría preguntar: ¿es siquiera concebible en las sociedades más avanzadas una repolitización radical así, o, en realidad, deseable? Tras las efusiones de nostalgia de ciudadanías más activistas, existe una honda incomodidad con la idea misma de abandonar la seguridad del statu quo, esto es, nuestra forma de vida profundamente apolítica. La afirmación de que la praxis revolucionaria conduce a la catástrofe totalitaria disfruta de la aprobación casi universal de la opinión intelectual. La adhesión al statu quo, reconocida públicamente o no, se encuentra en una cima histórica. II ¿Han puesto fin a este escenario neutralizado característico del periodo posterior a la Guerra Fría las ofensivas nacionales e internacionales protagonizadas por Washington durante los últimos años, cuyas repercusiones todavía son incalculables? Pese a toda la acritud de la última estación política, los principales centros de control de opinión responsable se adhieren todavía a las prescripciones neoliberales de los últimos veinticinco años. No debería subestimarse nunca la flexibilidad del sistema, aunque, paradójicamente, la ausencia de una oposición a gran escala no haya impedido que los principales elementos fijos de la situación política mundial empiecen a disolverse: el controvertido paso de los «derechos humanos» al «antiterrorismo» como discurso ideológico dominante de la política exterior; la intensificación inesperada de las tensiones entre Estados Unidos y el núcleo de Europa; la credibilidad militar del Estado estadounidense puesta a prueba por primera vez en treinta años, mientras la guerra partisana se propaga por el Tigris, causando verdaderos estragos; las tensiones crecientes en torno a los acuerdos contra la proliferación nuclear; y, quizá de manera más significativa, la inminente turbulencia económica como resultado de los insostenibles déficits estadounidenses que mantienen a flote toda la economía mundial. El actual entorno financiero y presupuestario, sugiere un historiador conservador de los mercados de bonos internacionales, contiene todos los ingredientes de una tormenta perfecta (4). En la era del neoliberalismo, las grandes potencias han desmantelado gran parte de su capacidad reguladora y han desencadenado la sociedad del riesgo, como si las cosechas de la turbulencia de los mercados pudieran recogerse por siempre. El reflujo de esta gran transformación está poniendo en cuestión algunas de las principales tendencias que parecían absolutamente bloqueadas tras el fin de la Guerra Fría. El relato optimista de la globalización –la ideología dominante de la pasada década– está en retirada. La descripción de Polanyi de cómo la era decimonónica de capitalismo mundial de mercado preparó el terreno para los duros aterrizajes del periodo de entreguerras ofrece un instructivo precedente. El único motivo por el cual una crisis de semejantes proporciones parece todavía improbable es que no existen en la actualidad fuerzas de cierta importancia que pudieran ver sus intereses favorecidos aprovechando este desorden. III Éste es el contexto de un retorno a Maquiavelo, una figura que se hace plenamente vigente dentro de una situación histórica cuyos contornos y posibilidades no es posible entender dentro de las condiciones existentes en el pensamiento político, como resultado de la realidad –incluso irrealidad– cada vez más problemática de la praxis. Su propio momento de formación llegó con el hundimiento abrupto del mundo de las ciudades- Estado italianas a finales del siglo XV, a raíz de las invasiones por parte de ejércitos enemigos y de cambios internos de régimen. En medio de este torrente, Maquiavelo anuncia una ruptura en el tiempo; o, más bien, el surgimiento de una nueva temporalidad políticamente constituida de las épocas. El advenimiento de la discontinuidad llega con un gesto fundador de disyunción radical con respecto al pasado reciente –«estos siglos corruptos nuestros»–(5), que se demarca frente a un periodo clásico, y un presente que se abre a un horizonte espectacularmente ampliado (6). Cabe decir que el Prólogo que abre los Discursos sobre la primera década de Tito Livio cuenta con dos apartados introductorios. El primero empieza con una comparación de los peligros de encontrar nuevos métodos y sistemas a aquellos a los que se enfrenta un explorador que busca «aguas y tierras desconocidas»; y con una declaración de intenciones: «He decidido tomar un camino que hasta ahora nadie ha pisado» (7). El segundo comienza con un rechazo terminante de la pasión renacentista por las antigüedades como una pobre imitación de los antiguos, cuya grandeza no residía en la talla de estatuas, sino más bien en el arte soberano de hacer la historia. Ese comienzo de Jano bifronte subraya los problemas de perspectiva de las categorías narrativas con las que intentamos comprender la estructura de situaciones históricas concretas. En el Prólogo al segundo libro de los Discursos, aunque Maquiavelo admite que es imposible conocer la historia wie es eigentlich gewesen (8) a partir de los relatos tendenciosos y dispares de los vencedores y de los supervivientes, se afirma, sin embargo, que existe un método de interrogación del razonamiento de estos relatos, de análisis de cómo las condiciones han cambiado de «provincia