lunes, 24 de noviembre de 2008

Proposiciones

Desconexión y reconexión Por Julio C. Gambina * La cumbre del G-20 realizada en Washington se propuso “restaurar el crecimiento económico y reformar al sistema financiero global” sin discutir el tipo de crecimiento económico y su distribución. ¿Da lo mismo un incremento de la industria automotriz para uso individual, que una expansión de medios colectivos de locomoción? ¿Importa lo mismo crecer con depredación de los recursos naturales que hacerlo preservando el medio ambiente, la soberanía alimentaria o energética? ¿Vale contabilizar la producción militar o la actividad especulativa como referencia del aumento de la economía? Aparece más atractiva la discusión sobre la nueva arquitectura financiera, aunque valen algunos interrogantes. ¿Quiénes deben protagonizar dicho debate? ¿Los responsables del orden actual? Recordemos que Paulson saltó en 2006 desde Goldman Sachs a secretario del Tesoro de Estados Unidos. Su primer reflejo fue destinar 700.000 millones de dólares para “comprar carteras tóxicas” y salvar entidades financieras expuestas por créditos incobrables. Luego modificó la orientación para avanzar con estatizaciones temporales, para retomar luego el camino de la liberalización. En ese sentido, la cumbre sostuvo que “nuestro trabajo estará guiado por una creencia compartida de que los principios del mercado, el libre comercio y los regímenes de inversión, y unos mercados financieros regulados en forma efectiva albergan el dinamismo, la innovación (...) que son esenciales para el crecimiento económico, el empleo y la reducción de la pobreza”. Luego de décadas de hegemonía neoliberal y políticas de restauración conservadoras, lo que menos se necesita es la reiteración de las políticas que llevaron a la concentración del ingreso y la riqueza junto al empobrecimiento de la población. No alcanza con las apelaciones a “fortalecer la supervisión sobre instituciones financieras” o promover “reformas del sistema financiero mundial y las organizaciones resultantes de Bretton Woods”, porque ese orden emergente al final de la Segunda Guerra es el que está en crisis: la economía mundial del dólar patrón de cambio. La discusión es sobre el nuevo orden mundial y especialmente sobre quiénes están habilitados para su consecución. En 1944 el debate lo dieron los vencedores de la contienda. ¿Quiénes son esos actores en la actualidad? Desde el 2001 se impuso un reclamo del movimiento popular mundial por otro orden posible y necesario. La Argentina podría contribuir a ese de-safío con políticas económicas promotoras de la distribución del ingreso y la riqueza en una integración alternativa al librecambio sustentado por el poder económico mundial y local. Ello supone una desconexión del foco de la crisis y una reconexión virtuosa con países de la región para modificar la ecuación de beneficiarios en el desarrollo económico. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner manifestó en Washington la superación de la crisis desde “otro capitalismo”. Es una afirmación para interrogarse sobre la posibilidad de la tesis con transnacionalización creciente. Es tiempo para pensar audazmente en la superación del neoliberalismo y el capitalismo siguiendo la búsqueda creativa en la región, donde se sustentan propuestas más allá y aun contra el capitalismo; incluso socialistas. Las respuestas a la crisis deben buscarse al margen de los responsables e involucrar a los pueblos y formar sujetos para el sustento de cambios profundos y que pugnen por resolver las diferencias que demoran la emergencia del Banco del Sur u otros proyectos de articulación productiva y cultural que oportunamente fueron suscitados. Remitimos a emprendimientos regionales energéticos, comunicacionales, de infraestructura (respetando el medio ambiente y la cultura popular) y en diversas esferas de la economía. Se trata de resolver problemas económicos sociales al tiempo que se construye el sujeto social para su implementación. Es una lógica diferente a la inyección de liquidez pública a instituciones invalidadas por su práctica, como el FMI. Más que reformar el FMI, nuestros países pueden organizar respuestas similares a la de Bolivia retirándose del Ciadi; o Ecuador con la Auditoría de la deuda pública. Son medidas convergentes con un estricto control al movimiento de capitales. Es tiempo para denunciar a los organismos multilaterales y construir institucionalidad alternativa. Algo contrario a lo sustentado por el G-20, que brega por la culminación antes de fin de año de la ronda de Doha (OMC), cuyo objetivo es bajar aranceles para bienes industriales en nuestros países, al tiempo que Estados Unidos y Europa mantienen cuantiosos subsidios a la producción y exportación de productos agrícolas. Se requiere denunciar cuantiosos tratados en defensa de las inversiones para instalar nuevas normas de intercambio que privilegien resolver necesidades sociales insatisfechas. * Profesor de Economía Política de la Universidad de Rosario y miembro de Clacso. --------------------------------------------------------------------------------

