domingo, 11 de abril de 2010

Ronald I, todo un adelantado

Catástrofes

Algunas catástrofes son humanas, aunque se las quiera pintar de naturales. Haití, la pobre isla caribeña, castigada casi eternamente por el pecado de querer ser libre, se cae una y otra vez. Grecia, país que ha hecho de sus ruinas un museo, es en estos días sometida a un nuevo terremoto.

Las dos caras de la diplomacia

Miserables

El secreto de sus piojos 08/04/10 Por Alfredo Grande "-Disculpame, querido León. Pero no todo está clavado en la memoria" (aforismo implicado) La cartera de Educación porteña censuró materiales pedagógicos del Bicentenario por su "tendencia ideológica". Hay libros que el ministro no deja leer en el aula. "Como ministro no puedo permitir que se publiquen materiales con alguna tendencia ideológica", argumentó Esteban Bullrich."Creo que ningún jefe de Gobierno, ni ministro, ni director de Area debe definir o influir en que los docentes y alumnos utilizen (sic) material con una tendencia ideológica, sea ésta de izquierda, derecha o 'centro'". "Esteban Bullrich, el sucesor de Abel Parentini Posse en la cartera educativa porteña, sinceró con este argumento la decisión de 'no publicar' los materiales sobre el Bicentenario, elaborados por especialistas de la Dirección de Currícula, aunque sí, en cambio, colgarlos en su página web personal (www .estebanbullrich. com). Cinco pedidos de informes en la Legislatura reclamando explicaciones, la publicación impresa del trabajo realizado durante 18 meses por los docentes, más un dictamen en el mismo sentido de la Defensoría del Pueblo, una marcha, dos grupos en Facebook de repudio a la 'censura ideológica' y una rueda de prensa convocada para el viernes en la Legislatura, muestran que la solución on line del licenciado en sistemas está lejos de conformar a las partes. (Nora Veiras, Página/12) (APe).- Luis Landriscina contaba un cuento. Un señor se levanta por la mañana y se da cuenta que le quedan 5 pelos. "Me peino dos para la izquierda, dos para la derecha y uno al medio". Al dia siguiente, sólo encuentra 4. "Bueno, dos para un lado, dos para el otro". Un día más y sólo quedan tres: "Uno para la izquierda, otro para la derecha y el del centro. atrás". Cuando sólo quedan dos, resuelve: "una para este costado, uno para el otro". Finalmente, al día siguiente se encuentra con un solo pelo. "¡Ma sí, hoy no me peino!". Cuando no quedan pelos, se nota. Cuando no quedan ideas, se nota menos. Suponer que en la educación puede haber ideas que no impliquen tendencias, mas aún, que no impliquen firmes posicionamientos ideológicos, es haberse quedado pelado de neuronas. El Bicentenario, para el señor ministro del imposible, al decir del poeta Mario Benedetti, son sólo doscientos años. Habría que preguntarle: "doscientos años. ¿de que?". Sin tendencia ideológica alguna, apenas podríamos balbucear que el pueblo "quería saber de qué se trataba", que "French y Berutti tenían el franchising de las escarapelas" , que "llovía, pero, como de costumbre, siempre que llovió, paró", que "el obispo Lué era un alcahuete de Fernando" (no, en realidad, esto es un poco tendencioso) ,bueno, que hay gente que viene, que hay que gente que va, como en la casa de Irene. Recordar, conmemorar, evocar, convocar al primer gobierno criollo sin tendencias, apenas permitiría con el rostro grotesco de Stella y Amore, los compradores compulsivos de la tele, decir: "la junta de Mayo financia mejor. Qué grande questa targeta". El señor ministro del imposible ha regresado a las épocas del pensamiento único, pero lo ha mejorado. Ha demostrado tener un único pensamiento. A los demás pensamientos se los llevó el peine de la historia. Y el único pensamiento es que el Bicentenario sea tan descafeinado como nuestro himno nacional, amputado, castrado, emasculado justamente para el Centenario. Porque para que las tendencias ideológicas de los criollos no se notaran demasiado y Infanta no se acalorara, se consideró que, por ejemplo, "escupió su pestífera hiel", era un texto demasiado directo. Por eso tenemos un himno que, en la actualidad, hasta sirve como cortina musical de un aviso de la banca solidaria. Seguramente, el ministro del imposible cantará sin preguntarse cuál es la tendencia ideológica del himno censurado. Pues bien: es simplemente acallar las voces de los rebeldes