a provincia» (9). No faltan teorías sociales que pretendan explicar crisis y transformaciones históricas a gran escala, ni que aborden de manera más directa la dinámica del sistema-mundo contemporáneo. ¿Qué se puede aprender hoy en día de la lectura de los textos de Maquiavelo que no era posible encontrar en las obras de Marx, por ejemplo? Este último, se dice con frecuencia, no daba cuenta de manera adecuada de categorías, formas y praxis específicamente políticas. La dimensión antes ausente de ciudadanía, nacionalidad, partido, etc., introducida para complementar –o, si no, desbancar– a Marx, resulta invariablemente ideológica, en el sentido althusseriano de un lenguaje de orientación subjetiva. La lectura de Maquiavelo nos proporciona en este contexto la posibilidad de interrogar desde una perspectiva filosófica las ideologías de la agencia que conforman estas concepciones políticas –orientadas al actor– de la historia. Los escritos de Maquiavelo constituyen una investigación sostenida de los límites de la empresa política sin el cierre de ningún esencialismo antropológico. Es cierto que, con frecuencia, parece interesado en la fundación de nuevos órdenes políticos –religiones, Estados, pueblos–, como un modo de enmarcar el anterior problema de la plasticidad de la «naturaleza humana». Pero las reflexiones dispares que ofrece sobre esta última no constituyen la base ni de una prudencia conservadora ni de un deseo utópico, sino que, más bien, intervienen para desestabilizar constantemente ambos extremos. La «maldad» a la que Maquiavelo se refiere es política, no moral, y menos aún teológica: no parte «de la naturaleza malvada de los hombres, como se suele decir»10. Además, esta maldad resulta que no es toda ella mala, desde el punto de vista político: Los hombres están deseosos de cosas nuevas, hasta tal punto que en la mayoría de los casos los que están en una buena posición desean la novedad tanto como los que están en una posición mala. Porque, tal y como se dijo con anterioridad, y es cierto, los hombres se aburren con el bien y se afligen en el mal (11). La radicalización del problema de la fundación de un Estado revela la posibilidad de un nuevo arte de fundar pueblos, reclutar ejércitos y ganar batallas. Esto saca a la luz, a su vez, las virtudes radicales, inhumanas, de aquellos que se proponen reinventar a los seres humanos (12). El movimiento del pensamiento de Maquiavelo resulta inesperado. Primero, nos dice: «No sé si esto ha sucedido alguna vez o si es posible». Luego, que constituiría una «empresa muy cruel o totalmente imposible». A continuación, cómo se podría hacer: Construir en las ciudades nuevos gobiernos con nombres nuevos, autoridades nuevas, hombres nuevos; hacer pobres a los ricos y ricos a los pobres [...] erigir nuevas ciudades, derribar aquellas construidas, cambiar a los habitantes de un sitio a otro y, en definitiva, no dejar nada intacto (13). Tal y como lo expresara Rousseau, uno de los lectores más astutos de Maquiavelo: «Aquel que se atreva a emprender la creación de un pueblo, debería sentir que está, por así decirlo, en condiciones de cambiar la naturaleza humana» (14). En una obra dedicada al estudio de las repúblicas, la legitimación provisional de semejantes métodos amplía explosivamente el campo de lo pensable más allá de los límites establecidos por las convenciones imperantes en el discurso cívico. ¿Podría nacer hoy en día una figura de agencia radical absoluta como ésta? La respuesta debe tener en cuenta la inmensa variabilidad en la potencia y los conocimientos de los hombres en diferentes épocas y lugares: «La debilidad de los hombres del presente, provocada por su educación poco sólida y su escaso conocimiento de las cosas, les hace juzgar los juicios de los antiguos en parte inhumanos, en parte imposibles» (15). Los pensamientos de Maquiavelo sobre este tema distan mucho de ser concluyentes; parece contradecirse sin fin cada vez que se refiere justamente a esta cuestión de cuán transformables son los seres humanos, cuán abiertos están al cambio. Antes de empezar siquiera su relato de las vidas de los creadores y aspirantes a creadores de nuevos Estados, advierte a quienes pretenden tomar las armas contra sus amos, creyendo que así les podría ir mejor, que «se llaman a engaño, porque más tarde verán por experiencia que les ha ido peor»16. Se podría ofrecer una larga lista de observaciones y máximas de El Príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio que se niegan mutuamente, dejando al lector en busca de una solución. La más desconcertante de estas contradicciones se refiere a la legitimidad epistemológica del razonamiento estratégico desde el punto de vista de precedentes y contraejemplos históricos. Mientras Maquiavelo parece despreciar a aquellos que juzgan que la «imitación no sólo es difícil, sino imposible –como si los cielos, el sol, los elementos y los hombres hubieran cambiado en su movimiento, orden y poder con respecto a lo que eran en la antigüedad»– más adelante pasa a escribir: «Dado que rara vez se producen causas parecidas, rara vez se dará también el caso de que valgan remedios parecidos» (17). ¿Cuál es el significado de estas aparentes aporías? Tal y como observó Althusser, «la cuestión central a la que todo