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Cabañas que no miran al sur ...

¿Un nuevo Tío Tom? Por Atilio A. Boron En vísperas de las elecciones estadounidenses, Noam Chomsky dijo que Barack Obama “era un blanco que había tomado demasiado sol”. Ese comentario fue repudiado por la intelectualidad “progre y bienpensante” del mundo entero pero, en vista de la formación ideológica y los intereses defendidos por las personas recientemente consultadas para elaborar una estrategia de salida de la crisis, la advertencia del gran lingüista del MIT parece plenamente justificada. En efecto: solicitar la opinión de Paul Volcker, ex chairman de la Reserva Federal en los años de Reagan; de Warren Buffett, un megaespeculador del casino financiero mundial; o de Lawrence Summers, ex funcionario del Banco Mundial y secretario del Tesoro de Clinton, al igual que Robert Rubin; a Jamie Dimon, actual presidente del Banco de Inversión J. P. Morgan, y Timothy Geithner, ex gerente del FMI y actual presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, no parece ser el camino más apropiado para quien hizo su campaña predicando incansablemente que representaba el cambio y que iba a garantizar el cambio que la sociedad norteamericana reclamaba con creciente insistencia. Todos estos personajes integran el núcleo fundamental del capital financiero y son responsables directos del estallido de la crisis que hoy agobia a la economía mundial y que –no es un dato menor– ha servido para concentrar aún más el poder que detentaban los más agresivos conglomerados del capital especulativo a escala mundial. Obama recibió un mandato que le exige escuchar otras voces y guiarse por otros intereses, y está desoyendo ese mensaje. En lugar de reunirse con los agentes de Wall Street tendría que haber convocado a los principales líderes de los movimientos sociales que lo catapultaron a la Casa Blanca; a los organizadores sindicales, perseguidos sin pausa desde hace años, incluso en los años de Clinton; a los economistas heterodoxos, como Paul Krugman, John K. Galbraith hijo o Robert Solow, sin ir más lejos, que ya expresan su preocupación ante el retorno de los talibanes de mercado que originaron la actual tragedia. Su búsqueda de un “acuerdo bipartidario” para enfrentar la crisis y su opción por dialogar con los autores del desastre equivale a pedirle al zorro que cuide el gallinero. Obama tiene poco tiempo, muy poco, para definir lo que será su gobierno. Lo peor que podría ocurrir es que “el negro” de la Casa Blanca –tan celebrado por un periodismo poco cuidadoso como el iniciador de una nueva época histórica– termine siendo lo que en los Estados Unidos despectivamente se conoce como un “Tío Tom”: un negro desclasado que traiciona a los suyos y que se pone al servicio de sus amos. Todavía es prematuro llegar a esta conclusión, pero conviene repensar lo que dijo Chomsky y tratar de evitar tan lamentable frustración.

(Página 12/ 9-11-2008)

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Quiero que me trates suavemente Por José Natanson

(...)