de la Historia, para que todo sea más parecido a un partido de bridge o de tute, que a una lucha sin cuartel de un pueblo en armas contra un ejército invasor. Es más grave que censurar. Al menos Tato, aquel voyeur, no ocultaba que cortaba las películas de acuerdo con sus obscenas tendencias ideológicas y eróticas. Cuando en la década del '40 se censuraron las letras de algunos tangos, todos recordaban que "en mi pobre vida paria" tenía poco que ver con "en mi existencia azarosa". La censura prohíbe lo censurado, pero no puede eliminarlo. La censura no es neutral, ni pretende serlo. El censor es un cerdo que tiene bien claro en qué chiquero le dan de comer. Pero este ministro del imposible aspira a que ninguna tendencia "no de izquierda, ni de derecha, ni de centro" manche el recuerdo inodoro, incoloro e insípido del Bicentenario. No es poca cosa señalar que este ministro no está en condiciones mentales de conmemorar el Bicentenario, porque no puede tolerar tendencias. Pobres los historiadores revisionistas de la historia "no tendenciosa" de Mitre. ¿O será una de las tantas zonceras que Jauretche no pudo incluir en su libro? Sin embargo, a pesar del grotesco educativo que propone, el tema es grave, muy grave. Tan grave porque de un plumazo, es decir, de un bromazo, sepulta décadas de educación popular, de bachilleratos populares, de experiencias autogestionarias en Educación. La crítica a la educación formal, sarmientina (con el perdón de las notebooks, que son muy necesarias)ha señalado con justicia que hay educación para el sometimiento o hay educación para la libertad. Y que, en todo caso, quizá sea cierto que el saber es poder, pero no será en los espacios que la cultura represora habilita donde ese poder pueda ser ejercido. El ministro del imposible pretende una educación que no eduque. Porque educar no es instruir. No es una catequesis laica. No es escuchar comunicados de las fuerzas conjuntas. Educar al soberano es poder disputar la hegemonía de sentidos que los enemigos decantaron durante décadas en la conciencia de los pueblos. Supongo que este ministro del imposible estará de acuerdo en que hubo una Campaña del Desierto, y que eso no tiene que ver con ninguna tendencia ideológica. Pues bien: lo que hubo no fue una campaña, sino una expedición de exterminio; y no fue del desierto, sino al desierto; y además, el desierto no estaba desierto. Pero este ministro contento hubiera ido en ancas de Roca, ya que cuando se habla de tendencias ideológicas, políticas, siempre es para descalificar los intentos de subvertir la historia oficial. Haga memoria, ministro del imposible: ¿Qué pensó cuando escuchó la noticia que Mónica Cahen D'Anvers dijo en Telenoche que "dos piqueteros fueron muertos en una pelea entre diferentes grupos"? Maximiliano y Darío fueron rescatados por el fotógrafo que no ocultó las pruebas de otra infamia. Pero Mónica, aséptica, no expresaba ninguna tendencia. Apenas una de las tantas historias oficiales. Señor ministro del imposible: ¿gritó usted los goles del mundial del horror? Seamos democráticamente sinceros, señor ministro. Publique sus propias tendencias ideológicas sobre el Bicentenario. Tómelo como un desafío. Recoja el guante. Quiero leer lo que usted piensa del tema convocante. Después de todo, habrá que esperar 100 años para el Tricentenario y ni usted ni yo estaremos. Pero ahora sí, quiero que me enseñe cómo se escribe un material pedagógico sin tendencias ideológicas. Usted debe saberlo. No será de los que predica sin dar el ejemplo. Seguro que este texto le va a llegar y, como dicen en el barrio, sabe donde encontrarme. Esto es lo hermoso de la democracia, a pesar de que no siempre cura, de que muchas veces no permite comer y de que, por lo que veo de su gestión, casi nunca educa. No obstante, es democracia, y yo ejerzo mi derecho de pedirle las pruebas de aquello que pretende. Mientras espero su texto sin tendencias, le adelantaré cuál es la mía: "Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar. / El arroyo de la sierra / me complace mas que el mar". Es de José Martí, que tenía fuertes tendencias ideològicas. Y se lo dedico a Carlos Fuentealba, que fue asesinado por aquellos que, como usted, no aceptan que las ideologías se expresen, aunque apenas sea, en las tendencias, para conmemorar un Bicentenario de los Pueblos.