está ligado escapa una y otra vez a la percepción» (18). Se puede sostener que, en la filosofía política clásica, tales señales de duda transmiten una enseñanza sobre la sabiduría de la moderación. No es esto lo que sucede en Maquiavelo. Las historias que él cuenta empujan al lector a reflexionar sobre cómo discernir, cómo orientarse prácticamente hacia líneas potenciales de acción en situaciones ejemplares. Aquí las aporías suscitan preguntas que no paralizan, o moderan, sino que llevan al lector a reconocer las ventajas –con frecuencia demostradas vagamente– de una línea impetuosa. Maquiavelo admite que este tipo de sabiduría estratégica constituye un tipo de conocimiento muy precario; sin embargo, alienta persistentemente las posturas más excesivas. el binarismo estratégico fundamental que establece entre «temporizar» y «atacar», la línea de razonamiento siempre se inclina hacia este último (19). Existe quizá una justificación teórica de esta retórica de ir al extremo, en la medida en que tales líneas de la acción parecen proporcionar el mejor nutriente para su modo de pensamiento. Los escenarios que Maquiavelo describe en sus parábolas antiguas y contemporáneas están construidos para poner a prueba el valor de distintas perspectivas y posturas hacia el mundo: la Haltung [actitud] personalizada, por utilizar una categoría brechtiana, como modo de transmitir una extraña enseñanza filosófica. Se trata, sin duda, de un tipo raro de ciencia política: pretende impartir no sólo un conocimiento integral de la estructura de las situaciones políticas más explosivamente controvertidas –revoluciones en el orden de las cosas humanas–, sino también esas virtudes y disposiciones subjetivas que podrían alterar los vectores de cambio. Maquiavelo enseña una forma radicalizada de razón práctica, orientada a objetivos con diferentes horizontes temporales: de la política más inmediata de supervivencia y engrandecimiento individual a proyectos que sólo pueden realizarse después de la propia muerte. La naturaleza extrañamente inconcluyente de los juicios históricos y consejos prácticos de Maquiavelo vuelve sus enseñanzas difíciles de resumir. No hay sustituto para una lectura de sus obras con los ojos bien abiertos. Tal y como hemos visto, la perspectiva política fundamental de este pensador puede parecer dividida: pese a evocar inmensas posibilidades de innovación política, también se le conoce con justicia como un frío reventador de ilusiones utópicas. Rechazando «a tantos que han imaginado repúblicas y principados que nunca nadie ha visto o de cuya existencia en la realidad nadie ha sabido», escribe que lo que le interesa es dirigirse directamente a «la verdad eficaz de la cosa» y no a nuestras fantasías imaginarias y facilitadoras (20). Pero, aunque esta verdad efectiva instaura un umbral de plausibilidad histórica, nunca funciona en sus textos como un límite absoluto del pensamiento, que lo fije a lo meramente existente. Se parece más a un tamiz, que somete las propuestas más radicales a un riguroso criterio de inmanencia. Las celebérrimas formulaciones antiutópicas de Engels o Lenin transmiten un sentido aproximado de la intención de Maquiavelo a este respecto. Tal y como sugiere este paralelismo con una tradición revolucionaria posterior, la prohibición de imaginar una nueva república se levanta a condición de no rehuir pensar cuidadosamente las duras medidas que acompañan sus orígenes. Esto, de acuerdo con Maquiavelo, es muy difícil: «Puesto que la grandeza de la cosa aterroriza en parte a los hombres, haciéndoles fracasar en sus primeros comienzos» (21). IV La historia del retorno a Maquiavelo para interrogar la estructura del presente se remonta al siglo XVII. Los comentarios sobre esta figura de Bacon, Harrington o Spinoza –así como de Bayle, Montesquieu, Voltaire o Rousseau– constituyen momentos en la historia intelectual del surgimiento de una conciencia político-filosófica de la modernidad. Para cada uno de estos pensadores, Maquiavelo abrió la puerta a una exploración desinhibida de los problemas centrales de esta nueva condición: el futuro de la Cristiandad, la posibilidad de un gobierno republicano, los límites de la Ilustración popular, la decadencia y renacimiento de las civilizaciones, el status problemático de los límites morales y legales al uso del poder político... Hegel y Fichte forman un episodio intermedio entre este momento maquiaveliano de la edad moderna y el que se daría ya a finales del siglo XX. El idealismo alemán en la época napoleónica recurrió a Maquiavelo con nuevas preocupaciones, galvanizado por la inminente liquidación del Estado alemán. Una formulación de Carl Schmitt capta el espíritu de este momento y establece un punto focal crucial para la recepción que Maquiavelo tendría en el siglo XX. Para Schmitt, la actualidad de este pensador se reivindica en situaciones de «defensiva ideológica», cuando se hace imperativo pensar cuidadosamente una experiencia de derrota histórica (22). El siglo XIX asistió a un largo declive de este género específico de interpretación y comentario de Maquiavelo. Fuera de Italia, se le relegó en general al status de pieza pintoresca del periodo renacentista o de predecesor distante de la Realpolitik. Gramsci ofreció una curiosa explicación