Al sur del Canal Es ya un lugar común en los análisis internacionales decir que América latina se ha dividido en dos, a partir de una frontera invisible que podemos situar imaginariamente en Panamá. Los países ubicados al Norte del Canal se encuentran integrados a Estados Unidos comercial, política y migracionalmente. Desde el punto de vista de la seguridad, forman parte de su segundo perímetro de defensa y son el eje de diversas preocupaciones, desde el tráfico de drogas por la frontera mexicana hasta el riesgo de oleadas de balseros haitianos o cubanos naufragando en la Florida. Pero además todos estos países han firmado tratados de libre comercio con Washington y concentran la mayor parte de las inversiones estadounidenses en América latina. Aunque hablan español y reivindican su origen latino, los rigores de la economía, el comercio y la seguridad los acercan cada vez más al Norte. Hoy, la vieja frase de Don Porfidio – “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”– vale también para Centroamérica y el Caribe. Las cosas son diferentes en Sudamérica, donde sólo un tema –el conflicto colombiano– despierta la atención de Washington, y donde sólo un líder, el ex paracaidista Hugo Chávez, genera cierta inquietud. Se ha creado, en la subregión sudamericana, un clima novedoso que no implica, como algunos piensan, carta blanca total, pues sigue habiendo cosas que Washington no está dispuesto a tolerar, pero sí un espacio de autonomía relativa que debe ser valorado. Riordan Roett, director del área de estudios latinoamericanos de la Universidad John Hopkins y asesor de Barack Obama para la región, lo definió como una “no política” por parte de la Casa Blanca (Revista Nueva Sociedad Nº 206). En este marco, en combinación con el contexto internacional más favorable del último medio siglo, que garantiza una autonomía financiera inédita, los países sudamericanos comenzaron a explorar caminos más autónomos, que explican tanto el ascenso de gobiernos críticos en buena parte de la región como la decisión de buscar soluciones propias a los propios problemas: la intervención coordinada en la crisis boliviana quizás abrió demasiadas expectativas sobre las posibilidades de Unasur, cuyos límites y contradicciones son flagrantes, pero de todos modos mostró cómo los países sudamericanos pueden resolver solos, sin el concurso estadounidense, sus propios conflictos. Algo similar había ocurrido unos meses antes con la crisis colombiano-ecuatoriana. En el Río de la Plata Argentina y Estados Unidos se han ido alejando, pero menos por una decisión voluntaria de un gobierno díscolo y populista que por la combinación entre la tendencia regional ya señalada y los últimos reacomodos económicos. Desde el punto de vista comercial, la Argentina es totalmente irrelevante para Washington: el 0,5 por ciento de sus exportaciones se dirige a nuestro país, que a su vez representa el 0,24 por ciento de sus importaciones. En cuanto a las inversiones, la Argentina recibió el 0,4 por ciento del total y sólo el 3,9 por ciento de las dirigidas a América latina (contra el 26,1 por ciento de México y el 12,2 por ciento de Brasil). Como toda relación asimétrica, la importancia de Estados Unidos para la Argentina es mayor. En 2007, el mercado norteamericano absorbió el 7,6 por ciento de las exportaciones nacionales, un porcentaje significativo pero decreciente, pues nuevos socios comerciales, sobre todo Brasil y China, han ido ganando peso. En cuanto a las importaciones, el 14 por ciento proviene de Estados Unidos. La relación energética es mínima. Argentina proporciona el 0,5 por ciento del consumo de petróleo norteamericano, contra el 15 por ciento