sábado, 10 de abril de 2010

Un poco más que una voz.....

O qué será Por Eduardo Aliverti ¿Los precios suben porque los precios suben? A nadie se le ocurriría dudar sobre la estupidez de esa pregunta. Así fuere por acto reflejo, de inmediato se contestará que no. Sin embargo, no hay casi nota periodística ni referencias de los economistas u opinólogos que integran el staff mediático, ni encuestas, ni preguntas, ni respuestas que no tomen a la inflación como un hecho de causas empíricamente abstractas: nadie tiene la culpa o la responsabilidad de que los precios suban. Y a placé, bastante lejos, viene que los yerros deben cargarse, con exclusividad, a la cuenta del Estado. Es así porque es así, se deduce apenas termina de recorrerse la más bien escasa lista de motivos dados. Y ninguno de ellos exige sapiencia profesional para su refutación. El problema es que –no por casualidad, desde ya– la economía queda equiparada más o menos a la física cuántica, si se trata de que los legos asuman algunas contestaciones básicas que, claro, de tan básicas parecen ridículas. Cabe suponer que es en ese momento cuando se las abandona, dejando las respuestas en manos de quienes imponen un discurso a través de cómo seleccionan las preguntas. Repasemos ese listado, en orden azaroso bien que algunos argumentos son más falaces o repetidos. No son novedad alguna, ni las citas ni sus impugnaciones elementales. Pero no deja de ser asombroso que deba insistirse, a esta altura de las evidencias y con Alsogaray muerto hace rato. - El Estado no brinda confianza a los actores privados de la economía, y entonces éstos se refugian en mecanismos autoprotectivos que son diversos aunque tienden, sobre todo, a cubrirse contra el proceso inflacionario. Pero resulta que esa desconfianza en una política económica oficial aumenta o disminuye según sea el tamaño de los intereses privados que afecta, y en consecuencia son esos intereses los que determinan cómo protegerse. Para el caso, subiendo los precios de sus productos. La cadena siempre va de arriba para abajo, por supuesto. Y cuando se comienza a tomar nota de que subió todo (y ante todo los alimentos y artículos de primera necesidad), ya no hay quien se acuerde de cómo empezó la seguidilla. La mayoría sencillamente porque lo sufre, y los vivos porque al comienzo nadie preguntó por sus nombres. - El problema es el gasto público, porque el Estado emite dinero en exceso. Respecto de esto y mucho más frente a un Gobierno como el actual, rotulado de “populista”, el primer sambenito es que la plata se destina al sostenimiento de las estructuras clientelares (gobernaciones afines, punteros, piqueteros, planes sociales, etcétera). Ese dinero produce lo que se llama “demanda agregada”: la gente tiene más plata que la prevista (¿por quiénes?) y sale a gastarla. Ahora, entre otras razones, eso se habría desatado gracias a la asignación por hijo. Ese tipo de demanda provoca una “oferta insatisfecha” y el corolario es inflación, porque se quiere gastar por arriba de lo que se puede proveer. Pero resulta que, si es por el flujo de dinero expedido por el Estado y también para el caso, la emisión monetaria viene contrayéndose. Y resulta además que, si es por los pesos que se usan para comprar los dólares de las exportaciones, esos pesos tampoco se vuelcan en masa porque el Estado los reabsorbe, a través de la emisión de títulos públicos. Y resulta, encima, que ni la universalización de lo asignado por hijo, ni los planes sociales, ni los aumentos a los jubilados forman parte de los costos de las empresas. - La inflación funciona como