de este hiato: la elevación decimonónica de la «sociedad» a categoría principal del orden de las cosas humanas había eclipsado la anterior centralidad de las categorías políticas; con esta ruptura epistémica, Maquiavelo, el gran maestro del arte de la política, se había vuelto supuestamente obsoleto a raíz de la nueva interpretación de las leyes y la dinámica del desarrollo social. Con el advenimiento de la Edad de los Extremos en el siglo XX, se produjo un retorno, cuando personajes de todo el espectro político empezaron a dirigir su atención a los nuevos órdenes que surgieron de la crisis del constitucionalismo liberal-conservador y del sistema interestatal basado en él. En el periodo de entreguerras, la lectura de los textos de Maquiavelo sobre los orígenes y la suerte del mundo político europeo constituyó una corriente destacada en la institución de la ciencia política como disciplina académica, dentro de un contexto redefinido por el surgimiento más o menos simultáneo de los Estados bolchevique y fascista. ¿En qué sentido destaca Maquiavelo, en comparación con Hobbes y Spinoza, como teórico de la modernidad? Estos tres pensadores volvieron a estar presentes en la discusión intelectual durante este periodo, pero, en un sentido decisivo, Maquiavelo era único: tanto Hobbes como Spinoza fueron coetáneos de una guerra civil-religiosa que atravesó toda Europa y el objetivo central de sus tratados político-teológicos era la neutralización o despolitización. La carrera de Maquiavelo precedió inmediatamente esta época de pensamiento europeo y sus reflexiones sobre la política y la naturaleza no estaban sometidas a esta directiva primordial de pacificación. Los encuentros de principios del siglo XX con Maquiavelo fueron motivo de reflexión sobre un horizonte más allá del liberalismo. Formando un arco que se extiende de un lado a otro del mapa político, Carl Schmitt, Wyndham Lewis, Leo Strauss, Benedetto Croce, Raymond Aron y Antonio Gramsci identificaron el siglo, cada uno a su manera, como maquiaveliano. Otros, situados bien antes bien después de este periodo, pertenecen a esta misma historia de despertar teórico: Maurice Joly a finales del siglo XIX e Isaiah Berlin y Louis Althusser a finales del siglo XX. V Aunque la calidad erudita de las discusiones anglófonas más recientes sobre Maquiavelo y su legado con frecuencia exceden la de estas lecturas anteriores menos exegéticas, cabe sostener que ha habido una reducción en la comprensión de facetas cruciales de su pensamiento: aquellas que no se pueden encajonar tan fácilmente en el molde del republicanismo cívico o de una concepción de la ciencia política neutral en sus valores. Desenterrar estos antecedentes podría proporcionar provechosos puntos de penetración en la lectura de Maquiavelo en la actualidad. Dentro de la constelación del siglo XX, dos estudios destacan por las instructivas reflexiones que contienen sobre las catastróficas deficiencias ideológicas de su época. En su Meditación sobre Maquiavelo, publicada en los momentos más críticos de la Guerra Fría, Leo Strauss proponía que la lectura más importante de este autor debía arrancar con el supuesto aparentemente ingenuo de que era un maestro de gangsterismo revolucionario (23). Quizá con una pizca de ironía, agregaba que ésta era una forma de ver las cosas que iba en contra de todo lo que representaba Estados Unidos y que de ello se deducía que se podía considerar a Maquiavelo el antecesor intelectual directo del comunismo. Para Strauss, el florentino era el fundador filosófico de una modernidad cuyo destino era la reducción de la naturaleza humana a materia prima de una tecnopolítica. La máxima de Maquiavelo –«hazlo todo nuevo»–24 guiaba una exoneración espiritual que culminaría en las tiranías del siglo XX. Strauss sugería que Occidente tenía que reaprender de la fuente italiana el arte radical de poner en movimiento y dar marcha atrás a las grandes oleadas históricas. La tarea inmediata consistía en un proyecto a largo plazo de restauración de los límites de la empresa humana, en los que sabiamente insistieron los clásicos de la filosofía política antigua, así como las tradiciones bíblicas, por lo demás antitéticas: los dos modos contra los que Maquiavelo se había levantado en rebelión. Para ello, era necesario construir refugios en los que los modos antiguos de pensamiento pudieran regenerarse, para resistir el ataque de movilizaciones populares masivas de todas las franjas ideológicas. La esperanza residía en que una nueva generación de dirigentes pudiera inspirarse y, así, sostener el fuerte contra las consecuencias nihilistas de la modernidad. Durante las primeras décadas del periodo de entreguerras, el futuro de una revolución conservadora de este corte parecía poco prometedor, pero se podía cobrar ánimos aprendiendo del enemigo: «Todos los profetas desarmados, dice, han fracasado. Pero ¿qué es él sino un profeta desarmado? ¿Cómo puede albergar esperanzas razonables sobre el éxito de su enorme empresa [...] si los profetas desarmados fracasan necesariamente?» (25). «El Príncipe moderno» de Gramsci ofrece una valoración de la importancia contemporánea de Maquiavelo tangencial a esta primera26. Antiguo dirigente de un partido revolucionario, preso político con Mussolini, el