aportado por Venezuela, y no puede ofrecer, como Brasil, un plan de energías alternativas. Al ser el nuestro un país pobre, pero no tanto, tampoco resulta prioritario en términos de cooperación para el desarrollo, orientada sobre todo a Centroamérica y la región andina. Y como no constituye un foco de preocupación en temas de seguridad (hace ya un tiempo que Washington se convenció de que la Triple Frontera es un lugar turbio pero inofensivo), la ayuda militar es mínima. Las drogas no son un tema central. Aquí no se cultiva coca y las microempresas de pasta base abastecen el consumo local. Finalmente, las migraciones no preocupan: en 2007, sólo 5645 argentinos pidieron residencia legal en Estados Unidos, contra 150 mil mexicanos, 30 mil haitianos y 28 mil dominicanos. En suma, como sostiene Roberto Russell (“Estados Unidos y Argentina: pocas expectativas”, Foreign Affairs en Español, Vol. 8 Nº 4), “el país no toca de lleno ninguno de los temas prioritarios de la agenda estadounidense para América latina”. De hecho, el último tema que realmente importaba en la discusión bilateral –los subsidios agrícolas norteamericanos– ha ido perdiendo peso al compás del aumento de los precios de los commodities. Arbol caído Como toda industria ultracapitalista, Hollywood es esencialmente conservador. Aunque probablemente nunca simpatizó con Bush, recién comenzó a hacer leña cuando el árbol estaba en el suelo, astillado. Fue así como en los últimos años comenzaron a aparecer una serie de películas anti Bush de dispar calidad: El sospechoso, en la que la bella Reese Witherspoon busca desesperadamente a su esposo de origen árabe, secuestrado por la CIA; La conspiración, en la que el padre de un soldado (Tommy Lee Jones) investiga el asesinato de su hijo a su vuelta de Irak; y Leones por corderos, de Robert Redford, acerca de las dudas de la guerra y los límites del patriotismo, con la brillante actuación del más injustamente subvalorado actor de Hollywood (Tom Cruise). Entre todas estas películas, la que merece un comentario es Juego de poder, en la que Tom Hanks interpreta a Charlie Wilson, el congresista estadounidense que armó la contraofensiva americana en Afganistán tras la invasión rusa de 1980, que funciona como una lectura a destiempo de las aventuras actuales en Medio Oriente. Tras haber conseguido un presupuesto cada vez más amplio para financiar a los talibán en su lucha contra los rusos, Charlie Wilson se encuentra mendigando ante los mismos legisladores que antes habilitaron decenas de millones de dólares unos pocos fondos para reconstruir las escuelas y hospitales devastados. Allí, en el Congreso, se queja de que Estados Unidos siempre hace lo mismo: lanza una guerra, la gana y luego deja al país librado a su suerte. El comentario es ingenioso pero esencialmente falso. Luego de su triunfo en la Segunda Guerra, Estados Unidos lanzó el Plan Marshall, el más fabuloso programa de desarrollo de la historia, clave para la reconstrucción de Europa y la prosperidad de lo que Eric Hobsbawm define como “los años dorados del capitalismo”. Por supuesto, esto no es lo que ocurre hoy, y si el desarrollo de Afganistán descansa en la decisión de la CIA de tolerar o administrar la única fuente productiva genuina del lugar (la heroína), y si en Irak todo gira alrededor de la extracción de petróleo, en América latina es poco lo que podemos esperar de Estados Unidos, tanto en términos económicos como políticos: quizás apenas más flexibilidad y un trato más suave. En suma, una distancia benigna, que no necesariamente debe ser vista como un problema, sino como una oportunidad que puede ser aprovechada. Pero eso ya depende de nosotros.