un impuesto para los que menos tienen, y el más gravoso para ellos porque el grueso de lo que les ingresa es gastado en vivir/sobrevivir mediante consumos de improbable evasión. Pero resulta que no dicen quiénes son los principales apropiadores de ese gravamen. ¿Cuáles arcas se engruesan cada vez que hay un aumento de precios? Y resulta asimismo que tampoco pueden refugiarse en que el dichoso aumento de la demanda es superior a la capacidad de producir. En el sector alimentario, entre otros pero –al efecto de las excusas– no justamente el menos significativo, uno de los últimos datos es que usó su capacidad productiva en alrededor del 70 por ciento. ¿No podía acaso absorber la mayor demanda, en lugar de subir sus precios siendo que sus costos no aumentaron? - Los aumentos salariales son inevitablemente inflacionarios. Pero resulta que todas las respuestas anteriores sirven también para demoler esa falacia, que es la más canallesca. - Para aumentar la capacidad de producción, y así no trasladar el aumento de la demanda a los precios, hace falta crédito y no se lo puede tomar porque las tasas andan por las nubes gracias a la inflación. Pero resulta que, al margen o además de la responsabilidad de los bancos por los intereses que cobran, la inflación es generada por los que suben los precios. ¿Es el huevo o la gallina o hay una culpabilidad primaria? Hace poco volvió a difundirse un trabajo de José Sbatella, ex subsecretario de Defensa de la Competencia, que en su momento ya abordó esta columna. Demuestra el grado de concentración en bienes y distribución de origen industrial. La venta del 65 por ciento de la leche fresca entera está en manos de dos empresas. Una sola concentra el 62 por ciento del pan-bollería. El aceite de maíz y mezcla lo venden dos empresas en un 63 por ciento. Otras dos se reparten el 84 por ciento de las ventas de gaseosas cola. Y cifras similares comprenden al mercado de pastas secas, galletitas saladas, leche chocolatada, pan lactal. ¿Cómo se explica que de esta clase de datos se hable más nada que poco? ¿Por qué se los reemplaza, en la agenda periodística y la bronca pública, con el simple expediente del “qué barbaridad, lo que salen las cosas”? ¿Contra quiénes se enoja “la gente”? ¿Y contra quiénes no se indignan los voceros de los dueños de la torta? ¿Será cierto sentimiento vergonzante? ¿Será que los medios y su periodismo independiente viven de la publicidad de esas empresas? ¿Será que el impedimento para afrontar un debate a fondo acerca del IVA generalizado, que cae sobre los más pobres y la clase media, es el mismo que obstaculiza discutir sobre un sistema tributario que se coloca entre los más regresivos del mundo? ¿Será que el empresariado de marras no es capaz de comprometerse a que una rebaja de ese impuesto, en los productos de la canasta básica, habrá de ser embolsado por ellos en lugar de ocasionar una rebaja de precios? Nada de lo señalado significa obviar los deméritos oficiales, que lo son tanto por omisión perdonavidas (el esquema impositivo vale como ejemplo, ya que estamos, junto con la ausencia de regulaciones proactivas en el sector financiero) como por acciones específicas (la estupidez grosera del manejo del Indek). Sin embargo, la obscenidad mayor es que cuando se habla de inflación aparecen esos dos únicos responsables: la nada y el Estado, entendido éste como el gobierno de turno. La nada es eso mismo, no resiste análisis. Al Estado le toca una porción, mayor o menor pero porción al fin. Queda un tercero o primero en realidad. Va invicto. No existe. Por algo será. Página/12, del 5.04.2010.