sardo era un profeta desarmado por excelencia. Pero Maquiavelo, para Gramsci, lejos de ser el teórico de una marcha victoriosa de la modernidad, era el estratega de la reactivación «desde cero» de causas radicales derrotadas. El problema crucial que había que descifrar era la revolución europea que no había logrado materializarse. No se trataba de ninguna proyección arbitraria: el declive de las repúblicas urbanas al que se enfrentaba Maquiavelo constituía, en efecto, un precedente plausible del propio esfuerzo de Gramsci de pensar con detenimiento la derrota catastrófica de las clases obreras europeas en la época del fascismo y del fordismo. A su juicio, Maquiavelo brindaba el modelo intelectual para llevar a cabo un riguroso cálculo estratégico en medio de semejante devastación, como preparación para una reconstitución muy a largo plazo de la praxis colectiva a través del rearme intelectual y material. A esto es a lo que llamaba hegemonía. La pregunta que guiaba sus reflexiones sobre Maquiavelo era, por consiguiente, «¿Cuándo es posible decir que existen las condiciones para despertar y desarrollar una voluntad colectiva nacional-popular?» (27). A Gramsci, al igual que a Strauss, le impresionaba la dualidad del pensamiento de Maquiavelo entre la atención a la necesidad de una fuerza revolucionaria tiránica y una concepción alternativa de la agencia como proyecto de guerra espiritual, que se despliega a lo largo de las generaciones. El cristianismo fue la primera religión con una profecía desarmada, el primer movimiento de la guerra de posiciones. La última concepción de la política se manifestaba en una forma de escritura dirigida simultáneamente a los elementos dispares e irreconciliables de la generación presente y a una posteridad lejana y más afín. Para una figura a la que se atribuye la afirmación de que la gloria de la victoria era la única pasión que animaba una vida de política, Maquiavelo parece haberse preocupado excesivamente de cómo todo un modo de autoridad «podía ser llevado al caos poco a poco, de generación en generación». Maquiavelo expresó el imperativo ético que sostiene proyectos a largo plazo de instauración, transvaloración, revolución: Es deber del hombre bueno enseñar a otros el bien que no se podía hacer por la malignidad de los tiempos o de la fortuna, de modo que cuando haya muchos que sean capaces de él, alguno, más amado por la providencia, pueda hacerlo (28). La apelación a generaciones futuras, menos corruptas, resulta extraña para las sensibilidades contemporáneas. Por consiguiente, con frecuencia se pasa por alto la importancia política de este modo de discurso en algunas de las grandes obras del pensamiento de la edad moderna (29). Estas líneas hablan a una virtud que ha sufrido una pérdida drástica de actualidad, a saber, la fidelidad a una causa, aun cuando se han perdido las grandes ilusiones que la sostenían. Enseñar el Gran Método de la innovación política fue el único imperativo ético que este pensador, célebre por su falta de moral, parece haberse tomado en serio. VI ¿Qué sugiere la diversidad de interpretaciones de Maquiavelo y la oposición entre ellas dentro de esta coyuntura? Sin duda, el status siempre problemático, cuando no la relatividad, hasta de las perspectivas políticas más convincentes sobre la propia época. Pero también el punto hasta el cual tales compromisos partidarios son inseparables de la voluntad de descubrir la verdad eficaz de la situación histórica en la que nos encontramos. Hay una formulación de Gramsci que señala con precisión la naturaleza indefinida del tipo de teoría política que necesitamos para orientarnos históricamente en las actuales circunstancias: «es necesario», escribió, «desarrollar una teoría y una técnica de la política que [...] pueda resultar de utilidad en ambos frentes de la batalla» (30). La lectura de Maquiavelo puede educarnos en el modo de explorar los fundamentos de las propias lealtades sin abandonar la esperanza ni sucumbir a las ilusiones. Como es bien sabido, sus propios compromisos estaban poco claros: pese a la vehemencia esporádica de su lenguaje, rara vez reveló alguna lealtad exclusiva, ya fuera a los príncipes o a las repúblicas, a las clases dominantes o a las multitudes, o siquiera a épocas pasadas frente a tiempos presentes. Con todo, habría que distinguir la ecuanimidad de Maquiavelo –«pesimismo de la razón»– del espíritu de renuncia que prevalece en épocas de restauración. Después de denunciar los errores de las falsas esperanzas en un capítulo de los Discursos (31), da un giro en otro capítulo y ofrece el siguiente consejo sobre por qué deberíamos permanecer del lado de las causas derrotadas, incluso cuando podríamos beneficiarnos con facilidad de unirnos al lado vencedor: Los hombres pueden secundar la fortuna pero no oponerse a ella [...] pueden tejer su estructura, pero no romperla. De hecho, nunca deberían darse por vencidos, ya que, en la medida en que no conocen su fin y que éste transcurre por vías oblicuas y desconocidas, deben tener siempre esperanza y nunca rendirse, independientemente de la fortuna y los sudores en los que se vean32. VII Existe una larga historia de comentarios sobre Maquiavelo como teórico del presente en tanto que coyuntura de transición, una