Blues, economía en baja y nada de protesta social

Santiago O´donnel

(...)Nadie sabe quién es el sindicalista preferido de Obama y nadie tampoco parece demasiado interesado en saberlo. Los periodistas se preguntan por tal o cual general, o legislador, o economista o pastor, pero nada de líderes sociales. Aun cuando es evidente que el gobierno ha ordenado un salvataje archimultimillonario para las empresas más ricas, rescate que terminarán pagando los más pobres. Nada. No se percibe que alguna reacción pueda llegar por fuera del sistema representativo y jerárquico que termina en el Capitolio y la Casa Blanca. Nadie se junta para quemar una goma en la ruta. Ningún representante de los desocupados aparece en la televisión, si es que existe alguien merecedor de ese título. Los que sí existen son los consumidores, y los representantes de los consumidores, y los congresistas que dicen representar los intereses de los consumidores. Consumidores sí, pero siempre tomados como individuos, nunca como miembros de una fuerza política con intereses de clase. Y existe California, siempre acusada de superflua, mezquina y desconectada del mundo real, con Terminator gobernador, pero sin embargo protagonista de la única protesta gremial trascendente del año, el paro de los guionistas y escritores que paralizó a Hollywood y los estudios de televisión durante meses. Esta semana otra vez California, que fue el eje de las protestas, esta vez por la decisión de la ciudad de Los Angeles de suspender la entrega de licencias para matrimonios gay, después de que una consulta a nivel estatal para eliminar esos matrimonios ganara en las elecciones del martes. San Francisco, en cambio, anunció que seguirá entregando licencias a pesar de la nueva legislación. Ayer, anteayer y el miércoles hubo manifestaciones en los parques de San Francisco y cartelazos-bocinazos frente a la municipalidad, en Los Angeles. Participaron de varias figuras de Hollywood, entre ellas Steven Spielberg. El martes pasó lo mismo con varias consultas sobre el matrimonio gay en distintos estados del país. Parece que la sociedad norteamericana en general está cómoda con la idea de unión civil, pero todavía falta para lo del matrimonio. En cambio se aprobaron nueve de diez iniciativas a favor del uso de marihuana. En cuatro estados se permitió el uso con receta médica y en otros cinco se descriminalizó la tenencia de pequeñas cantidades. Así, la vieja maquinaria capitalista cruje y chilla pero sigue funcionando, empujada por el avance vertiginoso de la tecnología, que va renovando hábitos de consumo y abriendo nuevos mercados, partiendo las aguas entre el adentro y el afuera, entre los ganadores y los perdedores de la kermese global. La Sprite lima-limón está en vías de extinción. Pepsico la está reemplazando con un producto llamado Sierra Mist, Rocío de la Sierra, que tiene menos gas y azúcar, y se adapta mejor a la onda saludable. Las empresas de bebidas no alcohólicas venden cada vez más jugos y menos gaseosas. Los cigarrillos cuestan nueve dólares y la ciudad de Chicago acaba de pasar una ley prohibiendo su consumo no ya en edificios públicos, sino a diez metros de los edificios públicos. Por ahora la policía no controla la distancia. La televisión ha sido copada por el Triple Play. Las cinco cadenas principales reportaron esta semana pérdidas de audiencia por quinto año consecutivo como consecuencia de que cada vez más gente graba los shows, saca los avisos y los mira por Internet. El problema se agravó por la huelga de escritores, que redujo el número de estrenos. Resultado: pérdidas de casi el veinte por ciento de audiencia y sólo dos estrenos exitosos, ambos con audiencias promedio mayores a los 45 años, que todavía no se ha adaptado a los últimos avances del mercado. La televisión ya no se ve en familia y el dueño del control remoto se ha convertido en un dictador. Ya no sólo hace zapping, sino que interrumpe un partido transmitido en vivo para repetir una jugada, o interrumpe una película para ver otra vez la escena caliente, o graba su chiste preferido de Saturday Night Live y lo repite una y otra vez durante toda la semana. El abono básico del cable ofrece poco más que un interminable listado de canales de noticias. Noticias políticas, noticias financieras, noticias internacionales, noticias de deportes y noticias de lo que hay que comprar. Todas con el mismo formato: presentador, video de diez segundos, entrevista breve con invitado, discusión rápida con el panel de expertos y vuelta a empezar con el presentador. Mezclados entre los canales de noticias asoman las cinco cadenas con sus viejas sitcoms y un par de canales de documentales. Nada más. Para ver el resto hay que entrar en contacto con el vasto mundo de Internet, que sigue creciendo y ocupando espacios en la vida pública y privada de los norteamericanos. Un estudio de mercado publicado esta semana muestra que hoy el 85 por ciento de los estadounidenses compra su auto con la ayuda de Internet. Hace cinco años apenas el cinco por ciento lo hacía. Ni hablar de la campaña presidencial. Con la ayuda de Internet, Obama quintuplicó en recaudación a su rival republicano, diferencia que fue crucial, ya que le permitió en la última semana saturar con avisos a varios estados que venían votando al republicano y que el martes se dieron vuelta. Internet también proveyó a Obama entre cinco y diez millones de nuevos votantes y un ejército de voluntarios motivados que usaron blogs, chatrooms y cadenas de mensajes de textos para mantener alta la motivación de los voluntarios y crear una sensación de cercanía entre el candidato y sus seguidores que había estado ausente las últimas campañas. Obama había anunciado a su compañero de fórmula por mensaje de texto y no bien fue elegido, dejó claro que seguirá usando Internet como principal herramienta de comunicación. Claro, sin desatender a la prensa tradicional. Lo primero que hizo cuando fue anunciado como ganador, aun antes de salir a hablar en Grant Park, fue mandarles un e-mail a todos sus contribuyentes, titulado “Cómo lo hicimos”, en el que Obama compartió su victoria con sus voluntarios y simpatizantes. Dos días más tarde, en su primera conferencia de prensa como presidente electo, cuando le preguntaron por el perro que llevará a la Casa Blanca, Obama se tomó el tema muy en serio. “Es la pregunta que más me hacen en mi página web”, empezó, y después dio un detallado informe sobre cómo viene la búsqueda. Expulsadas del espacio público por la dictadura modernista, las redes sociales crecen y se reproducen en el espacio virtual, generando nuevas formas de activismo social que a veces se transforma en masa crítica al unir individuos con intereses en común que se resisten a ser meros consumidores. Pero como dicen los norteamericanos, los viejos hábitos tardan en morir. En el centro de Chicago, bajo los puentes de las vías que ambientaron tantas escenas de tantas películas de gangsters, todavía es posible refugiarse del frío y la lluvia en un barcito de sótano. Son esos bares apretados y oscuros, atendidos por sus dueños-músicos, que van desapareciendo a medida que los rascacielos avanzan sobre las casas antiguas del downtown. Lugares donde todavía es posible ver las caras de siempre, acomodarse en la barra y sorber cerveza mientras la banda de la casa toca un viejo blues. Acá dicen que las grandes canciones deben mencionar, necesariamente, a los trenes y los corazones rotos. Anoche lloraba el saxo, golpeaba el piano, picaba la guitarra y embrujaba el bajo en el Underground Bar de la calle diecinueve, cuando la dueña del bar entonó melancólica aquella estrofa de Jerry García: “Suena tu silbato tren de carga, Llévame lejos por las vías, me estoy mudando de aquí, me estoy yendo hoy. Me estoy yendo, para nunca más volver”.