historia que es preciso comprender a fin de sacar a la luz las líneas de una valoración contemporánea productiva de su obra. La lectura de Maquiavelo hoy abre la posibilidad de empezar a desarrollar una orientación estratégica radical para algunos de los problemas centrales del siglo que entra: el futuro del mercado mundial, el del sistema interestatal e incluso, en la época biotecnológica que llega, el de la propia naturaleza humana. Carecemos de una concepción de la política que se adecue siquiera remotamente a la escala de los peligros y posibilidades que tenemos ante nosotros. La actual incapacidad y falta de voluntad para considerar –senza alcuno rispetto [«sin ningún respeto»]– una trascendencia de la forma dominante de Estado y sociedad constituye una situación potencialmente muy peligrosa. Cabe sostener que tienen que cambiar muchas cosas para mantener siquiera los fundamentos de este sistema a lo largo de otra era de crisis y transición. El problema que plantea Maquiavelo es que descubrir la verdad eficaz de nuestra situación histórica exige un compromiso radical. No es posible estimar las posibilidades de transformación de las condiciones humanas sin interrogar al sujeto al que se le atribuye el papel de portador del proyecto. Para Gramsci, este elemento subjetivo de la teoría revolucionaria es «una cima inaccesible para la facción enemiga» (33). En relación con el cálculo político operativo de tiempos históricamente estáticos, existe un impulso irreductible en esa «arbitrariedad» subjetiva en juego en la adopción de posturas antagonistas que presuponen la posibilidad de transformaciones apenas concebibles. En sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo saca a la luz el papel desempeñado por esta negatividad irrefrenable en el surgimiento de nuevas realidades históricas: Los apetitos humanos son insaciables, ya que, en la medida en que, por naturaleza, tienen la capacidad y el deseo de querer todas las cosas y, por fortuna, la capacidad de conseguir pocas, de ello se desprende constantemente un descontento en las mentes humanas y una repugnancia por las cosas que poseen. Esto les hace maldecir los tiempos presentes, alabar el pasado y desear el futuro, aún cuando no exista ninguna causa razonable que les mueva a ello (34). La negatividad de esta actitud plantea problemas que resultan extremadamente difíciles de resolver desde una perspectiva empírica y que, por lo tanto, tal vez deberían considerarse filosóficos. ¿Existen posiciones políticas privilegiadas para la observación de la propia situación histórica?¿Ha violentado siempre la naturaleza polémica del juicio político las ironías de la historia? o, a la inversa, ¿cuándo depende la comprensión de una situación histórica precisamente de ese marco polémico que se establece entre amigo y enemigo? ¿Qué concepción viable de las alternativas históricas dirige la denuncia de las condiciones existentes? ¿Cuándo se capta la verdad eficaz en la lucha política contracorriente y cuándo llega flotando río abajo alejada de la inmediatez de la práctica? Éstas son preguntas estrictamente filosóficas que Maquiavelo plantea acerca de la política y que ahora toca transformar en posiciones prácticas. «¿Tenemos que tener suerte?», escribe Brecht en su poema, «A un indeciso»: Eso preguntas. No esperes más respuesta que la tuya propia. 1 Carl SCHMITT, «Das Zeitalter der Neutralisierungen und Entpolitisierungen» (1929), Positionen und Begriffe im Kampf mit Weimer-Genf-Versailles, 1923-1939, Berlín, 1988, p.120. 2 Louis ALTHUSSER, Machiavelli and Us, Londres, 2000, p. 7 [ed. orig.: Écrits philosophiques et politiques, vol. 2, París, Stock/Imec, 1997, pp. 39-167; ed. cast.: Maquiavelo y nosotros, Madrid, Akal, 2004] 3 Alexis de TOCQUEVILLE, carta a Corcelle, 19 de octubre de 1839, en Oeuvres complètes XV, París, 1951, p. 139. 4 Nial FERGUSON, «Going Critical: American Power and the Consequences of Fiscal Overstretch », National Interest (otoño de 2003). 5 Nicolás MAQUIAVELO, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Madrid, Alianza, 2000, Libro II, cap. 19. 6 Para una brillante discusión del problema de la «ruptura» que da comienzo a la modernidad, véase Fredric JAMESON, A Singular Modernity: Essay on the Ontology of the Present, Londres, 2002. 7 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro I, Prólogo. 8 De la frase del alemán Leopold von Ranke, considerado fundador de la historiografía moderna: «alles erzehlen wie es eigentlich gewesen war»; literalmente, «contar todo tal y como realmente sucedió». [N. de la T.] 9 N. Maquiavelo, «Prólogo», Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro II. Una formulación de Fredric Jameson viene a esclarecer los problemas político-epistemológicos a los que se enfrentaba Maquiavelo: «Los escritores tienden a organizar los acontecimientos que representan de acuerdo con sus propios esquemas más profundos de lo que la Acción y el Acontecimiento parecen ser; o [...] proyectan sus propias fantasías de interacción en la pantalla de lo Real». Fredric JAMESON, Brecht and Method, Londres, 1998, p. 27. 10 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro III, cap. 29. 11 Ibid., Libro III, cap. 21. 