(Página 12/ 9-11-2008)

“Demócratas y republicanos son casi iguales” Por Vicente Romero Desde Pine Ridge, Dakota del Sur El mismo día en que los demás norteamericanos elegían al próximo inquilino de la Casa Blanca, los descendientes de los sioux que sobrevivieron al genocidio perpetrado contra los indios a finales del siglo XIX votaron para designar un caudillo capaz de exigir al Gran Jefe de Washington que remedie la miseria a la que permanecen condenados. No le faltan razones a Gary Rowland –uno de los activistas de la rebelión en Wounded Knee, hace 35 años– cuando denuncia que “las condiciones de vida en la reserva son peores que las de muchos países del Tercer Mundo”. Porque Pine Ridge es una de las zonas más deprimidas de los Estados Unidos: un desempleo superior al 80 por 100, un índice de suicidios que dobla la media nacional y una expectativa de vida de sólo 43 años para los hombres y 52 para las mujeres. Dos candidatos compitieron en las urnas por la jefatura de los sioux: la senadora estatal demócrata Teresa Two Bulls y el histórico dirigente radical Russell Means. La señora Two Bulls, miembro de una de las principales familias de la tribu, le ganó con su promesa de un liderazgo fuerte que contribuya al cambio prometido por Obama. Y habla de “ir a Washington, no para pedir sino para exigir que, en cumplimiento de los viejos tratados siempre traicionados por el hombre blanco”, se dote a su pueblo de educación, salud y derechos sociales. Frente a las buenas palabras de la ganadora demócrata, Russell Means califica de “farsa” a las elecciones norteamericanas y las describe como una operación de marketing político: “Se hace creer a los votantes que, tras el desastre presidencial de Bush, todo volverá a ir bien. En los últimos años prácticamente han desaparecido los derechos individuales. Demócratas y republicanos son casi iguales. Y ahora nos dicen: ‘Mira, ahora pudimos escoger a un negro, qué gran país somos”. Ah, los Estados Unidos son el peor chiste de la historia de la Humanidad”. Fundador del Movimiento Indio Americano y dirigente de la protesta de 1973, Russell Means sufrió cinco intentos de asesinato, pasó por la cárcel y ya no cree en nada ni en nadie. Trabajó en la industria de Hollywood (puso la voz al padre de Pocahontas; actuó en El último mohicano); al igual que el mítico Toro Sentado (Sitting Bull) participó en el circo de Buffalo Bill. Pero el histórico dirigente nunca ha renunciado a denunciar los crímenes cometidos contra su pueblo: “No caben esperanzas. América continúa la marcha hacia el fascismo. La diferencia entre la de hoy y la de hace 30 años es tan clara como la diferencia entre la noche y el día. Ahora los poderes ocultos, los años del capital, las corporaciones como Morgan, Dupont y Rockefeller, o el grupo Titan, se han unido en una economía incestuosa y han formado un tejido mucho más poderoso e implacable. Ahora han escogido a Obama. Desde los años ochenta los banqueros, los amos del mundo, se fijaron en él. Pero el imperio americano está colapsando como lo acaban haciendo todos los imperios, desde dentro. El sistema liberal capitalista se está muriendo. ¿Cuál es el capítulo siguiente? ¿El fascismo? La única cultura política de este país es la ambición. Blancos, negros y amarillos llegaron aquí movidos por la ambición”. Russell Mean propugna una República India de Lakota (nombre autóctono de su pueblo, ya que sioux les fue puesto por los franceses) capaz de negociar de nación a nación con los Estados Unidos. Una utopía con la que incluso resulta difícil soñar, cuando las instituciones políticas y sociales ignoran los derechos más elementales de la ciudadanía indígena. “Habría que considerar esta reserva como una zona de desastre –sintetiza Means–. La gente vive en la miseria, sin trabajo ni seguro médico.”

martes, 4 de noviembre de 2008

No hay excusas

El puente y las AFJP Por José Nun John Stuart Mill, el gran filósofo británico del liberalismo, se planteaba el problema siguiente. Supongamos, decía, que un forastero llega a una aldea y se propone cruzar un puente situado a gran altura. Los lugareños saben que el puente es intransitable y se desmoronará si alguien intenta atravesarlo. ¿Qué hacer frente al forastero sin afectar su libertad de elección? La respuesta de Mill es que se lo debe poner al tanto de la situación y, después de hacerlo, dejar que sea él quien decida. Es decir que la visión individualista de la que parte su razonamiento (y que, años después, el propio Mill moderaría) es tan intensa que ni siquiera se le ocurre pensar que las autoridades o los vecinos mismos habrían podido clausurar el puente para evitar que los peatones corriesen peligro. Se habría tratado de una decisión colectiva perfectamente legítima y éticamente irreprochable. Recordé este ejemplo ilustre en estos días en que tantos políticos opositores baten el parche con el tema de la opción que hicieron tiempo atrás muchos argentinos a favor del régimen jubilatorio de capitalización. Es indiscutible que este régimen se halla en crisis, que el valor de los depósitos se encuentra en caída libre y que el Estado nacional no tendrá más remedio que acudir en ayuda de todos los aportantes que se irán viniendo abajo bastante antes de llegar a la otra orilla. Lo más notable es que pocos de esos críticos se atreven a defender a las AFJP pero, como en el ejemplo de Mill, apelan sin siquiera saberlo a un individualismo decimonónico para reivindicar la libertad de elección de los aportantes. ¿Por qué no reconocer que éstos optaron en un momento en que había fundadas sospechas de que el puente era intransitable pero no todavía la absoluta certeza que existe en la actualidad? Más aún: si no lo clausurase de inmediato, el Gobierno estaría incumpliendo su mandato constitucional.