12 Maquiavelo era un humanista poco común, si es que realmente lo era, puesto que no tenía inconveniente en calificar la cima de la virtud de «inhumana». ¿Cuál es el verdadero significado de esta aterradora palabra de elogio en el léxico de Maquiavelo? En líneas generales, se transmite la misma enseñanza en un duro verso de Tao Te Ching: «Exterminad la benevolencia, desechad la rectitud: el pueblo estará cien veces mejor». 13 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro I, cap. 17; cap. 18; cap. 26. 14 Jean-Jacques ROUSSEAU, El contrato social, Madrid, Itsmo, 2004. 15 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro III. 16 Nicolás MAQUIAVELO, El príncipe, Madrid, Itsmo, 2001, cap. 3. Aquellos que, como Negri,ven el pensamiento de Maquiavelo infundido por un entusiasmo exultante, pasan por alto la dialéctica de acuerdo con la cual tales momentos surgen de una inteligencia más sardónica. Véase Antonio NEGRI, Il potere constituente, Carnago, Sugarco Edizioni, 1992 [ed. cast.: El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad, Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1994]. 17 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro I, Prólogo. 18 L. Althusser, Machiavelli and Us, cit., p. 15. 19 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro I, cap. 33. 20 N. Maquiavelo, El príncipe, cit., cap. 15. 21 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro I, cap. 55. 22 Carl SCHMITT, The Concept of the Political, Chicago, 1996, p. 66 [ed. cast.: El concepto de lo politico, Madrid, Alianza, 1998]. 23 Leo STRAUSS, Thoughts on Machiavelli, Glencoe, IL, 1959, p. 13. 24 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro I, cap. 26. 25 L. Strauss, Thoughts on Machiavelli, cit., p. 84. 26 Antonio GRAMSCI, «The Modern Prince», Selections from the Prison Notebooks, Nueva York, 1972. 27 Ibid., p. 130. 28 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro III, cap. 8; Libro II, Prólogo. 29 En su huida del huracán fascista, Brecht ofrecía las siguientes directrices para un arte de la escritura en tiempos oscuros: «Preparar una obra para que resista la prueba del tiempo, a primera vista un objetivo “natural”, se convierte en algo más serio cuando el escritor tiene motivos para albergar la suposición pesimista de que sus ideas sólo encontrarán aceptación a largo plazo. Por cierto, las medidas que se empleen a este propósito no deben empañar el efecto que la obra tenga en la actualidad. Los necesarios toques épicos aplicados a cosas que resultan de por sí “obvias” en el momento de la escritura pierden su valor como efectos marginales pasada esa época. La autarquía conceptual de las obras contiene un elemento de crítica: el escritor está analizando la transitoriedad de los conceptos y observaciones de su propia época» [24 de abril de 1941], Bertolt Brecht Journals (1994), Londres, p. 145. 30 A. Gramsci, «The Modern Prince», cit., p. 136. 31 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro II, cap. 27. 32 Ibid., Libro II, cap. 29. 33 Antonio Gramsci, «Problems of Marxism», Prison Notebooks, cit., p. 462. 34 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cit., Libro II, Prólogo.

jueves, 23 de septiembre de 2010

CHOMSKY Y LAS 10 ESTRATEGIAS DE MANIPULACIÓN MEDIÁTICA

CHOMSKY Y LAS 10 ESTRATEGIAS DE MANIPULACIÓN MEDIÁTICA El lingüista estadounidense Noam Chomsky, célebre por su militancia política progresista, elaboró una lista de las “10 estrategias de manipulación” a través de los medios. Prescindiendo de las consideraciones ideológicas que Chomsky agrega, las fórmulas de manipulación que sintetiza son, en líneas generales,en forma alternativa y a veces simultánea. La estrategia de la distracción. El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. “Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto Armas silenciosas para guerras tranquilas)”. 2- Crear problemas, después ofrecer soluciones. Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos. 3- La estrategia de la gradualidad. Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez. 4- La estrategia de diferir. Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento. 5- Dirigirse al público como criaturas de poca edad. La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. ¿Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad (ver Armas silenciosas para guerras tranquilas)”. 6- Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión. Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido crítico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos… 7- Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad. Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores (ver ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”. 8- Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad. Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto… 9- Reforzar la autoculpabilidad. Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. ¡Y, sin acción, no hay revolución! 10- Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen. En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema ejerce un control mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos. Fuente: http://www.institutojoaogoulart.org.br/noticia.php?id=1861&back=1

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Suponemos que en Grecia se arregló todo, porque nadie habla más de la crisis...

La mirada de Paul Krugman

ESTADOS UNIDOS SE SUME EN LA OSCURIDAD. Por Paul Krugman.(*) Las luces se apagan en todo Estados Unidos, literalmente. La consecuencia lógica de tres décadas de retórica antigubernamental, un discurso persistente que ha convencido a numerosos votantes de que un dólar recaudado en concepto de impuestos es siempre un dólar malgastado, que el sector público es incapaz de hacer algo bien, ha dado resultados. Según Paul Krugman, hoy las ciudades apagan su alumbrado púbico, recortan el sostenimiento de la salud y precarizan la enseñanza. Y esto no solo ocurre en Colorado Springs: abarca desde Filadelfia hasta Fresno. Un país que en su día asombró al mundo con sus visionarias inversiones en transportes, desde el canal de Erie hasta el sistema de autopistas interestatales, ahora se halla en un proceso de despavimentado: en varios Estados, los Gobiernos locales están destruyendo carreteras que ya no pueden permitirse mantener y reduciéndolas a grava. Y una nación que antaño valoraba la educación, que fue una de las primeras en ofrecer escolarización básica a todos sus niños, ahora está haciendo recortes. Los profesores están siendo despedidos, y los programas, cancelados. En Hawai, hasta el curso escolar se está acortando de manera drástica. Y todo apunta a que en el futuro se producirán todavía más ajustes. Nos dicen que no tenemos elección, que las funciones gubernamentales básicas -servicios esenciales que se han proporcionado durante generaciones- ya no son viables. Y es cierto que los Gobiernos estatales y locales, duramente azotados por la recesión, están faltos de fondos. Pero no lo estarían tanto si sus políticos estuvieran dispuestos a considerar al menos algunas subidas de impuestos. Y en el Gobierno federal, que puede vender bonos a largo plazo protegidos contra la inflación con un tipo de interés de solo el 1,04%, no escasea el dinero en absoluto. Podría y debería ofrecer ayuda a los Gobiernos locales y proteger el futuro de nuestras infraestructuras y de nuestros hijos. Pero Washington está prestando ayuda con cuentagotas, y hasta eso lo hace a regañadientes. Debemos dar prioridad a la reducción del déficit, dicen los republicanos y los demócratas centristas. Y luego, casi a renglón seguido, afirman que debemos mantener las subvenciones fiscales para los muy adinerados, lo cual tendrá un coste presupuestario de 700.000 millones de dólares durante la próxima década. ¿Cómo hemos llegado a este punto? Es la consecuencia lógica de tres décadas de retórica antigubernamental, una retórica de la derecha política que ha convencido a numerosos votantes de que un dólar recaudado en concepto de impuestos es siempre un dólar malgastado, que el sector público es incapaz de hacer algo bien. En la práctica, buena parte de nuestra clase política está demostrando cuáles son sus prioridades: cuando se les da a elegir entre pedir que el 2% de los estadounidenses más acaudalados vuelvan a pagar los mismos impuestos que durante la expansión de la era Clinton o permitir que se derrumben los cimientos de la nación -de manera literal en el caso de las carreteras y figurada en el de la educación-, se decantan por esto último. Es una decisión desastrosa tanto a corto como a largo plazo. A corto plazo, esos recortes estatales y locales suponen un pesado lastre para la economía y perpetúan el desempleo, que es devastadoramente elevado. Es crucial tener en mente a los Gobiernos estatal y local cuando oímos a la gente despotricar sobre el desbocado gasto público durante la presidencia de Obama. Sí, el Gobierno federal estadounidense gasta más, aunque no tanto como cabría pensar. Pero los Gobiernos estatales y locales están haciendo recortes. Y si los sumamos, resulta que los únicos incrementos relevantes en el gasto público han sido en programas de protección social, como el seguro por desempleo, cuyos costes se han disparado por culpa de la gravedad de la crisis económica. Es decir que, a pesar de lo que dicen sobre el fracaso del estímulo, si observamos el gasto gubernamental en su conjunto, apenas vemos estímulo alguno. Y ahora que el gasto federal se reduce, a la vez que continúan los grandes recortes de gastos estatales y locales, vamos marcha atrás. Pero ¿no es también una forma de estímulo el mantener bajos los impuestos para los ricos? No como para notarlo. Cuando salvamos el puesto de trabajo de un profesor, eso ayuda al empleo sin lugar a dudas; cuando, por el contrario, damos más dinero a los multimillonarios, es muy posible que la mayor parte de ese dinero quede inmovilizado. ¿Y qué hay del futuro de la economía? Todo lo que sabemos acerca del crecimiento económico dice que una población culta y una infraestructura de alta calidad son cruciales para el crecimiento. Las naciones emergentes están realizando enormes esfuerzos por mejorar sus carreteras, puertos y colegios. Sin embargo, en Estados Unidos estamos retrocediendo.. ¿Cómo hemos llegado a este punto? Es la consecuencia lógica de tres décadas de retórica antigubernamental, una retórica que ha convencido a numerosos votantes de que un dólar recaudado en concepto de impuestos es siempre un dólar malgastado, que el sector público es incapaz de hacer algo bien. Todo lo que sabemos acerca del crecimiento económico dice que una población culta y una infraestructura de alta calidad son cruciales para el crecimiento. Las naciones emergentes están realizando enormes esfuerzos por mejorar sus carreteras, puertos y colegios. En Estados Unidos estamos reculando. La campaña contra el Gobierno siempre se ha planteado como una oposición al despilfarro y el fraude, a los cheques enviados a reinas de la Seguridad Social que conducen lujosos Cadillac y a grandes ejércitos de burócratas que mueven inútilmente documentos de un lado a otro. Pero eso, cómo no, son mitos; nunca ha habido ni de lejos tanto despilfarro y fraude como aseguraba la derecha. Y ahora que la campaña empieza a dar frutos, vemos lo que había realmente en la línea de fuego: servicios que todo el mundo, excepto los muy ricos, necesita, unos servicios que debe proporcionar el Gobierno o nadie lo hará, como el alumbrado de las calles, unas carreteras transitables y una escolarización decente para toda la ciudadanía. Por tanto, el resultado final de la prolongada campaña contra el Gobierno es que hemos dado un giro desastrosamente equivocado. Ahora, EE UU transita por una carretera a oscuras y sin asfaltar que no conduce a ninguna parte. (*)Paul Krugman. Nacido en 1953, es economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. Actualmente es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times. En 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía. Esta nota fue distribuida por El Arca Digital y publicada originalmente en el Suplemento Negocios de El País, edición del 15.08.10.